Gesher.
La sangre derramada me había salpicado en la cara, en la bata blanca y en los zapatos que eran nuevos. El pobre diablo de Gustavo estaba tirado boca arriba en el piso húmedo, su uniforme ahora se veía negro gracias a todo el líquido que le escurría desde las cuencas de los ojos; los cuales ya no estaban, se habían salido de su lugar, ahora miraban a otro lado sin ver, esperando a que algún roedor lo devorara. No pude evitar que una risita se me escapara.
El muchacho tenía los pantalones después de todo, pero no puedo decir lo mismo de su puntería. Vaya que había un asesino formándose en él, sería un buen recurso para este lugar, un recluta que probablemente me gustaría tener.
Costó un poco ponerme de pie, con el dolor en mi garganta y ese intenso ardor en el pecho, apenas alcanzaba el aire. Al levantarme con ayuda de una de las sillas me atacó un mareo atroz, y una arcada me llegó también. Estaba muriendo.
Recordé entonces el diagnóstico que el médico me había dado hace ya dos años; era un día nublado entonces, como pocos aquí en San Lucas, el doctor me miró un par de segundos sin saber cómo soltarlo, pareciera que yo era alguien muy débil.
<< Cáncer de pulmón en etapa 4, metástasis avanzada >>
No había mucho que hacer, ya era muy tarde para siquiera intentar un tratamiento. El doctor dijo que la única opción era un tratamiento paliativo, uno de esos que hacen por lastima, y yo no quería eso para mí, ni siquiera tenía el tiempo. Ese día tomé mi chamarra, salí del consultorio dejando al oncólogo hablando solo, me dirigí a casa y puse manos a la obra en un trabajo que me ayudaría a encontrar una cura, algún tratamiento. Fue entonces cuando me senté en mi habitación, estresado, preocupado y con mucha ira por dentro; ¿cómo podría Dios dejar que esto me pasara? Ni siquiera creía en un ser superior, pero en tiempos de dolor y angustia, cualquier método es bueno.
Ese día ocurrió lo del efecto espejo, cuando la lámpara estaba encendida al otro lado, pero no en mi dimensión. Algo se encendió en mí; esperanza.
Desde entonces el P83N83 se ha estado creando, y ahora está vivo, por fin podré cruzar al otro lado, por fin hallaré la cura a esta maldita enfermedad, y no dejaré que esos mocosos me arruinen la diversión.
Mi reloj comenzó a vibrar, era un mensaje de voz importante: << Los chicos están en el cuarto de pruebas, señor, ¡vengan rápido!
El dolor era mucho, pero pude ponerme completamente de pie, caminé un poco cojo hasta el pasillo, donde no se notaba ni un solo ruido, fui directamente a mi oficina y presioné las teclas correctas para acceder, no había mucho que pudiera hacer desde aquí, pero tenía que encender la máquina de una buena vez.
La puerta hizo un <<clic>> antes de abrirse, y al entrar encendí la luz. Sonreí, ese lugar me daba tanta paz. Avancé hasta el escritorio, encendí la computadora y activé el P83 a distancia, debía estar brillando justo ahora.
– Vamos a jugar con esas ratas de laboratorio justo ahora.
Pasaron al menos diez minutos hasta que pude llegar al cuarto, al entrar, la luz roja me cegó por un momento, pero Dante estaba esperando. – Los tenemos señor – dijo con seriedad.
– Parece que hoy es mi día de suerte entonces.
Avancé por el cuarto hasta llegar a la pared cercana a los especímenes, ahí estaban los cuatro chicos atados de manos y pies, sentados y gritando por piedad, como si se la merecieran realmente.
– Tienes que parar con esto padre, está muy mal – dijo Alan desde abajo.
– ¡Liberen a Alan, idiotas! – grité al verlo tan humillado.
Dante se acercó hasta mi hijo, cortando la soga de sus pies y liberando las esposas de sus manos.
– Me decepcionas cada vez más, hijo. Ahora es tu momento de redimirte, te puedo perdonar tu amarga traición si cooperas conmigo.
Alan miró a los tres parásitos atados y después se volvió hacia mí, – no los lastimes, por favor.
– ¡Tiene que dejarnos ir, por favor! – gritó la chica – nadie se enterará de esto.
– ¡Cierra la maldita boca, asquerosa escuincla! – respondí molesto – Preparen la entrada del P83. Vamos a iniciar pruebas en humanos.
Adam y Dante se aproximaron a la puerta de la imponente máquina, observaron por un segundo el espejo que los reflejaba, se notaron tensos, un poco dudosos, pero al final lograron acercarse.
– Estamos listos, señor.
– Comiencen.
Adam oprimió algunos botones a la izquierda del espejo.
– Anotando coordenadas en este plano cósmico – dijo – re direccionando a la dimensión Alfa 43.
Un sonido extraño se empezó a producir cuando el P83 comenzó a encenderse; el espejo se tornó blanco, un tanto borroso, como la televisión cuando no tiene señal y, las pequeñas luces rojas tintineaban al mismo ritmo.
– ¡Destino establecido! – gritó Adam sobre el ruido de aquella estática intensa – listo para cruzar.
Del medio del espejo se expandieron las ondas dimensionales hasta sus orillas, vibrando en toda la habitación, haciendo que un sonido espectral nos taladrara los oídos.