Marie abrió lentamente la puerta de la habitación de su hija para ver qué estaban haciendo, no por preocupación —o tal vez sí— de lo que esos chicos pudiesen estar haciendo sino, porque Lara, debía tomar los medicamentos.
La televisión estaba encendida y Lara estaba dormida sobre su cama, acurrucada junto a Dante que también dormía, suspiró pesadamente al verlos así. No sabía cómo ese chico se había enterado del accidente de Lara, pero realmente le sorprendió lo angustiado que llegó a su casa preguntando por ella y, sobre todo, le sorprendió cómo el rostro de su hija se iluminó al verlo. Ya no le quedaban dudas de que su pequeña estaba enamorada y tampoco le quedaban dudas de, que en algún momento, tarde o temprano, su corazón; se rompería.
Esa misma mañana había tenido que ir a la universidad por algunos certificados de los chicos de los que estaba a cargo en la empresa donde trabajaba, tenía que dar su visto bueno sobre las pasantías para que se pudieran graduar. Iba caminando por el campus cuando vio a Dante junto a una chica; besándose. Ese hecho le tomó por sorpresa porque no sabía que Dante tuviese una novia, en un principio, pensó que ese chico estaba jugando con los sentimientos de su hija pero cuando él se dio cuenta de su presencia se acercó a saludarla, e incluso, le presentó a Alexandra.
Aunque, ahora que lo pensaba no la presentó como su novia.
Pero, el punto era que Dante, no se estaba escondiendo, lo que quería decir que iba en serio con ella y Lara solo era la pequeña vecina a la que quería como una hermana.
Despacio, cerró la puerta de la habitación, realmente angustiada caminó hasta la sala y tomó el teléfono, ya no podía alargarlo más; tenía que hablar con Roger, se temía que pronto tendría una adolescente desilusionada en casa. Además debía hablarle sobre el pequeño accidente que su hija había sufrido.
—¡Esa chica es una tonta! —decía Jenny mirando a una dulce chica que estaba sola unas cuantas mesas alejada de donde ellas y otras compañeras de clase estaban.
—No entiendo por qué no te agrada, Alice es simpática, aunque demasiado tímida —Lara estaba segura que esa repentina antipatía de Jenny por Alice se debía a que cierto chico que a la morena le interesaba —uno de los tantos que a la morena le interesaban— le prestaba demasiada atención a dulce chica de ojos miel.
El quejido emitido por su mejor amiga confirmaba su teoría, Jenny estaba mirando en la dirección de la solitaria chica justo cuando Paul, el presidente del consejo de estudiantes se acercaba a ella.
Su mejor amiga estaba algo desesperada por salir con alguno de los chicos populares del instituto, Lara estaba segura que ese deseo solo la haría meterse en problemas con las chicas mayores, en realidad, eso ya había pasado; el día anterior vio a la novia de Logan, el capitán del equipo de fútbol americano, tumbar los libros de Jen.
—Hola, Lara —todas chicas que estaban sentadas en esa mesa estaban pendientes de lo que pasaba unas mesas más allá con Paul y Alice, así que, todas saltaron del susto al escuchar esa voz.
Peter comenzó a reír de la reacción de todas esas chicas que lo miraban entre fascinadas y asustadas.
—¿Conoces a Peter Jackson? —hizo una mueca, la voz chillona de la morena chica que estaba junto a Lara casi le explota el tímpano— ¿De dónde diablos lo conoces?
—Peter… es el chico que cayó conmigo por las escaleras —no le pasó por alto el tono cauteloso que Lara utilizó. Seguramente la chica afroamericana era una de esas compañeras que hablaban de él todo el tiempo.
—¿Qué tal va tu mano? —la chica le contestó de manera educada que ya estaba bien, Peter frunció el ceño por su actitud distante, algo le decía que la mirada molesta de la morena tenía que ver con eso— ¿No te afecta para escribir en clases?
—Ella es zurda —intervino Jenny en un notable intento de llamar su atención. Y, si había algo de las chicas que a Peter le molestaba era precisamente eso.
—¿Y… tu tobillo? —concentró toda su atención en la chica que cautelosa le hablaba, ignorando a las demás.
—Ya no duele, aunque aún cojeo un poco y, no puedo participar en las prácticas hasta que el médico del equipo me revise.
—Yo… lo sien…
—¡Hey! No vuelvas a disculparte, ya lo has hecho demasiadas veces —sonrió y tomó un mechón de su cabello castaño entre sus dedos—. ¿Todavía estás sin teléfono? —Lara desvió la mirada hasta el teléfono nuevo que estaba sobre la mesa justo a su lado, lo estaba estrenando ese mismo día, Hans se lo había regalado realmente contento de esta vez no ser él quien destrozaba uno de esos aparatos del demonio.