El presidente

Capítulo 4: Un día incomodo

A Verónica le gustaban los lunes, le gustaban los primeros de cada mes, así como el primer día después de su cumpleaños y especialmente adoraba el comienzo del año, sentía que era un reinicio que le permitía la vida para que todo fuera mejor, un pensamiento positivo y esperanzador, no tenía muchos; ese era uno especial que le alegraba tener. Así que cómo cada vez hizo una lista de lo quería alcanzar para ese nuevo año, no se exigió mucho: comenzaría a estudiar.

Era hora de estudiar, no había excusas que poner, había una escuela pública, no era lo que tenía en mente, pero era lo que se podía permitir, tampoco daban allí ninguna carrera que quisiera estudiar, pero lo veía como un paso para seguir adelante y avanzar en alguna dirección hacia donde le gustaría estar, por eso esa mañana cuando se ponía su uniforme azul marino y ajustaba sus anteojos viejos frente al espejo, sonrió a pesar de que había ganado peso durante las festividades y noto que el uniforme le quedaba ajustado.

«No importa, con la caminata diaria de la parada al trabajo y del trabajo a la parada, perderé peso».

Antes de salir si quiera de su habitación su sonrisa se desdibujó al recordar a Julio César Betancourt, era el primer día de trabajo, no estaba segura de que él se presentara en la compañía tan pronto, tenía años ahí y seguramente tenía muchas vacaciones por tomar, pero en el año que ella llevaba en la corporación, notó que él no era de los que se tomaban licencias con ligereza, no faltaba, llegaba a las 8:00 am y se iba tarde siempre después de las 5:00 pm, no faltaba los días previos o posteriores a feriados, no se ausentaba entre horas laborales.

«No puedo hacer nada. Lo que pasó, pasó, haremos como si no pasó, aunque pasó, y yo lo sé, y él lo sabe, pero no, haremos como si no pasó».

Estaba desilusionada y conforme pasaron los días, además estuvo disgustada, no quería reconocerlo al principio, pero sabía que pensaba mucho en el asunto, en la forma brusca como la sacó de su apartamento, en como la miró con desprecio o asco, en lo frio e impersonal que fue ese día, después de sus: «mi amor», «bella», y sobre todo después de dedicarles sonrisas y miradas alegres. Sacudió su cabeza y salió de su pequeño apartamento.

«Lo voy a ignorar, muy profesional yo, solo le diré buenos días, es que ni siquiera lo voy a saludar, ¿para qué? ¿Para quedar en ridículo? Nada, ni lo miraré».

Le dolió su indiferencia, la ausencia de su mirada y su sonrisa, que entonces supo, era falsa, era una máscara que usaba con todos, recordaba lo bien que la habían pasado esa noche y juraría que él la adoraba, se sintió especial como nunca antes la habían hecho sentir.

«Pero claro, él estaba ebrio», pensó. Torció la mirada y continuó mirando por la ventana del autobús, pronto se bajaría.

Cuando llegó a la parada donde la dejó el autobús y comenzó su caminata hacia la compañía, se preocupó pensando que alguien en la fiesta los hubiese visto y fueran entonces la comidilla del lugar, su rostro se encendió mientras caminaba a paso lento hacia su trabajo, admitió para sí que al mismo tiempo le habría gustado que fuera así, quería que Julio César Betancourt fuera castigado por tratarla como lo hizo, aún en medio de la calle hizo una mueca de insatisfacción y se reprendió: no quería problemas, no quería venganza, él no tenía la culpa de no encontrarla atractiva, ella no tenía la culpa de no serlo, ella no estaba ebria, cualquiera habría dicho que ella fue quien se aprovechó de él.

Sacudió la cabeza y aspiró aire mientras levantaba la mirada del suelo, ella se preciaba de  ser digna, no era de las que buscaban a los hombres, era más bien tonta, siempre temió el rechazo, todos los chicos con los que salió siempre fueron quienes la abordaron; también le costaba decir que no, por lo que salió incluso con aquellos a los que hubiese preferido ni hablarles.

Entró a la recepción de la compañía y sonrió con amplitud al ver a sus compañeras llegando también, se abrazaron en medio de gritos de algarabía y felicidad. Abrazó a Alicia, una chica de unos veinte años y a Melisa, otra como de su edad, así como a Antonia de unos treinta años. Se abrazaron emocionadas por reencontrarse.

—Estás gorda, Vero —dijo Clara, una señora de unos sesenta años, también recepcionista, que tenía muchos años en la organización.

—Clarita, sí, es que comí de todo.

—Bueno, pero lo disfrutaste. Ya bajarás de peso de nuevo. Voltéate para ver —pidió con tono divertido.

Verónica se dio la vuelta riendo a carcajadas.

—Menudo trasero, si te caes rebotas.

Todas reían divertidas, Verónica comenzó a menearse de forma exagerada para sus amigas mientras se reía, de pronto entró alguien con paso sigiloso, jadeó sorprendida al ver Julio César Betancourt mirándola de forma fija con expresión de confusión. Él parpadeó varias veces y Verónica solo se pudo quedar callada y seria mirándolo con angustia.

—Buenos días, señor Julio César, feliz año—saludó Clara con tono irónico.

Él desvió la mirada hacia el suelo y movió el rostro hacia donde estaba Clara, se aclaró la garganta.

—Buenos días, feliz año.

—¿Cómo la pasó? —inquirió la mujer con tono alegre.

—Bien, con la familia. Espero que la hayan pasado bien ustedes. Sigo, buenos días.



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En el texto hay: hijos, oficina, custodia

Editado: 09.12.2022

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