—¡No corras muy lejos mocoso del demonio! —Exclamó una mujer ceniza a su travieso hijo.
—¡Ya te escuché vieja bruja!
El pequeño cenizo que había respondido de mala manera salió corriendo por entre los pasillos de aquella tienda, sus padres se habían detenido en aquella curiosa tienda para pedir el baño, él no lo necesitaba pero el interior de la tienda le había llamado la atención por los extraños artículos que se posaban en los estantes. Era una cabaña de madera, en el interior las paredes tenían decoraciones extravagantes; desde cabezas de ciervos disecados hasta cabezas de lobos y osos igualmente disecados, en la entrada justo en el suelo se hallaba la piel de uno de los osos usada como alfombra y misma que no quiso siquiera pisar por respeto al animal, tampoco dejó que sus padres la pisaran y agradecía que los adultos le hayan hecho caso.
Veía los objetos uno por uno, todos los que su vista alcanzaba ya que su tamaño no era demasiado, aún así lo poco que veía le parecía hermoso, al menos los que llamaban más su atención; se llegó a detener en los estantes del final para observar la fila de cajas musicales, había de diferentes formas y colores pero ninguna parecía servir ya que al abrirlas no se escuchaba nada.
—Quizá no tienen pilas.
Fue lo que se dijo a sí mismo mientras volvía a caminar pero luego de dos pasos se detuvo, había una curiosa puerta que no había estado allí hacía unos segundos, al menos él no la notó cuando pasó por allí, vio hacia los lados y al no ver a nadie por allí, abrió la puerta para entrar, notando muchas jaulas adornar el lugar; se acercó a cada una de ellas para ver su interior pero estaban vacías, entendió que por eso era que estaban en esa habitación o eso era lo que creía ya que no estaba seguro. Su concentración en las jaulas era mucha que no notó al hombre parado detrás suyo hasta que éste habló al punto de espantarlo.
—Un muchacho curioso, dime pequeño ¿Cómo entraste aquí?
—Por la puerta, ¿Por dónde más si no? —Respondió el pequeño cenizo con el ceño fruncido mientras veía al anciano. —¿Por qué tiene tantas jaulas vacías?
—Con que por la puerta, interesante —Comentó el anciano con una sonrisa por la pregunta. —No están vacías, debes observarlas mejor, aunque solo una de ellas es la que te escogerá.
El pequeño siguió con su ceño fruncido por las palabras del hombre al no entender de qué diablos le hablaba, quizá el hombre no estaba en sus cabales en esos momentos y alucinaba, aún así su curiosidad pudo más, así que se acercó a ver las jaulas de diferentes colores hasta que su mirada rubí se detuvo en una jaula de color oro donde notó un movimiento, aunque había sido fugaz lo había notado a la perfección; así que se abrió paso por entre las jaulas para llegar a esa en especial mientras el anciano lo seguía con la mirada. El pequeño se agachó frente a la jaula y acercó el rostro para poder observar dentro, sobresaltándose al ver una pequeña personita que se encontraba sentada sobre el pequeño columpio dentro de la jaula, parecía sostenerse mientras lo observaba igual de curioso que él pero llevaba a cambio una sonrisa amplia; el pequeño cenizo quedó maravillado con aquella pequeña personita y tomó la jaula con cuidado para no moverlo demasiado antes de acercarse al hombre.
—¡Mire! ¡Si hay algo dentro de esta jaula! —Exclamó el pequeño cenizo con emoción. —¿Pero qué es?
El anciano rió y se agachó para confirmar que era la jaula del pequeño príncipe de las hadas, sonrió saludándolo de manera leve y siéndole correspondido el saludo.
—Lo que estás viendo es un hada, para ser más precisos, es el príncipe de las hadas —Explicó el anciano tomando la jaula para abrir la puerta y dejar que el pequeño hada saliera con ayuda de sus alas. —Izuku te ha escogido y es posible que por él haya sido que entraste a éste lugar.
—Los hadas no existen, son solo cuentos —Comentó el pequeño cenizo con el ceño fruncido, viendo a la personita acercársele. —¿Un príncipe? ¿Y por qué está cautivo en una jaula?
—Eso es lo que se les dice a los cazadores para evitar que acaben con todos ellos —Explicó el anciano abriendo la mano para que el hada se posara en su palma. —Ellos decidieron vivir de esta manera para evitar la extinción de su gente, pero cada uno tiene su propia casa dentro de las jaulas e incluso hay jaulas donde hay más de un hada —Contó tranquilamente. —Desde hace milenios los Dioses le concedieron un deseo a la reina de las hadas, ésta pidió que cada cierto tiempo naciera una o cinco personas que tuvieran la visión etérea, aquellos con dicha visión serían los guardianes de las hadas pero su gente sería la que escogiera a la persona que sería su guardián. El pequeño cenizo se mantuvo escuchando con atención y en silencio mientras observaba al hada en la mano del anciano, quería agarrarlo pero tenía miedo aunque no se le notara demasiado.
—Durante mucho tiempo han habido personas con dicha visión que han llegado buscando al príncipe pero éste nunca se había dejado ver, al menos hasta ahora ¿Por qué será? —Cuestionó el anciano viendo al pequeño príncipe.
Izuku simplemente sonrió ampliamente sin decir palabra alguna, no diría la verdadera razón por la que escogió al pequeño guardián. El anciano respetó su decisión y asintió con levedad antes de extender al pequeño príncipe hacía el niño cenizo, el nuevo guardián del príncipe, para que lo sostuviera.
—El trabajo de cada guardián es cuidar que ningún cazador sepa de ellos, si un hada cae en manos de un cazador serán obligados a decir dónde se encuentra su gente y acabarán con todos ellos, hay que evitarlo a toda costa —Recalcó el anciano con seriedad, aunque le divertía que el pequeño no supiera cómo sostener al príncipe. —Abre la mano y deja la palma hacia arriba, deja que se pose sobre tu mano, es una forma de sostenerlo; algunas veces también suelen posarse en tu hombro —Le explicó antes de seguir contándole sobre la especie del príncipe. —Hay también cosas buenas que dan las hadas a sus guardianes.
Editado: 27.12.2021