La joyería que Amelia y yo usamos ese viernes por la noche que nos encontramos, eran nuestros anillos de compromiso y un regalo que mi familia nos hizo por lo especial de la fecha. Aunque entre los humanos solo la hembra utiliza anillo de compromiso, Marianne sabía de una tradición coreana en la que después de los primeros cien días de iniciada la relación, la pareja comparte unos anillos sencillos –“couple rings”, como se han hecho a conocer en el mundo-. Lo que hizo mi hermana fue mezclar ambas tradiciones y darnos a cada uno un anillo que significaba el compromiso predestinado con el que nacimos, ya que las alianzas que compartí con Amelia eran la promesa de amor eterno e infinito, y las utilizaríamos en la boda.
(…)
A puertas del ocaso, Amelia me sugirió regresar al apartamento. Cuando le dije que no era necesario, que la mansión era nuestro hogar, percibí una dualidad de sentimientos proviniendo de ella. Por un lado, estaba feliz porque nunca tuvo una familia y ahora tenía una muy grande, con suegros que fungían de padres, cuñadas y concuñados que la trataban como una hermana y sobrinos que, desde que supieron de mi conexión con ella, la llamaron tía. Sin embargo, por el otro lado, se sentía preocupada de lo que Solís pudiera pensar de ella al saber que vivía conmigo en la mansión. Acordamos que al llamar a Solís primero mencionaríamos otros temas para luego, al final, comentarle lo del cambio de residencia.
Amelia no podía hablar por lo nerviosa que estaba, así que yo fui introduciendo los temas con Solís. Cuando le dije que nos gustaría que nos ayude con lo de la ceremonia religiosa y que sea junto a Torres nuestros testigos ante el Dios Supremo, Solís dejó de hablar porque las emociones que sentía la hicieron llorar. Eso dio oportunidad a que se sumara Torres a la conversación, y como no creía que yo fuera Stefan Höller, sugerí hacer una videollamada. Torres le no había creído a Solís que Amelia me conocía y que se casaría conmigo. Solís y Torres tomaban a bien todo lo que le comentábamos, hasta que les dije que ahora la Mansión Höller sería el hogar de Amelia. Un silencio incómodo llegó y ninguno de los que participábamos de la conversación quiso romperlo. Escuchar el andar de mis padres hacia donde estábamos realizando la videollamada me llenó de tranquilidad porque supe que ellos ya habían captado la conversación que sosteníamos con la pareja de humanos que han cuidado de Amelia desde que la encontraron siendo una bebé, y llegaban a nuestro rescate. Saludando a Torres y Solís, mis padres entraron en la plática.
Ante la oferta y motivos que el “todopoderoso” Maximiliam Höller expuso, Torres quedó mudo y Solís atinó a agradecer por el amor, cuidado y protección que toda la familia estaba prodigando a Amelia. Al cortar la llamada, solo pude agradecer a mi padre y darle un fuerte abrazo. Papá me repitió en alemán: «Estoy ahora y siempre, hijo», haciendo que recuerde el consejo que me dio de vivir el presente con Amelia.
(…)
A Matthias y Milena los encontramos al salir del elevador cuando llegamos al apartamento para recoger nuestras pertenencias. Ellos recién llegaban de hacer las compras de alimentos para la semana, después de haber almorzado con Gonzalo, Nadia, Patrick y Gaia. Por todo lo suscitado el fin de semana, no pude conversar con mis hermanos ni darles las buenas nuevas. El fuerte abrazo que me di con Matthias llamó la atención de Amelia. Ella no se esperaba que fuéramos tan cercanos. Aún no le había comentado sobre mi relación con Matthias, Gonzalo y Patrick.
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hombre lobo alpha y luna, huerfana hija de la divinidad, sobrenaturales entre los humanos
Editado: 01.01.2024