MÓNICA
<< ¡Vaya ruido que tienen estos niños! >>
La hora de dormir había pasado, la hora del último autobús llevaba ya bastante ventaja sobre Zaira, sólo esperaba la llamada de su madre para reclamarme por lo sucedido.
Pensé seriamente en subir y decirles que su conversación había terminado, pero no pude, recordé mi adolescencia y no pude, así que solo dejé que ellos dos se dieran cuenta de la hora.
Prendí la estufa y, coloqué una olla con agua para después preparar un té verde con menta, para calmar la comezón de garganta que me estaba afectando.
Puse un vídeo que tenía guardado en mi celular sobre las fotos de Axel, mientras bebía me acomodé en el sofá. El vídeo tenía una música de piano bastante alegre, la primera foto era nuestra de hace 18 años, el pequeño Axel estaba recostado en mis brazos envuelto en una sábana azul, y en mi cara se notaba alegría. La imagen cambió y podía ver a un pequeño niño caminando de mi mano, yo llevaba un vestido rojo y mi estilo de cabello bastante llamativo, la música era pegajosa al oído. Las fotos fueron cada vez más emotivas, desde el bautizo, la comunión, la salida de la primaria y secundaria, todas ellas a mi lado y a lado de su padre; estaba al borde del sentimentalismo.
De pronto, en la ventana, escuché los golpeteos de las gotas de lluvia tratando de entrar, al parecer había granizo cayendo. Me levanté y puse pausa al vídeo justo cuando iba en una foto donde estábamos en el ángel de independencia en la ciudad de México, su padre lo cargaba sobre los hombros y yo estaba tomada de su brazo.
La lluvia arreció así que corrí a cerrar las otras tres ventanas, puse llave a la puerta y continué viendo el teléfono. Los minutos transcurrían y la plática de los chicos aún se escuchaba, aunque sin entender muy bien de que hablaban. Continué viendo el video y recordé la primera vez que Axel empezó a cantar a los nueve años, su primer video musical cantando una canción de Alejandra Guzmán sin saber lo que significaban las letras, paradito en el escenario que le construimos en la casa frente a familiares.
Me interrumpió de pronto una llamada, el número comenzaba con 624, por lo tanto, tenía que venir de aquí mismo. Luego por sí solo, apareció el nombre que tanto temía; "Ramona". Dejé que sonara, me apresuré a subir por la escalera en forma de caracol hasta la pequeña entrada al cuarto de mi hijo, toqué dos veces antes de intentar abrir, pero estaba asegurada.
— ¡Hijo, Zaira, es urgente que me dejen pasar!
— Ya voy mamá, espera un segundo.
Escuché al momento cómo retiraba el seguro y entonces su cara se asomó hacia mí, desde arriba.
— ¿Qué pasa ma?
— ¿En dónde está Zaira? Su mamá llamó.
Vi como su cabeza se asomaba rápidamente detrás de la de Axel.
— ¿Dijo algo malo? — preguntó intrigada.
— No he respondido, necesitaba venir a verlos para saber si te quedarás o te irás esta noche.
— Me lo he estado pensando, decidí que debo irme, sólo que el tiempo se me ha ido volando — respondió.
— Está perfecto, solo necesitaba saber eso — le dije — los dejo y en cuanto estés lista me avisas para poder llevarte yo misma.
— No es necesario, señora — dijo alterada — pediré un Uber.
— Como tú desees, hija. Te veo en un rato aquí abajo para saber en qué te vas— le respondí.
Bajé rápidamente y llegué hasta la sala, escuchaba la lluvia cada vez más intensa, y los relámpagos cayendo por doquier. Me puse nerviosa, me aplastaba los dedos unos con otros, daba vueltas por todo el lugar esperando otra llamada, pero nunca llegó, así que tomé el teléfono para llamarle yo misma y el resultado fue la operadora mandándome a buzón de voz. Pasaron veinte minutos más y yo estaba distraída acomodando una mesa que tenía encima un jarrón con flores coloridas. Escuché como la puerta de Axel se levantaba con ese sonido característico de la madera, vi los pies de Zaira descendiendo, la vi bajar hasta el primer piso y detrás de ella iba Axel con su mochila puesta.
— ¿A dónde crees que vas, jovencito? — le dije en cuanto llegó a mí.
— Voy a acompañarla — respondió levantando los hombros. Tenía las manos sujetas a las correas de la mochila.
— ¡Por supuesto que no! — respondí — ¡mira nada más cómo está el clima! tú apenas te estás recuperando de tu malestar.
— Voy a ir ma, Zai y yo necesitamos hacer algo importante y no podemos continuar con el material que tengo aquí.
Me quedé viéndolos un rato, analizando sus caras en busca de un plan malvado, pero no encontré nada.
— Bien — solté — yo los llevaré. Y el hecho de que me acompañes servirá para que me ayudes por si la mamá de Zaira intenta asesinarme.
— ¡¿Qué?! — dijeron al mismo tiempo.
— Es broma, es solo un decir — les dije riendo. — Vayámonos.
Salimos de casa apenas la lluvia se había calmado, Axel llevaba su mochila verde con muchas bolsas, Zaira se colocó el gorro sobre el cabello alborotado y yo me puse mi abrigo de piel negro, me di un último vistazo en el espejo arreglando el rizo que me caía por la frente y, los seguí por la salida.
Axel iba cantando una canción por el camino que llevaba a la cochera, Zaira le hacía de corista y ambos se iban empujando mientras reían, se veían muy felices, a pesar de que la letra se escuchaba triste.
Yo iba de brazos cruzados tras ellos, tenía la sensación de que algo estaba mal, pero simplemente decidí no darle importancia.
— ¡Pido el lado izquierdo! — gritó Axel al momento de tener el carro enfrente.
— ¡Siempre tienes el lado izquierdo! — respondió Zaira corriendo tras él.
Llegaron al coche y se estamparon en sus puertas tratando de abrir.
— ¡Gané! — exclamó Axel.
— ¡No se vale, eres mucho más rápido que yo! — le dijo Zaira.
Siguieron discutiendo aun estando dentro del auto, y a mí me seguía poniendo nerviosa la noche silenciosa, fría y llena de niebla. << Hace años que no llovía así, ni siquiera llovía aquí. >> Pensé.
Me apreté el abrigo y tomé asiento, toqué el volante frío con las manos desnudas y después giré la llave.
— Se le ve bien ese esmalte, señora — dijo Zaira sonriendo hacia mí.
Levanté los dedos al aire para que pudiera apreciarlo mejor. — Gracias, se hace lo que se puede.