LA SALUD DE VALENTINA HABIA MEJORADO asombrosamente, cada día que pasaba mejor se encontraba. Se sentía feliz y con ganas de empezar una vida al lado de Max y de los suyos. Aleyda se portaba como si fuera una verdadera hermana con ella, algo que apreciaba enormemente. Por mucho que Max la cuidara he intentase protegerla de todo, la compañía de Aleyda como mujer la ayudaba en el día a día. Había cosas de las que podía hablar con ella más cómodamente. Leía un libro, cuando la vió entrar en sus aposentos que compartían.
La cripta estaba tan cambiada, dudaba si el abal Gill Dericott la dejaría como estaba o la volvería a su estado original. Aleyda entró alegremente, cargando un paquete envuelto en papel marrón bajo su brazo. Ella no dijo nada, le sonrió y volvió a su lectura.
—He traído para ti también, como sé que Max aun no te deja salir, he preferido traer para las dos—dijo ella, mientras deshacía la lazada del paquete.
Valentina levantó la mirada de su libro sin entender muy bien a lo que se refería.
—Me costó encontrar a la señora, Por lo visto, ella misma hace esta clase se necesidades intimas femeninas —continúo diciendo, girándose para mostrarle unos pequeños paños con rellenos de algodón zurcidos a mano.
—Has pensado en todo Aleyda, ¿qué haría sin ti? —Valentina clavó la mirada en la página sin intención de leer. De pronto cayó en la cuenta de que ella no había tenido su…. Desde hacía… No podía ser, se dijo, pensando en la noche que pasaron juntos en la fortaleza, donde pasaron unos días antes de salir hacia Francia…Y también en la posada.
Cerró el libro bruscamente. Aleyda ni siquiera se dio cuenta del cambio de su semblante. Esta estaba muy extraída con los preparativos de su viaje. Ciprian y ella marcharían en unos días hacia la ciudad de Paris.
¿Estaría llevando el hijo de Max en sus entrañas? Cabía la posibilidad, pensó. Instintivamente se llevó la mano hacia su vientre. La idea la inundo, su felicidad quizás, podría verse completa.
Miró hacia la ventana, era medio día y él debería estar casi a punto de venir a verla, como de costumbre. Unos golpecitos en la puerta la hicieron dar un respingón, estaba nerviosa, y si no se relajaba él lo notaria. Efectivamente era Max. Puntual, como un reloj.
Aleyda dejó sobre su cama el pequeño gorro adornado con una pluma de faisán, haciendo juego con su traje de montar. Se dirigió hacia puerta, al abrirla sonrió al ver a su hermano.
—¿Preparada para tu viaje? —Preguntó el viendo varios vestidos sobre la cama, zapatos y botas en el suelo junto a dos enormes maletas casi llenas
—Casi, diría—respondió ella, sin dejar de moverse de un lado a otro.
Max miró hacia Valentina, estaba sentada en medio de la cama con un libro en su regazo, llevaba puesto un vestido bata de muselina de un color celeste cielo, medias blancas y el pelo, recogido aun lado en una gruesa trenza. Y se le veía pálida, como si algo la inquietase, pensó él. Tenía que hablar con ella. Pero su hermana estaba presente y quería estar a solas. Necesitaba una excusa.
En ese momento unos golpes en la puerta hicieron desviar la mirada de ella, él mismo se dirigió para abrirla. Como caído del cielo, sonrió al ver a su hermano. Su excusa, pensó. Sin dudarlo se acercó a él, pidiéndole que se llevase Aleyda por un rato. Ciprian lo miró y con una amplia sonrisa comprendió lo que sucedía. Asintió entrando en la sala. Saludó brevemente a Valentina con la excusa de que venía buscando a su hermana, tenía que comentarle algunos pequeños cambios en el viaje, que no podía a esperar.
—Espero que no te hayas echado atrás, no se admiten cambios de planes a última hora—dijo Aleyda, dejando lo que estaba haciendo para acompañarlo. Max agradeció el gesto, Valentina lo observaba, acercándose hacia la ventana quedando a poca distancia de ella.
—¿Cansada? —preguntó él. —¿Quieres que te traiga algo?
—No.—Respondió ella, bajando la mirada jugueteando con una borla que adornaba su vestido.
—Tengo algo que decirte —Max carraspeó para aclararse la voz. Había superado situaciones peligrosas y salido victorioso. Pero no era comparable con los sentimientos que batallaba en su interior. Valentina levantó la mirada hacia él. A contra luz un aura blanquecina se creaba alrededor de él, haciéndolo irreal. Él avanzó un par de pasos, sentándose a su lado de la cama. La tomó de la mano, cruzando los dedos entre los de ella, se los llevo a los labios y los besos.
—Max…yo—interrumpió ella, tomándolo de la barbilla y obligándolo a mirarla. —Yo también tengo algo decirte, pero creo que ahora las palabras sobran —dijo. deshaciéndose de sus dedos para cubrir su mano sobre la de él y llevarla hasta su vientre. Lo miró sin decir nada. Max pudo entonces sentir los latidos de su aun no nacido heredero o heredera...algo que no lo alteraba en absoluto. He incluso se atrevió a romper su promesa. Con la mirada foja en ella, Max supo entonces lo que Gill Dericott le había dicho. Tenía razón y ella lo sabía.
—Perdona, sé que te lo prometí —dijo Max bajando la mirada humildemente. El solo quería sentirlo por sí mismo y leerlo en su mente. Valentina no dijo nada, levantó su barbilla y lo besó tiernamente. Ahora, más que nunca sabía que Max era suyo. Él la abrazó, saboreándola y compartiendo el placer de tenerla en sus brazos.
***
ERA UNA HERMOSA mañana de a finales de febrero. Había nevado durante la noche por lo que había dejado una estampa invernal sobre la abadía. En el estudio que él usara durante su estancia en la abadía, habían sido el lugar elegido para ser desposados por el abal Gill Dericott, y junto a sus hermanos como testigos de aquella deseada unión.
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Editado: 07.12.2023