El Reflejo

Alfa 43

ALFA 43

Alan.

¿Era acaso una broma de mal gusto, o realmente mi padre tenía razón? La mujer que murió frente a mi hace más de doce años estaba parada a escasos metros de mí, y yo tenía tantas ganas de abrazarla como aquella última vez, con esa sensación de amor intenso que se desbordaba de mi pecho.

– Apresúrense chicos – nos dijo – que el té se enfría.

Con un gesto de afirmación le respondimos, vi a mi gorrión avanzar confundido y un poco asustado. – Todo va a estar bien, gorrión – le tomé la mano con fuerza – yo te protegeré.

Pasamos una pequeña reja que hacía un rechinido insoportable y después de varios escalones llegamos a la entrada de la sala. La mujer forcejeó con la cerradura y comenzó a maldecir un poco.

– Permítame – le dije – solo debe girar dos veces a la derecha y después devolver la llave a su posición natural, luego una vez a la izquierda y se abrirá.

– Oh vaya – respondió. Ella hizo exactamente lo que le indiqué y la puerta abrió fácilmente. – ¿Cómo es que sabes que de esa forma se abre mi puerta, muchacho? – preguntó levantando la ceja izquierda.

Me puse nervioso, su mirada y esa dulce voz no me dejaban pensar claramente. – Mi padre es cerrajero – mentí.

– Eso explica todo entonces – respondió mamá. – Adelante, están en su casa.

Todo era muy parecido, solo que ellos tenían la televisión en la sala, una mesa grande en el centro y una alacena llena. Uno de los gatos de la casa se acercó hasta nosotros y comenzó a maullar con cierto odio en su voz, los pelos de la espalda se le erizaron y después soltó un gruñido antes de salir corriendo por la ventana.

– Que extraño – torció la boca – Mauses nunca había hecho eso antes con nadie hasta que llegó su amigo, y ahora ustedes.

– Creo que no nos quiere aquí – respondí nervioso.

Alex me miró con bastante preocupación y yo me quedaba sin palabras para poder dialogar con mamá.

– ¿Podemos ver a Iker?

– Por supuesto – respondió – solo que está un poco mal. No ha dejado de decir que una luz lo atravesó y que dio mil vueltas por un espacio lleno de ruido.

Ambos nos miramos por un segundo y devolvimos la vista rápido. – necesitamos llevarlo a casa, seguramente está confundido por el golpe.

– ¡Oh, no, no, no! – dijo entre risitas – ya he llamado a un médico, estará aquí pronto.

No sabíamos que hacer, era obvio que aquella mujer hermosa, a la que moría de ganas por abrazar y besar no nos dejaría ir tan fácil de ahí con Iker. Y para ser sincero, no quería hacerlo, quería seguir disfrutando de esos momentos de estar con mamá un poco más, hacía mucho tiempo que ese espacio no se llenaba en mi corazón.

Avanzamos escaleras arriba y llegamos a una habitación, el cuarto que era de mi padre en mi mundo, para ser exactos, ese oscuro lugar lleno de humo y penumbra. Pasamos la puerta retráctil y, al entrar, vi una luz muy bella; blanca, que rebotaba en las paredes del mismo color, una cama matrimonial enorme y en ella un joven acostado, con una venda en la frente.

– Iker – dije en voz baja – realmente es él.

En una esquina había un hombre sentado, estaba leyendo el periódico y tapaba su cara, pero era sencillo saber de quién se trataba. Era mi padre.

– Es maravilloso ver cómo un par de amigos ejercen su papel en este mundo como buenas personas – se escuchó decir de aquella esquina, la voz era idéntica a la de papá. El hombre bajó la papeleta y después se puso de pie para llegar hasta nosotros. – Gesher Betancourt – saludó estirando la mano hacia mí.

Con cierto terror respondí cortés a su saludo, con miedo y confusión a la vez, ¿cómo es que no me reconocía? ¿Acaso yo no existía en este lugar?

– Siento que te conozco, pequeño – me dijo – en algún lugar te he visto seguramente.

Negué con la cabeza, bajé la mirada y observé a Iker que yacía con los ojos cerrados.

– ¿Tienen hijos? – pregunté sin pensarlo. Ya era hora de afrontar la verdad.

Mamá se puso seria, le temblaron los labios y después se sentó junto al somnoliento Iker en la cama. – Nuestro muchacho falleció hace mucho tiempo, aunque todavía lo recordamos con mucho cariño – dijo. Tomó un portarretrato del buró y lo abrazó con fuerza.

– ¿Podemos verlo? – preguntó Alex, acercándose a ella.

– Por supuesto – se quitó una lágrima con el dedo índice.

El semblante se le puso blanco, la sonrisa nerviosa se le borró al instante y después me miró con un miedo irreconocible. Volteó la foto hacia mí y pude entender, ahí estaba yo, en ese pequeño recuerdo capturado, tenía apenas unos cuatro años, sonriente y lleno de vida, disfrutando de un caluroso abrazo de papá. Se me cortó la voz. – Lo lamento tanto – solté.

– Era leucemia – dijo el viejo – cáncer en la sangre.

Tragué saliva, no era posible que esa maldita enfermedad persiguiera a mi familia incluso en otro mundo, en otra dimensión.

Iker comenzó a moverse, probablemente el shock estaba pasando y estaría listo para levantarnos e irnos. Al abrir los ojos nos miró con cierta confusión, también observó a su alrededor con detenimiento sin parpadear, levantándose poco a poco hasta poder sentarse. El pobre se tocó la herida fresca que punzaba en su cabeza, y soltó un pequeño grito de dolor al pasar el dedo por el lugar expuesto.




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