—Layla —susurraban en mi oído.
La voz se escuchaba lejana, intentaba abrir los ojos, pero no podía, los párpados me pesaban cada vez que los intentaba abrir. Sentía como sacudían levemente mi cuerpo, pero lo único que salía de mis labios eran quejidos.
—¡Layla! —gritaron en mi oído, haciendo que gritaran del susto y terminara cayendo de la cama.
—¡¿Pero qué demonios te ocurre?! —bramé mientras me levantaba del suelo.
Anne estaba sentada en la cama; carcajeándose, sus manos estaban enrolladas alrededor de su estómago como si le doliera. Luego de unos minutos se calló y limpió algunas lágrimas que se escaparon de sus ojos.
—¿Ya terminaste? —pregunté de brazos cruzados.
Me observó con una sonrisa en su rostro.
—Sí.
Miré el reloj que estaba en la mesita de noche y apenas eran las ocho de la mañana.
—¿Estás loca? —cuestioné—. Son las ocho de la mañana.
—Es el cumpleaños de mi madre —se levantó de la cama—. Tu mamá entró hace unos minutos y dijo que el desayuno ya estaba listo, ¿no escuchaste? —Negué con la cabeza—. Cuando duermes caes en un coma.
—Estoy cansada, no hemos dormido nada. ¡Además, roncas!
Buscó el bolso que había traído el día anterior, sacó algunas cosas y colgó en su hombro izquierdo una toalla.
—Yo no ronco. —Arrugó la nariz.
—Pero si te quejas, parecía que querías golpear a alguien.
Alzó sus hombros y le restó importancia. Pasó por mi lado, entró al baño y en cuestión de segundos escuché como el agua empezaba a correr. Tendí la cama mientras que ella se bañaba y busqué en el closet ropa para entrar a bañarme.
—¡Rayos! —gritó desde el baño.
Salió del baño ya vestida y secando su cabello con una toalla.
—Se me olvido el regalo —me miró asustada—. ¿Cómo se me pudo olvidar?
—No lo sé, pero después de desayunar podemos ir a comprarlo.
—Sí, pero tenemos que ir a casa a buscar dinero. Papá seguro llevará a mamá a desayunar, así que tengo algo de tiempo. —Comenzó a contar con los dedos—. Creo que con lo que tengo ahorrado será suficiente para el regalo.
—Bueno.
—¡¿Entonces qué haces aquí?! —gritó y me sobresalté—. ¡Ve a ducharte y cepillarte, tu aliento es fatal!
Entrecerré los ojos.
—Mira quién habla.
—¡Layla ve! —Volvió a gritar.
Alcé mis manos en forma de rendición.
—Voy, voy.
Me adentré en el baño y escuché un te veo abajo de su parte. Me despojé de la ropa y me metí en la ducha, el contacto del agua fría contra mi piel, estremeció mi cuerpo. Enjaboné mi cuerpo y noté que en mi muñeca había un hematoma; el cual lo había hecho el tal Marcus la noche anterior con su agarré.
Después de terminar de ducharme y vestirme, apliqué una pomada en el hematoma, luego bajé las escaleras y entré en la cocina. Mamá y papá ya estaban sentados al igual que Anne.
—¡Buenos días! —exclamé y me senté al frente de Anne.
—Buenos días —respondieron al unísono.
Empecé a comer el desayuno que constaba de unas panquecas con miel y algunas frutas encima, jugo de naranja y pan tostado. Corté un pedazo y lo metí en mi boca, los sabores llegaron a mis papilas gustativas y estaba delicioso. Esa palabra le quedaba corta para describirlo, mamá siempre había sido un genio en la cocina.
—Saben…—habló mamá, llamando la atención de todos—. Esta mañana cuando iba al patio trasero, noté que había arena en la entrada y eso es raro —me miró—. Porque anoche, cuando cerré la puerta no estaba esa arena ahí.
Intercambié una mirada fugaz con Anne, quien mantenía el tenedor en el aire y su boca estaba abierta. Si le hubiera contado a mi madre que había salido en la madrugada, lo más probable era que me habría gritado, y si le añadía que me fui en un taxi a una fiesta donde había alcohol por todos lados. Ese hubiera sido mi final.
—¿Entonces? —insistió—. ¿Por qué había arena en la puerta trasera?
—Es…es que no encontraba las llaves de la puerta principal y abrí la puerta del patio para que Anne entrara.
—Qué raro. —Frunció el ceño—. Las llaves de la puerta principal estaban al lado de las llaves de la trasera. —Culminó mirándome.
Mierda.
—Estaba dormida, quizás no vi bien. —Alcé mis hombros, mientras introducía un pedazo de panqueca en mi boca.
Siguió con la mirada puesta en mí, le sonreí y seguí comiendo como si nada.
—¿Qué le puedo comprar? —inquirió Anne.
Habíamos recorrido casi todo el centro comercial en busca de un regalo para su madre. Cuando fuimos a su casa a buscar el dinero, tuvimos que pagarle a su hermana menor Chloe para que no dijera nada. Esa era una de las razones por la cuales amaba ser hija única, no tenía hermanos menores que me extorsionaban con contarle a mamá que se me olvidó su regalo.