El precio de la inmortalidad

Capitulo 33

Tenía los músculos ardiendo cuando por fin, Alex accedió a darme un descanso. Nos sentamos en un banquito de piedra cuando Adonis hizo acto de presencia y se nos unió.

—Buenas noches, señoritas. —Se sentó a mi lado.

—Espera. ¡¿Tú también lo sabías?! —le grité sorprendida. No me podía creer que yo fuera la única que pensaba que Alex era un chico. La verdad es que hubiera sido más reconfortante si no hubiera sido solo problema mío.

Adonis estaba tan desconcertado por mi reacción que Alex tuvo que echarme a un lado para ponerse junto a él y hacerle un resumen de todo lo que había pasado desde que me dejó en mi habitación la última vez que nos vimos. Como era de esperarse, en cuanto Alex acabó su relato, Adonis no pudo evitar reír a carcajadas. Y te juro que hasta le vi soltar una lagrimita. Era el hazmerreír de mis amigos.

—¡Tú también no! ¡No te rías Adonis! —Me puse a golpear sin mucha fuerza su pecho mientras no dejaba de poner pucheros.

Los tres pasamos el resto de la noche como si hubiéramos vuelto al desierto: jugando, charlando y disfrutando del tiempo juntos. Los había echado mucho de menos. Más de lo que hubiera pensado. Ese par de desgraciados se habían ganado un enorme hueco en mi corazón desde que los conocí. Cuando estábamos juntos, el tiempo volaba y era lo mejor del mundo. Por insistencia de Alex, no nos quedó otra que seguir un poco más el entrenamiento con el arco. No había quien la calmara. Estaba muy aburrida y nosotros éramos su fuente de entretenimiento predilecta.

Yo no quería. Quería descansar. Estaba para el arrastre, pero por no escuchar a Alex, accedí. Por si fuera poco, era la peor de los tres. ¡Menuda sorpresa! Aunque no era un experto, Adonis era bastante diestro con el arco. ¡A saber dónde había aprendido el ex monje a tirar con arco! Todo un misterio, la verdad.

Pero mi torpeza con las actividades físicas llegó a un nuevo nivel aquella noche. Después de fallar estrepitosamente uno de los disparos que llegó hasta la parte de arriba de uno de los techos de paja, me aventuré a buscarla. No quería depender de nadie. Yo podía alcanzarme mis propias flechas, o eso pensaba. Para alcanzarla, apilé un par de cajas a modo de escaleras. La verdad es que no fue la mejor ocurrencia de mi vida. Tan pronto alcancé la cima de las cajas y me estiré para llegar a la flecha, las cajas empezaron a temblar y a resquebrajarse hasta que finalmente cedieron a mi peso pluma. Las cajas estaban algo gastadas.

Acabé cayendo al suelo de la forma más escandalosa posible, incluso algunas personas se asomaron por las ventanas para ver a qué se debía semejante escándalo. De repente, empecé a sentir mucho dolor. Todo mi peso había caído sobre un tobillo que se había acabado torciendo.

Alex y Adonis se apresuraron para socorrerme.

—¿Estás bien Contessa? —preguntó Adonis, preocupado.

—Sí, sí. Solo me duele un poco el tobillo. —Tampoco tenían que hacer tanto escándalo.

—¿Cómo se te ocurre subir ahí? —inquirió Alex.

—Han sido las cajas —los tranquilicé mientras intentaba levantarme, quitándole importancia. Pero mi tobillo no estaba dispuesto a aguantar el peso de mi cuerpo y me hizo caer.

—Bueno, pues hemos acabado por hoy —concluyó Alex algo decepcionada—. Anda, vamos a la habitación. Así descansas. —Me ofreció la mano para que me levantara.

—No te preocupes, Alex. Ya la llevo yo. Tú ve recogiendo todo esto.

Adonis entonces me ofreció la mano para levantarme y me ayudó para apoyarme en su hombro. A paso de tortuga, los dos nos encaminamos a la habitación.

—Muchas gracias por ayudarme —le dije casi en un susurro, avergonzada.

Los pasillos del castillo Ivanov parecían más largos de lo que me habían parecido hasta ahora. Cada paso que dábamos hacía que mi tobillo rugiera de dolor, pero gracias a tener a Adonis a mi lado, el recorrido se hizo más ameno. Sentía su calor y el latido de su corazón tan cerca que parecían míos.

—No las des —sonrió—. Pero deberías tener más cuidado la próxima vez. Que sanemos más rápido no implica que nos podamos hacer daño tan a la ligera.

Y tenía razón. Sabía que al día siguiente ya estaría como una rosa, pero el dolor de aquel momento me hacía pensar que era mejor no hacerse más daño. Era mucho más prudente ir con cuidado.

—Señorita, ¿está bien?

Llegamos a la habitación e Ileana se apresuró a socorrerme.

—Muchas gracias por traerme —le dije a Adonis cuando ya estaba al cuidado de Ileana.

—Es un placer estar a tu disposición. —Se despidió con un casto beso en mi mano.

Una vez nos quedamos solas, Ileana me puso el camisón y me tendió en la cama mientras empezaba a curarme el pie.

—Tampoco te tienes que esmerar tanto, mujer —mencioné mientras veía como vendaba con insistencia mi tobillo—. Se curará enseguida.

—Se curará enseguida si se evita que empeore. —Apretó más fuerte el vendaje—. Aunque se cure rápido, se tiene que ir con más cuidado, señorita.

Solo en esos momentos, Ileana dejaba de comportarse como una amiga para transformarse en una madre sobreprotectora. Por favor, ni que estuviera todo el rato haciéndome daño. Si yo soy un encanto de señorita. Tan fácil de cuidar como una piedra.

—El señorito Adonis es todo un caballero, ¿verdad? —dijo con discreción.

—Supongo que sí. Es muy buena persona.

—No todos son así de considerados. —Cuando acabó de curarme el pie, empezó a cepillarme el pelo. Así me entraba el sueño.

—Bueno, tampoco es tan importante.

—Yo creo que sí, señorita. Si no es indiscreción, parece que al señorito Adonis le gustaría pasar más tiempo con usted.

—Y a mí con él —contesté con inocencia—. Es un buen amigo.

—No me refiero a eso —suspiró con pesadez—. Creo que el señor Mihael debería haberle informado de la posibilidad de que algunos caballeros se empiecen a interesar por usted.

Cuando por fin entendí por dónde quería llevar la conversación, empecé a notar que el calor comenzaba a recorrer sin piedad todo mi cuerpo hasta alojarse en mis acaloradas mejillas.




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