Hace muchos años en una universidad hondureña,
específicamente hablando adentro de un aula en donde solo
se imparte las clases de matemáticas, estaba un grupo de
dieciocho estudiantes jóvenes, es decir once mujeres y siete
hombres, el mayor de ellos no pasaba los veintisiete años, ya
era el final del semestre y todos esperaban al maestro para
realizar el examen final de álgebra, el conjunto de
muchachos que curiosamente al inicio del periodo académico
era de treinta ya llevaba diez minutos esperando, mientras
tanto, algunos seguían estudiando, otros platicaban acerca del
puntaje que necesitaban para aprobar la materia, había
quienes predecían como sería el examen gracias a la
experiencia personal de haber reprobado la asignatura varias
veces, incluso varios prepararon pequeños papeles con
información para leerlos cuando el profesor estuviera
distraído.
Tiempo más tarde la ruidosa aula se convirtió en un
escandaloso silencio, parecía un lloroso velatorio, el deseo
por avanzar en el pénsum universitario los tenía presionados,
aquel ambiente fue el más tenso y pesado en todo el
campus universitario, las caras de todos ellos tomaron formas
no gratas al momento de ver la hoja, ya que descubrieron un
escenario impensado para enfrentar, durísimo hasta para la
mejor alumna de la sección, y lo peor fue cuando el maestro
lo confirmó, él con tranquilidad aseveró que habían dos tipos
de exámenes: uno difícil y otro imposible. Hacía un tremendo
calor en esa mañana debido a la poca ventilación, los
ventiladores del techo son viejos, polvosos y giran poco, a
veces hacen sonidos muy fastidiosos, en las paredes los
estudiantes de generaciones anteriores mandaron a colocar
diversos rótulos con varios temas que pasan inadvertidos, la
mayoría tiene frases positivas como: lo difícil se hace y lo
imposible se intenta, el sí puedo es la tarjeta para entrar al
baile de los campeones, nada más que tus pensamientos
puede cultivar el éxito; en cambio otros tienen los rostros de
reconocidos e inspiradores matemáticos tales como: Isaac
Newton, Gottfried Leibniz, Jakob Bernoulli, y otro número de
genios.
El maestro Bobadilla el cual es ingeniero industrial y doctor
en matemáticas, tiene barba larga y bigotes extensos, se
peina hacia atrás el cabello liso, usa siempre lentes negros y
redondos, es casi un clon de Wilhelm Röntgen (el alemán que
descubrió los rayos x) después de llenar la amplia pizarra con
las fórmulas trigonométricas que los alumnos usarían el señor
miraba fijamente a sus pupilos, ahí descubrió sus diferentes
actitudes: miraban al techo, se comieron las uñas y el
borrador de los lápices, suspiraron profundamente, miraron la
espalda del compañero de enfrente, rayaron la madera de los
pupitres, por eso él no les quitó nunca la mirada, desde su
escritorio casi sin parpadear con los brazos cruzados y
expresando una débil sonrisa parecía disfrutar ese raro
momento, sobre todo cuando recordaba que en varias clases
que impartió pocos le prestaron atención.
Luego de dos largas horas de lucha nadie pudo entregar el
examen, durante ese lapso de tiempo las caras universitarias seguían preocupas, pálidas e incluso enojadas, las secuelas
de tanto esfuerzo eran evidentes: ojos llorosos y rojos,
jaquecas, sueño, manos temblorosas, piernas entumecidas y
sudadas, fuertes dolores de espalda, sed, hambre, ganas de
orinar, en fin muchos padecimientos, inclusive las
calculadoras carísimas sufrieron inconvenientes, pues
tardaron muchos minutos en procesar los gigantescos
números efectuados en las ecuaciones, varios jóvenes
necesitaron papel adicional para abarcar las largas fracciones
parciales y también por hacer operaciones con logaritmos, la
desesperación creció cuando el profesor dijo:
-Dentro de diez minutos recogeré todos los exámenes.
Cuando por fin terminó todo el vía crucis nadie hablaba
mucho, había desilusión y resignación, tristeza sobre todo en
aquellos que se desvelaron por leer los gruesos tomos
matemáticos, la mayoría se fue a sus siguientes clases,
pasaron algunos días y el grupo anterior de muchachos tan
solo era de quince, ellos escucharon la fatal noticia que tanto
no querían oír en los labios resecos del ing. Bobadilla,
empezaron a reconvenirlo y le suplicaron que por favor los
ayudara, trucos que fueron demasiado inútiles, de los quince
allí presentes fueron trece los reprobados; sin embargo hoy
en día son excelentes profesionales (empresarios,
licenciados, decanos, ingenieros), en cambio los dos
hombres que aprobaron la asignatura, por giros inesperados
y raros de la vida decidieron abandonar para siempre el sueño
universitario.