Una semana después de haber visitado a Eduardo Martínez en el cementerio, la directora del colegio les anunció a los estudiantes a través de un megáfono que las vacaciones de invierno ya habían empezado. ¡Por fin! Tendrían todo el tiempo del mundo para continuar con la búsqueda del asesino. Su siguiente estrategia sería obtener información de la directora. Sospechaban que ella también estaba escondiendo algo, por miedo a que la policía de investigadores lo metiera tras las rejas.
Uno a uno, los estudiantes fueron desocupando los salones de clase, cargando sus libros y con sus bolsos escolares sobre los hombros. Justo cuando se preparaban para salir, la directora entró a la sala 116 y le pidió permiso al profesor de inglés para conversar en privado con Emilia, Carolina y Diego.
¿Acaso los había sorprendido en algo malo? La oficina de la directora estaba ubicada a tan sólo unos minutos de la sala de clases. La siguieron a través del pasillo, decorado con cientos de trofeos, que los estudiantes obtenían cada año gracias a deportes como vóleibol, futbol y natación, algunas esculturas fabricadas a base de madera y unas cuantas bancas de fierro, a lo largo del pasillo.
-¿Saben por qué los traje a mi oficina? – les preguntó la directora, luego de cerrar la puerta y ubicarse en su escritorio de trabajo. Emilia miró a sus amigos con un sentimiento de nerviosismo. Por un par de segundos, ninguno de los tres dijo una sola palabra.
-El profesor Rodríguez los acusó a ustedes tres- dijo con voz fuerte y apuntándolos con el dedo- de haber entrado el fin de semana en su departamento sin su autorización.
-Eso no es verdad. Nosotros no hemos entrado a ese lugar- dijo Diego. La directora puso sus manos sobre su escritorio y lo miró fijamente, diciendo: ¿estás seguro de eso, jovencito?
Acto seguido, se dio media vuelta y caminó hacia su televisor de veinte pulgadas y que por el estado en el que se encontraba, llevaba varios días sin ser aseado. Lo prendió con el control remoto y les preguntó a los tres si reconocían sus caras en el video de seguridad que estaba reproduciendo para ellos. Efectivamente, los tres chicos habían sido sorprendidos por las cámaras de seguridad, cuando estaban viendo las fotografías de asesinatos, cuando Emilia tomó algunas fotos con su teléfono y también cuando se escondieron dentro del closet del profesor.
-¿Por qué nos está mostrando esto, directora? – preguntó Emilia.
-Porque quiero que me digan la verdad, nada más que la verdad. ¿Qué mierda hacían la semana pasada en el departamento de Rodríguez? – el tono de voz de la directora Álvarez había cambiado de sonar amable a sonar muy enojada. Diego intervino en la conversación, explicándole a la directora que estaban buscando respuestas sobre la muerte del profesor Martínez.
-No seas ridículo, Diego. El profesor Rodríguez no tuvo nada que ver con su muerte. Yo lo conozco muy bien y sé que no le haría daño a nadie- le dijo, con un cierto grado de nerviosismo, que demostró levemente cuando se acomodó el nudo de su corbata y movió sus dedos sobre la mesa.
-Yo no estaría tan seguro de eso, directora. Con mis amigas estamos absolutamente seguros de que él tuvo algo que ver con la muerte del profesor. Y si él no tuvo nada que ver con el caso, ¿por qué tiene tanto miedo de ir a la cárcel? – preguntó Diego.
-¿De qué está hablando? Por favor, señor González, no me haga reír- le respondió la directora, levantándose de su asiento para conseguir una botella de whisky.
-Usted sabe bien de lo que está hablando nuestro amigo. Emilia sintió como se le subían los humos por la cabeza al escuchar esta estúpida acotación de la directora, quien le dio una mirada desagradable y les pidió que salieran de su oficina.
-Será mejor que se olviden de este asunto, de una vez por todas y salgan a tomarse un helado, a ver una película, qué se yo. ¡Fuera de mi vista! Los tres salieron instantáneamente de la oficina de la directora, dándose cuenta de que no iban a poder llegar a un acuerdo ni hablar sobre la muerte que los había afectado a los tres por igual.
Caminaron hacia la entrada del colegio, con la cabeza gacha y sin saber muy bien que era lo que tenían que hacer para descubrir cómo y quién había matado a su profesor de matemáticas. De pronto, Diego les dijo a las chicas que lo acompañaban, cual era su plan B, para llegar al fondo de los hechos. Tenían que visitar la casa de Eduardo Martínez, ubicada a pocas cuadras de la Universidad Católica de Punta Arenas. Decidieron que lo mejor sería ir allá durante la medianoche.
-¿Cómo le pediremos permiso a nuestros papás? ¿Te has puesto a pensar en eso, Diego? – le preguntó su amiga.
-Pues, díganles que se juntarán a hacer una noche de chicas. Créanme, eso siempre funciona. El chico sonaba bastante seguro de si mismo. Las chicas se miraron la una a la otra, pensando que tal vez la idea de su amigo no era tan mala. Fue entonces que sacaron sus teléfonos de la chaqueta y llamaron a sus papás. Su amigo no necesitaba pedirle permiso a su mamá, porque dormía gran parte de la noche gracias a las pastillas antidepresivas que tomaba a diario.
-Listo, mi mamá me creyó todo lo que le dije. Carolina fue la segunda en confirmar que tenia permiso de sus papás para llevar a cabo su plan. Perfecto, les dijo Diego, dando inicio con la preparación previa del plan "Martínez"
Pocos minutos antes de la medianoche, Emilia salía de su casa en avenida España para juntarse con Carolina, que llevaba esperándola hace más de diez minutos, fumando un cigarro en la esquina. Había empezado a fumar hace algunos meses, pero siempre a escondidas de sus papás, porque le tenían estrictamente prohibido fumar y tomar cualquier tipo de alcohol.