La soledad es capaz de dañar corazones, destruir sueños y deshacer ilusiones. Los días ya no eran como antes, ahora estaba sola en los recesos; sentada en la banca bajo el árbol, ya no había nadie esperándome en la clase de historia, o alguien aguardando en las salidas del instituto. Mis padres sabían de la idea de los señores Foster, papá había estado en desacuerdo mientras que mamá de acuerdo.
Chloe estaba destruida, cuando la miraba caminar por los pasillos se mantenía cabizbaja y con los libros aferrados a su pecho, las ojeras adornaban su pálida piel y el dolor se reflejaba en su rostro. Anne no había escrito, una semana había transcurrido desde que se marchó y no había noticias de ella. Mamá decía que tenía que darle tiempo al tiempo, esperar a que ella se sintiera mejor y no culpable por haberse ido. La espera por noticias me estaba matando y consumiendo; me sentía ansiosa, como si fuera una niña que esperaba el día de abrir los regalos de navidad.
—¿Estás bien? —inquirió Derek a mi lado.
Volteé mi mirada hacia él y recorrí su rostro. Debajo de sus ojos había algunas ojeras, sus ojos lucían cansados, como si desearan cerrarse para descansar. No sabía el motivo de sus desvelos o su cansancio, aunque algunas noches cuando no podía dormir lo llamaba y hablábamos por horas hasta que el sueño me vencía. Nos encontrábamos sentado en la banca en la que me sentaba con Anne, cada uno tenía sobre sus piernas la bandeja del almuerzo, solo habían pasado siete días y se sentía una eternidad.
—He tenido días mejores. —Intenté sonreír, pero me salió una mueca.
Mi miró con ternura.
—Ya escribirá o llamara —susurró—. Ten paciencia.
—Lo sé. —Suspiré—. Pero la espera se me hace eterna.
Asintió en respuesta y comimos en silencio. Cada uno sumergidos en sus propios pensamientos. Cada uno lidiando con sus propios demonios y miedos.
Existen millones de fobias y miedos, y mi mayor miedo era perder a las personas que amaba. Muchos le tienen miedo al olvido, pero no hacen nada para ser recordados, otros le tienen miedo a la muerte, la cual solo es un paso más que damos en algún momento.
—Cariño, ¿estás segura que no quieres ir? —cuestionó mamá desde la puerta de mi habitación.
Negué con la cabeza.
—Está bien. —Soltó un suspiro de resignación—. Cualquier cosa llámanos.
Asentí en respuesta y ella salió del cuarto negando con la cabeza. Observaba las fotografías que tenía junto a Anne. Mis padres iban a ir a una cena de negocios y me habían invitado, pero no quise ir.
Miraba cada una de las fotografías, las lágrimas hicieron su aparición y descendieron por mis mejillas, un nudo se creó en mi garganta y mi pecho se contrajo. Había una foto que siempre voy a amar, estábamos las dos en casa de los abuelos con vestidos de princesas y coronas. En ese tiempo el Bullying no era tan fuerte. Teníamos unos siete u ocho años, ambas estábamos jugando y el abuelo nos tomó la foto. No mirábamos tan felices.
¿Era egoísta por querer que estuviera ahí conmigo?
Solemos aferrarnos a las personas y cuando estas se marchan de nuestro lado, se llevan un pedazo de nuestra alma. Es inevitable no hacerlo, aunque sabía que podía verla, que podíamos hablar, pero no era lo mismo, era difícil estar a kilómetros de distancia.
Tocaban el timbre de la casa con insistencia, igual lo hacían con la puerta. Me levanté de la cama y dejé el álbum de fotos a un lado. Bajé las escaleras de la casa con paso lento, llegué a la puerta y luego de limpiar las lágrimas de mis mejillas y tomar una bocanada de aire la abrí.
—¿Qué haces aquí? —inquirí sin evitar que mi voz saliera con reproche.
Arthur estaba parado enfrente de mí, sus ojos escudriñaron mi rostro, alzó su mano y acarició mi mejilla izquierda, limpiando el resto de lágrimas. Cerré mis ojos ante su tacto y la opresión en mi pecho se hizo presente.
—¿Por qué lloras? —cuestionó en un susurro.
—Vete —dije e intenté cerrar la puerta, pero lo impidió.
No tenía ganas de discutir, solo quería irme a mi cuarto y refugiarme allí.
—Layla…
—Ahora no, ¿ok? No necesito lidiar contigo ni con lo que sea que tenemos o teníamos, no necesito esto ahora. Y si no es mucha molestia, vete que no quiero ver tu estúpido rostro.
Me miró inexpresivo e intenté volver a cerrar la puerta y él no me dejó. Ambos forcejeamos un poco, pero no sé en qué momento había comenzado a llorar, no sé en qué momento me aparté de la puerta y comencé a caminar hacia mi cuarto, pero cuando estuve dentro de mi habitación, cerré la puerta con fuerza y solté un chillido lleno de frustración.
Estaba tan cansada emocionalmente, tan rota.
—Layla…
—¡He dicho que ahora no! —grité entre las lágrimas y volteé a verlo—. ¡Ahora lárgate de mi casa y desaparece! ¡No necesito esto ahora! —No se movió y eso me hizo enojar, me hizo romper un poco más—. ¡Largo, Arthur!
Un débil sollozo escapó de mis labios y cubrí mi rostro con las palmas de mis manos. Arthur me rodeó con sus brazos y me quebré como una muñeca de porcelana entre sus brazos, envolví con mis brazos su torso, enterrando mi rostro en su pecho. Sus manos acariciaban mi cabello y se mecía con suavidad hacia los lados, intentando que me calmara.