Mi mente había estado en blanco unos momentos, con dificultad comencé a recuperar mi vista que aparentemente estaba puesta en un tétrico cielo nublado, podía sentir el temblor que abrumaba mi cuerpo, mis manos dolían al igual que mi cabeza y tenía el rostro húmedo.
¿Eran lágrimas acaso? Aún no lo sabía con exactitud pues mi mente estaba aturdida ante mi último recuerdo...
Bajé mi vista al suelo en cuanto recordé aquella horrenda imagen que me atacó como una estocada al centro del corazón, mis ojos se abrieron con sorpresa ante la escena que se mostraba frente a mi. Fue entonces que todo mi cuerpo se estremeció por el eminente miedo que recorría mi espinal dorsal.
¿Quién había hecho esto? ¿Quién había cometido este acto tan espantoso? ¿Acaso yo había cometido dicha atrocidad?
¡Jamás!
¡Jamás!
Yo jamás me atrevería a arrebatarle la vida a alguien, mi mente se repetía eso a gritos tratando de convencerme de algo evidente. Mis manos, mi cuerpo, mi mente no podrían lastimar así a alguien.
Mi cuerpo manchado de sangre, mis nudillos lastimados y el arma cerca de mi confirmaban el acto, me acusaban una y otra vez que yo era culpable, casi podía escuchar voces susurrando en mi oído diciéndome que todo era culpa mía.
No lo era, no lo era, me negaba a aceptar una carga tan aberrante.
Los minutos pasaban mientras aún me encontraba inmóvil al lado del cuerpo inerte desangrado a mi lado, su rostro lucía tranquilo pero las últimas lágrimas que derramó estremecía mi estómago. Mi mente seguía sin asimilar los sucedido.
—¡Ya estoy aquí! —Una voz se hizo presente, sacándome de mi trance—. Vine lo más rápido posible...
Se detuvo en seco quedando casi petrificado cuando me vió, cuando vió el panorama. Yo por mi lado busqué sus ojos mientras mi mirada se encontraba perdida, ni siquiera había podido moverme un centímetro.
—Le has asesinado... —balbuceó, sus pupilas temblaban al igual que sus labios—. ¿Cómo pudiste? —Cayó sobre sus rodillas.
—Ayúdame, por favor —supliqué en un susurro conteniendo el nudo en mi garganta, traté de acercarme en busca de su consuelo pero apartó mis manos al instante—. Yo no quería hacerlo, lo juro.
—Calla... No digas una palabra más.
En ese instante tuve que aceptar lo que había cometido, mi mente dejó de engañarme y acepté en lo que se convertiría mi vida de ahora en adelante.
Si, yo le había arrebatado la vida a la sangre de mi sangre. ¿Acaso este era el precio que estaba pagando por mi enfermizo amor? ¿Este era el precio del amor?