Eider no podía creer lo que su corte le estaba anunciando. Desde que había pasado de ser un cachorro a un macho cada año durante la última década, sus compañeros y él, habían celebrado el aniversario de su transformación yendo al valle de los lamentos — un lugar aparentemente maldito al que pocos viajeros tenían la valentía o locura para lograr atravesar — todo para poder conseguir su cometido de cazar a un Nimbalu. Aún con todas las advertencias que su padre siempre le daba, nunca le había prohibido la posibilidad de visitar tal lugar. Eider no solo era el mejor guerrero con armas en todo Nimue sino que también lo era en las peleas cuerpo a cuerpo. No era por ser pretencioso. Sino que era consciente que no había un solo hombre Fera que pudiera contra él. Tan alta estima tenía en sus habilidades que hasta su padre - un hombre de pocos halagos - lo reconoció. Desde joven había sido educado para estar preparado para la guerra. Destacarse por sobre los demás. Ser el mejor en todo momento. Durante siete largos años de exilio, los miembros de las fuerzas armadas lo habían empujado al límite para convertirlo en un macho al cual todos temerán y respetarán. Se estaría mintiendo a sí mismo si no admitiera que todos esos años no rindieron sus frutos. Era un guerrero imparable. Sin debilidades fuera o dentro del área de batalla. Al menos eso era lo que creía.
Con ímpetu decidió presentarse en la corte sin anunciarse, algo prohibido. Algo que generalmente un joven príncipe no haría jamás, pero las circunstancias de ese día lo ameritaba. No solo sentía muy dentro de sí una vibrante necesidad de dirigirse al valle. Era mucho más que eso. Casi como si fuera un llamado. Necesitaba salir de aquella jaula dorada a la cual llamaba hogar. Al entrar a la sala común de la corte, esta se encontraba repleta de los miembros, quienes —al igual que siempre— se encontraban hablando de frivolidades sin sentido. Manelik camino sin rumbo hasta que Eider fue capaz de reunir suficiente valor como para parar en seco a su padre. Estiró sus largos y fornidos brazos hasta llegar a los de él. Al ver esto toda la corte se detuvo en un frágil hilo de silencio que reinó por toda la sala. Todos y cada uno de los presentes observaba sus movimientos, pero eso poco le importaba. Se encontraba bastante decepcionado y cansado por un día, no tenía la suficiente energía para seguir reprimiendo sus palabras por más tiempo.
Quería ser libre por una vez en su vida.
— Padre, debo protestar, sabes bien que es una fuerte tradición entre mis compañeros que vayamos al valle, y nunca nada, fuera de lo común, ha atentado contra mi vida — alegó dejando ver a su padre su creciente molestia mientras levantaba su cabeza y comenzaba a mostrar sus colmillos desafiando su autoridad abiertamente —. Ya no soy un joven macho ni mucho menos un cachorro que necesita que un superior lo guíe. Dentro de cualquier momento puedo ser nombrado como sucesor al tronó de Nimue. Y... aunque no es lo que espero por el momento, debo ser capaz de tomar mis propias decisiones. Con o sin tu permiso. Como un buen líder sería capaz de hacer.
Al instante supo que no debió haberlo hecho. Cuando vio a aquellos oscuros ojos carentes de emoción llenarse de enojo, supo bien que su padre no cambiaría de idea y mucho menos luego de que lo hubiera desafiado en público. Ambos eran similares en ese sentido. Como su tía Lyrinn solía decir: "Padre e hijo no eran más que bestias tercas y orgullosas que no se disculparán de sus actos ni aunque un Gostky los golpeara en la cabeza". Y la maldita tenía mucha razón, Eider no conocía a alguien tan orgulloso como su padre, y podía entender muy bien el porqué. Su padre había podido aprender a controlar sus emociones, casi siempre podía pensar mucho antes de actuar —un don que obviamente él no poseía— y debía de hacerlo, el reino requería un líder fuerte, honesto e imparcial que no tuviera o requiriera sentimiento alguno para con nadie. Y ese era Menelik.
Para su desgracia, Eider aún no era ese gran líder.
Aunque casi nunca podía descifrar las emociones en su rostro, había algunas que eran la excepción a la regla, ya que cuando las sentía dejaba mostrar por breves momentos pequeñas peculiaridades. Cuando sentía ira sus ojos amarillentos se tornaron oscuros, en cambio con la molestia Menelik siempre mostraba ligeramente sus colmillos, y cuando estaba feliz dejaba ver al mundo una ligera sonrisa acompañado de un brillo tenue en sus ojos. Desde cachorro había aprendido a distinguirlas muy bien en el rey. Podría decirse que era una de las dos personas que más lo conocían, por eso mismo sabía a la perfección que se encontraba extremadamente molesto en aquel momento.
— ¡Tú no serás rey! — gruñó mostrando sus puntiagudos colmillos al mismo tiempo que lanzaba un rugido que provocó que Eider bajará ligeramente la cabeza, mientras que el resto de los presentes saltaron del susto al escuchar rugir a su gobernante. Volviendo en sí, agregó frío — No hasta que estés listo, y en lo que a mi respecta puedo ver claramente que aún eres un cachorro que hace berrinches cuando no obtiene lo que quiere. ¡No irás a ese valle maldito, y es mi última palabra! ¿Lo has comprendido?
Lanzando una fugaz mirada a todos los presentes en la sala notó al instante como todos y cada uno, aún mantenían la cabeza baja ante su líder, sabiendo y respetando su lugar allí. Pero él no estaba dispuesto a hacerlo. Quería respuestas, y quería que fueran respondidas por su padre no por terceros. Necesitaba que por un momento el gran león sabio saliera de su papel de líder para ser solo por un breve momento el padre de Eider.
— Quiero saber la verdadera razón por la cual me estás negando ir. Por una vez, solo una vez, déjame escuchar de ti porque no puedo proceder a realizar mis deseos — murmuró exigiendo mientras poco a poco volvían a la lucha de miradas.
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Editado: 18.08.2024