El precio de la inmortalidad

Capitulo 31

Cuando regresamos al palazzo, Mihael nos esperaba aún con la carta en la mano mientras ordenaba al servicio que preparara todo nuestro equipaje lo antes posible.

—¿Se puede saber dónde estabas? —me preguntó mi conde al verme.

—He ido a dar una vuelta. No tendría que preocuparse, al fin y al cabo, me crié aquí.

Mientras todas nuestras pertenencias empezaban a encajar en los baúles como si de un puzle se tratara, apareció Silvia para despedirse de nosotros. Ni siquiera en esos momentos en los que todo debían ser formalidades, esa descarada no dejaba de insinuarse a Mihael en mi presencia. No tenía ni un mínimo de vergüenza, así que me aseguré de que se había marchado de la habitación para no volver antes de dirigirme a la mía para comprobar que todas mis cosas estuvieran siendo bien empaquetadas.

Partimos inmediatamente en cuanto todo estuvo finalmente preparado. Aún no sabía a dónde íbamos, pero en cuanto los caballos comenzaron a trotar, algunas de mis dudas fueron despejadas.

—La carta que me ha llegado es de mi amiga Anne. La líder de los Ivanov —Empezó a contarme Mihael—, seguro que la recuerdes de tu puesta de largo. —No me acordaba, aquella noche había demasiadas caras nuevas como para recordarlas todas—. Nos invita a la puesta de largo de una de sus protegidas. Por desgracia, la carta llegó al castillo primero y ha tardado un poco en llegar hasta aquí. Así que no vamos a poder llegar a tiempo a la mutatio.

—Entiendo. Qué lástima...

Me resultaba agradablemente inusual el poder asistir a una puesta de largo por primera vez. Evidentemente, la mía no contaba, ya que se trataba de un punto de vista muy diferente al de un invitado. Me moría de ganas de poder disfrutar de la fiesta sin ningún tipo de preocupación. Pasarlo mal en una fiesta no tiene sentido, si te digo la verdad.

Llevábamos ya varios días de viaje y yo seguía sin tener muy claro a dónde nos llevaban nuestros fieles corceles. El carruaje traqueteaba al paso de las piedritas de los caminos de toda clase de pintorescos pueblecitos y ciudades que parecían sacados de las mentes de los mejores pintores del Renacimiento. Por las noches, salía con Ileana para visitar los pueblos en los que nos quedábamos. Quizás de día eran mil veces más bonitos cuando estaban iluminados, pero la noche tiene un encanto que solo pueden llegar a apreciar aquellos que la han convertido en su forma de vida. Al igual que a mí, a Ileana también le encantaba hacer visitas mientras viajábamos. Aprovechábamos los descansos para salir a las zonas verdes de los pueblos, quizás cerca de los ríos y para pasar el rato leyendo juntas, charlando un poco o, simplemente, viendo la vida pasar. Con ella, los viajes pasaban volando.

Tras varios días, llegamos a nuestro destino. Nos recibió un pueblito con unas pocas casas de madera que atravesamos rápidamente para luego adentrarnos en un frondoso bosque por el que nuestro carruaje empezó a ascender. Perdimos de vista el pueblo y el bosque comenzó a despejarse ante nuestros ojos, cuando un castillo de piedra blanca empezó a surgir en la distancia. Un suspiro de alivio inundó mi cuerpo: Habíamos llegado al castillo Ivanov. Por fin podíamos descansar después de un largo viaje.

 

Después de traspasar las murallas que custodiaban el edificio que nos daba la bienvenida, un numeroso grupo de sirvientes perfectamente sincronizados nos recibieron y se llevaron nuestras pertenencias y al servicio a las habitaciones que ocuparíamos durante quién sabía cuánto tiempo. En la entrada del castillo nos recibieron la mujer rubia simpática que conocí en mi puesta de largo, acompañada de una chica que parecía una muñeca de porcelana. Me quedé realmente sorprendida por los peculiares rasgos de aquella chica: como si la hubieran bañado en talco, tanto el pelo y como la piel eran tan blancos que era como si la luz era capaz de atravesarla. Incluso sus pestañas, que parecían abanicarnos cada vez que pestañeaba, eran blancas como el algodón. Era algo que nunca había visto y la excepcional belleza de aquella chica me dejó embelesada.

De repente, noté un golpecito en mi hombro. Mihael me estaba llamando la atención. Al parecer habían estado hablando y yo me había perdido en mis pensamientos contemplando el exotismo de aquella chica.

—Es un honor para mí que me haya invitado a esta ceremonia, señora —la saludé con una cuidada reverencia.

Anne-Lise Ivanov esbozó una sonrisa de aprobación que dejaba ver uno de sus colmillos y me devolvió el saludo.

—El placer es mío por poder acogerla bajo mi techo, señorita Blaire. Permítame presentarle a una de mis queridas protegidas, Claire. —La chica entonces dio un paso al frente y se presentó.

—Encantada de conocerles, señor Blaire, señorita Blaire. Soy Claire Ivanov. Les agradezco de todo corazón que hayan podido acudir a la puesta de largo de mi hermana.

Me quedé muy sorprendida cuando me enteré de que había vampiros que realmente tuvieran relación de familia más allá de la que se creaba una vez se formaba parte de uno de los clanes. Con el tiempo, aprendí que esa no sería la única vez que conocería a otros immortales hermanos.

—Debéis estar agotados después de tan largo viaje, queridos —dijo la voz aterciopelada de Anne—. Permitidme que os guíe hasta vuestros aposentos.

Ambos la seguimos y, tras despedirnos de Claire, empezamos a recorrer los pasillos exquisitamente decorados del castillo hasta que llegamos a una de las habitaciones.

—Esta será su habitación Contessa, querida.

Era una amplia habitación con tres camas junto a las que había sendos baúles con lo que suponía que eran las pertenencias de las que serían mis compañeras de habitación durante el tiempo que durase la espera. Tenía muchas ganas de saber cómo se vivía ese tipo de ceremonias sin las presiones de ser el centro de atención. ¡Menos obligaciones, más diversión! Parecía emocionante el tener que compartir habitación con otras personas. No había dormido acompañada desde que vivía con mis padres.




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