El profesor sustituto

Capítulo 3

 

 

Los problemas entre Eduardo Martínez y Felipe Rodríguez habían aparecido muchos años atrás, específicamente cuando Martínez estaba cursando sus gloriosos años en la universidad. Sus compañeros lo conocían muy bien y ya tenían asumido que lo único que podrían escuchar de su boca sería algo de carácter intelectual. Odiaba ver televisión y en vez de pasar horas y horas frente a una pantalla, se sumergía en los libros disponibles en su biblioteca personal, para poder tener un tema de conversación con algunos compañeros de carrera o con sus profesores de la facultad de Educación.

Se había titulado con honores de la carrera de Pedagogía en Matemática en el año 1990, después de sufrir, tener que madrugar por 5 años y hacerse fiel amigo de los libros de la biblioteca y del típico vaso de café que vendían en la universidad, que le ayudaba a mantenerse despierto y tener mayor concentración durante sus clases. Ninguno de sus compañeros lograba entender cómo el chico más callado de la clase y el que sólo participaba en clases cuando sentía que podría aportar algo positivo estaba de pie en el escenario, esperando con ansias a su certificado de título y recibiendo felicitaciones por parte del director, al haber sido elegido el mejor estudiante de su generación, por sus notas sobresalientes y su buen comportamiento durante las clases. El último que subió al escenario fue Felipe Rodríguez. Habían sido amigos bastante cercanos durante los primeros años de carrera, pero se distanciaron bastante después de que Rodríguez se sintiera traicionado por su viejo amigo. ¿Qué había pasado en realidad entre ellos dos?

El problema había empezado cuando Eduardo Martínez empezó a salir en secreto con la ex pareja de Felipe Rodríguez. Estuvieron juntos alrededor de dos años y medio y de esta relación clandestina nació una pequeña niña, que obviamente nunca llegó a caerle bien a Felipe. La niña de ambos tenía piel blanca, el pelo rubio y los ojos verdes. Cuando tenía solo tres años de vida, Felipe Bustamante cobró venganza de su familia y mató a sangre fría a su mamá, cortándole el cuello en frente de ella, marcándola para siempre y generándole un enorme trauma de por vida a la hija de ambos. Después de que perdiera a su mamá, la pequeña tuvo que aprender a cuidarse por sí misma, ya que su papá había caído en depresión y se hizo muy amigo del alcohol. No se preocupaba de cuidarla, no le ayudaba a hacer sus tareas y cada vez que su hija le contaba alguna buena noticia o si tenía algún problema en el colegio, él se encerraba en su dormitorio y no salía de ahí en toda la noche. Tampoco seguía yendo a trabajar. Su abuela materna era quien se encargaba de llevarle comida a su nieta, de que estuviera aseada y de que hiciera todas las tareas del colegio.

Por estas razones, la hija de Eduardo estaba aburrida de vivir bajo su techo. Gracias a Dios, la situación en la que vivía a diario se terminó cuando su abuela materna fue a los tribunales de menores para pedir la tuición de su nieta, que en ese entonces sólo tenía 4 años y medio. El juicio para decidir quién sería el tutor legal de la menor se realizó quince días después, a las 8.15 de la mañana. La abogada de la niña participó activamente durante el desarrollo de la audiencia para defender a su clienta y les demostró a todos los presentes de que el padre legal de la menor no estaba en las condiciones adecuadas para mantenerla bajo su custodia; tomaba alcohol durante todo el día, no se preocupaba por su hija, estaba cesante hace más de un año y tampoco le mostraba el cariño que ella necesitaba. 

La jueza se mostró conmovida por la situación de la pequeña. ¿Cómo podía ser que con sólo 5 años tuviera necesidades de ese tipo? Algo en lo más profundo de su ser le decía que debía ser justa y darle lo que ella necesitaba: una casa decente, donde le entregaran amor y no pasara ninguna necesidad.  Fue así como la jueza Castillo dictó el fallo a favor de la abuela de la niña, entregándole la tuición completa de su única nieta, después de que le presentaran pruebas concretas de que con ella la niña estaría mucho mejor y tendría una mejor vida.

¡Silencio en la corte!  Señora Adriana, le deseo mucha suerte con su nieta. En cuanto a usted, señor Martínez, le prohíbo estrictamente acercarse a su hija sin la autorización previa de su tutora legal, la señora Adriana Letelier. Además, tendrá que pagarle una manutención de alimentos de $70.000 mensuales y si infringe con esta orden, lo mandaré a la cárcel. Se levanta la sesión.

 Aunque el recién egresado profesor de Matemáticas acababa de perder a su hija fue lo que le ayudó a superar la depresión, el alcohol y las drogas. Tenía la esperanza de que en un futuro próximo podría demostrarles a los tribunales que estaba recapacitado y completo para recuperar a la niña, que era lo único que le importaba en el mundo. Sin embargo, su meta nunca pudo cumplirse ya que su exsuegra nunca aceptó que viera ni que luchara por recuperar la custodia de su hija.  

Por otro lado, existía otra persona que jugaría en contra de la vida del profesor Martínez. Era Felipe Rodríguez, su antiguo compañero de la universidad, que llevaba esperando el momento ideal para poder atacarlo en dónde más le doliera. Ya había matado a la ex pareja de Eduardo, pero ahora que la niña estaba lejos de él, pensaba en que ella sería la persona ideal para seguir lastimando al mal nacido que lo había traicionado durante los años que estudiaron juntos en la universidad.

En el momento que Emilia introducía las llaves en la puerta de su casa, Diego le preguntó su sospechaba quién podría haber matado al profesor Martínez. Ya había pasado alrededor de un mes desde que los policías lo encontraron muerto a orillas del río, pero aún se podía escuchar su nombre, cuando las personas hablaban sobre él y su extraña muerte a espaldas de los demás, a plena luz del día.



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En el texto hay: misterio, asesinato, venganza

Editado: 14.06.2020

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