El CUERPO DE VALENTINA había sido limpiado con agua tibia y untado con un ungüento a base de hojas caléndula hervida y machacadas hasta crear una pasta, adherida a la herida y cubierta con paños limpios. Lo que más le preocupó a su cuidadora fue el pus que supuraba por la herida, he incluso olía mal. El corte cicatrizaría con el tiempo.
—Si yo fuese usted milord, no la movería, no está en condición para un largo viaje y menos sobre una montura. Puede quedarse en otra habitación, yo me ocuparé de cuidarla. —La activa figura abandonó la habitación, necesitaba algunos de sus ungüentos de la cocina.
El cuerpo de esa joven estaba envenenado, se dijo, tenía algunas dudas de que sus ungüentos fuesen efectivos, pero lo intentaría. A su mente le vino el recuerdo del caso parecido con un trágico final.
Años atrás la joven hija del molinero había muerto en extrañas circunstancias y con los mismos síntomas, he incluso el doctor y sus conocimientos no pudieron salvarla. La señora Durman se paró, una idea imposible le pasó por la mente, miró hacia arriba con la esperanza de que no se repitiese lo mismo de años atrás. Lo sucedido a Ava, dejó a toda la aldea en una penumbra, un lugar seguro y próspero donde vivir se había convertido por meses en un sin vivir por medio a lo desconocido.
Ava era una dulce muchacha de apenas diecisiete años cumplidos, cuando fue brutalmente atacada en el patio trasero de su casa, fue tan rápido que nadie de su familia escucho nada, siendo sus hermanos mayores quien la encontrase a escasos metros de la propiedad, moribunda. Incluso el propio doctor trató de curar en vano las heridas tan iguales a las que sufría ahora Valentina. Desgraciadamente Ava se rindió a las dos semanas, las altas fiebres y la infección ya propagada por todo su débil cuerpo acabó con su joven vida.
Después de varios días de búsqueda, el doctor junto a un grupo de voluntarios dio caza a una bestia, parecía humano, pero era más grande y fornido y de aspecto vampírico, se sorprendieron ante tal hallazgo, una especia nunca vista por aquella zona. El arma que encontraron junto a este estaba impregnada en una sustancia que el propio doctor la describió como un veneno letal. Una pócima a base de plantas y anfibios venenosos.
Eran brebajes antiguos y los únicos que sabían y podían sanar al enfermo eran los Healers. Monjes curanderos con el sobrenatural conocimiento en pócimas y ungüentos, pero estos vivían en monasterios y abadías. Hacerlos venir era imposible, no se relacionaban con el mundo exterior ni con nada que no estuviese dentro de los muros de sus claustros.
Pero quizás si pudieran llevarla hasta ellos. Hablaría con él, se dijo. Pero no revelaría a nadie de sus sospechas, ni siquiera al mismo doctor. Ella pondría su poco conocimiento en práctica y con la ayuda Divina a su lado, quizás algo se pudiera hacer, pensó.
***
Max, su hermano y Luck, se encontraron con todo el tiempo del mundo en sus manos y con muy poco por hacer. La salud de ella los retenía allí, tenían que encontrar una solución, no podían quedarse allí sin hacer nada y a la merced del destino. La fiebre visitaba a Valentina cada noche. Amainando al amanecer. Dejándola exhausta, sin fuerzas para moverse, por lo que tenía que guardar cama y así sucesivamente durante cuatro días.
La señora Durman al ver que la situación no mejoraba, sino que avanzaba, aunque fuese lentamente, decidió hablar con Max. Lo encontró en la habitación, sentado a los pies de la cama. Valentina descansaba, su rostro se había tornado de una palidez mortecina. Aquella imagen la perturbó, sabía que Valentina al igual que Ava se iba apagando como una vela, pero aún estaban a tiempo.
—Tiene que llevársela de aquí—dijo ella. —No creo que pueda hacer mucho más. Necesita que la curen los Healers y aquí no lo encontraran. —Max la miró fijamente, conocía de ellos y sabía dónde encontrarlos. —Y hay algo más que... —La cansada figura se sentó en la silla cercana a la chimenea, con las manos cruzadas sobre su regazo le contó lo sucedido años atrás, con todo detalle, sobre el caso muy similar al de Valentina.
Max, agradeció en silencio. La mujer no tenía la necesidad de verse involucrada en ello, pero aun así decidió ayudarlos. Y él, jamás olvidaría su ayuda y esfuerzo. La recompensaría de la mejor y única manera que él conocía.
—Usted ha hecho bastante y ha sido más que generosa con nosotros, —contestó el, cuando ella quedó en silencio.
Max no había dejado de pensar mientras ella le contaba todo lo ocurrido en el pasado. Él nunca supo de esos ataques, pero si conocía las costumbres y métodos de envenenamiento que el Clan Fures solía usar.
—¿Cree que podrá viajar en dos días? —preguntó, mirando hacia la cama.
—Quizás—pero siempre y cuando vaya lo bastante cómoda, y no me refiero a una montura. —Zanjó ella—asegurándose de que aquella idea quedaba descartada. —Los abasteceré de todo lo necesario para el camino.
Max se levantó y sacando del bolsillo de su levita una pequeña bolsa llena con más monedas de oro, se la piso en la mano.
—No aceptaré un no como respuesta.
La mujer miró hacia sus manos, con dedos temblorosos abrió la pequeña bolsa de piel marrón, sus ojos lo dijeron todo.
—No sé qué decir— Su voz sonó rota.
—Entonces, ¿tenemos un trato? —dijo el tendiéndole la mano.
Tenían un acuerdo secreto entre ellos dos. Ella solo pudo asentir con la cabeza. Aquel hombre era muy generoso. Fuesen quienes fuesen, merecían ser ayudados. Max se acercó hasta la cabecera de la cama, inclinándose hacia Valentina beso su frente, susurró algo que ella no pudo entender. Cogiendo su gabardina y su gorro se despidió de la mujer con una inclinación de cabeza y cerrando la puerta, echo una última mirada hacia la cama.
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Editado: 07.12.2023