-- Año 2019 --
Sekai escuchaba el mundo.
Al ser un kitsune de nueve colas, era capaz de ver y oír todo lo que ocurría en el globo, como una especie de omnipotencia pasiva en la que se enteraba de todo pero no intervenía. A su alrededor se reunían los sirvientes y las doncellas de la diosa del Sol, en espera de la resolución que el animal de pelaje dorado dictara. Luego de un rato, Sekai abrió los ojos y declaró:
—Todo está en orden.
Los sirvientes suspiraron con profundo alivio y volvieron a sus ocupaciones. Todo había comenzado seis meses atrás, cuando el dios de las tormentas se presentó en los dominios celestiales sin previo aviso; amenazando con destruirlo todo si no aparecía Sekai para enfrentarlo, pero la que apareció para encararlo fue Amaterasu.
—¿Qué significa todo esto? —inquirió con suavidad.
—Tu protegido asesinó a mi concubina —dijo Susanoo—. ¡Exijo su cabeza como pago por tal falta!
Tanto el zorro como la diosa sabían que tal afirmación era falsa, pero Sekai había decidido mantener en secreto lo ocurrido, a riesgo de que Susanoo descargara su furia en aquellos que habían dado los golpes finales a su hermana. Sin embargo, lo que ambos dioses desconocían era que Ritsu no había muerto verdaderamente, sino que vegetaba en una agonía que no parecía tener fin.
Pero claro, a Sekai le pareció más prudente mantenerlo en secreto. No podía permitir que nadie supiera de la existencia de algo tan peligroso como Primeval; no estaba bien tener que ocultar algo así, pero no tenía otra opción dado que el mundo aún no estaba listo para conocer lo que guardaba el reino primigenio.
Amaterasu había logrado apaciguar a Susanoo, pero éste le había advertido que volvería para vengar la afrenta de Sekai, y después se había ido. El kitsune estaba dispuesto a entregarse para evitar un problema mayor, pero la deidad solar se lo impidió argumentando que esto era solo una excusa de su hermano para luchar con ella.
—Lo que debes hacer es permanecer alerta por si regresa tal como lo dijo —pidió la diosa.
Y eso había hecho. Sin embargo, no hubo ningún rastro de Susanoo en el tiempo transcurrido hasta la fecha y Sekai se permitió relajarse un poco. Por las noches, visitaba a Ritsu en sus tormentosos sueños, pues a pesar de todo lo que había hecho él no tenía corazón para dejarla sola, así como no había tenido la fuerza para matarla un año atrás. En todas las veces que se habían encontrado, su hermana exhibía cierto grado de daño en su ser, ya que eventualmente era capaz de retomar el control sobre aquellas criaturas que vivían tras el muro, y lograba recuperarse solo para ser atacada por éstas nuevamente. Así había pasado un año, en el cual diversas noticias habían llegado.
Aún así, la vida de Sekai era tranquila y pacífica; pese a que el año nuevo había sido recibido con una serie de incidentes violentos, como si un aura de furia se hubiera esparcido por el globo. Los humanos siempre habían sido algo incomprensible para él, solo parecían ser propensos a la maldad cuando podían ser mucho más que eso. Pero ese tema ya no era su asunto.
Lo que terminaría por trastocar la vida del kitsune ocurriría de la forma más inesperada: como todos los días, se dedicaba a escuchar lo que sucedía en el globo cuando el susurro de las aguas llamó su atención, tras escuchar atentamente sus nueve colas se erizaron y se puso en alerta. Al verlo, todos los sirvientes detuvieron sus labores y esperaron, tensos. Luego de un tiempo, Sekai exclamó:
—¡El dios de las tormentas se acerca! ¡Corran a refugiarse!
De inmediato, los sirvientes huyeron, corriendo hacia el palacio para buscar cobijo y alejarse de la furia del dios en el momento en que éste arribaba al lugar. Actuando como distracción para que todos los demás pudieran estar a salvo, Sekai se apareció frente a Susanoo para frenar su avance.
—Por favor, deténgase —pidió—. Estoy aquí como lo exigió, deje a estas personas en paz.
—¿Acaso piensas dejar que te mate? —replicó Susanoo—. Estoy seguro de que no piensas volver a romper tu voto.
—Si he de ser sincero, no renové el voto de no violencia —admitió Sekai—, pero no voy a luchar en los dominios de su hermana.
Tras decir esto, Sekai tomó su forma humana. Pese a que su pelaje era dorado, el cabello del muchacho era rojizo y sus ojos amarillentos observaban fijamente al hombre frente a él. No tenía deseos de luchar, pero en caso de ser necesario se transportaría lejos de allí con Susanoo, en una especie de venganza personal: que su hermana hubiera caído al abismo justo antes de poder salvarla era en parte suya, por arrastrarla al fondo del mar sin dejar que la alcanzara.
De repente, Sekai sintió la mano de Amaterasu sobre su hombro, y en ese mismo instante un dolor atroz le atravesó el ojo izquierdo, como si hubiera sido reemplazado por una brasa ardiendo. En ese momento la vegetación más cercana al joven se marchitó y un silencioso pánico se apoderó de Sekai, ya que todo aquello podía significar una sola cosa: su hermana finalmente estaba muriendo. Tanto Amaterasu como Susanoo retrocedieron sorprendidos y Sekai salió corriendo hasta llegar a un sitio donde se encontrara completamente solo, fue entonces que cerró los ojos tratando de contactar a Ritsu en sueños sin tener éxito. En ese momento abrió un portal y se adentró en Primeval.
Más concretamente, en la parte contenida tras el antiguo muro.
—¡Ritsu! —exclamó Sekai recorriendo el lugar.
Una débil exclamación, varios metros a su izquierda, llamó su atención y se dirigió hacia allá; encontrando a Ritsu tendida en el suelo en un estado lamentable: su piel pálida estaba cubierta de rasguños y cardenales, además de tener un gran hoyo abierto en el estómago, del cual manaba una espesa sangre violeta. Sekai la tomó entre sus brazos, notando como su corazón latía débilmente.
Aún estaba a tiempo de salvarla.