—Todavía no es Halloween, cuñadita. Además, el look fantasmagórico no te favorece el color los ojos.
Rueda los ojos, exasperada. La mascarilla de arcilla blanca que le cubre la totalidad del rostro a excepción de los ojos y labios, se resquebraja por su mueca. La veo morderse el interior de la mejilla para no lanzarme una de las zapatillas de andar por casa en la cabeza. Supongo que por muy mal que me haya portado sigue sin querer acabar con mi vida. O no. Tampoco puedo afirmarlo a ciencia cierta.
—Entonces deberías devolver la careta de payaso —replica antes de apartarse para dejarme entrar.
Una sonrisa tira de los extremos de mis labios. Esta ha pasado a ser nuestra forma de funcionar. Ella no pide explicaciones. Yo no las doy. Ella no espera una disculpa. Mis labios siguen sellados. Jen sigue dirigiéndome la palabra aunque sea para insultarme. Y yo respiro de alivio.
Prefiero refugiarme en el humor que en el miedo atroz que sigue reptando por las columnas de la culpabilidad. Por eso, cuando la veo me fijo en sus labios rosados, en lugar de en las ojeras oscuras. Centro la atención en el cariño con el que habla con su novio, evitando así la tristeza que enturbia su aura. Dejo que el tintineo de sus pulseras llenen mi conducto auditivo, porque no soportaría que fuera su llanto el que se deslizara por él. Dejo que la luz que irradia cubra la turbia verdad que flota sobre nosotros, porque si enfrentarme a Iris es una maldita pesadilla, hablar con Jen es como dar un paseo por el infierno.
Hacer algo mal es tan sencillo que asusta. Un segundo cambia tu vida. Una mala decisión. Una mala noche. Una copa más cargada de lo normal. Una mentira alargada en el tiempo. Una verdad infectada y el mundo como lo conocías desaparece. Es un visto y no visto. Un pestañeo perezoso. Perder a Ve fue como cuando te arrancas una púa: rápido y doloroso. La sensación de que tienes algo clavado en la piel resiste candente hasta pasadas las horas. El problema es que Iris se me clavó demasiado profundo. Tanto que no estoy segundo de poder sacarla del todo. Ni siquiera sé si, de poder, querría hacerlo.
Sin embargo, contra todo pronóstico, eso no es lo único que me aterra. El miedo me asfixia cada vez que entro en esta casa, temeroso de que Jen haya tomado la decisión de alejarse de Isan. Porque mis decisiones no solo repercuten en mi vida. Esa es la verdadera putada. Yo y solo yo la jodí, pero mi vida no es ni de lejos la que más se ha visto afectada. Jen ha perdido una amiga que considera familia y una hermana que no sabe que tiene, Isan ha comprometido la confianza de su relación, André ha perdido una compañera leal, Penélope ha visto cómo otro hombre abandona su vida y Venus... Ella está enfrentándose a su peor pesadilla sola. Y yo soy el único culpable. Soy el macabro titiritero que ha movido los hilos para que la vida de todos se tambalee.
—Pensaba que nos veríamos esta noche en el Pub.
Me encojo de hombros cogiendo una cerveza de la nevera que su mirada me permitió abrir. Antes ni siquiera habría buscado su aprobación para robarle algo de la despensa, pero desde que la morena esta aquí las cosas han cambiado ligeramente. Ya no solo se trata del espacio del rubio.
Jenny descansa sobre el regazo de un Isan bastante relajado. Los dedos del uno buscan la calidez del cuerpo del otro, repartiendo caricias tranquilas aquí y allá. No es algo sexual, es más... íntimo. Casi me siento un intruso mirando cómo el pulgar de él acaricia los nudillos de ella. Se tocan con una naturalidad asombrosa. Se han acostumbrado tanto a la cercanía del contrario que dudo que sean conscientes siquiera de lo que está sucediendo.
—Los planes cambian, hermano.
Su mirada afilada se encuentra con la impuesta tranquilidad de la mía.
—Y eso se debe a...
—No puede vivir sin ti —pincha la chica de su regazo.
Sus palabras tiran de la comisura de mis labios.
—¿Hablas por propia experiencia? —la confronto antes de volver la mirada al rubio—. Morgan tiene noticias.
Tres palabras y su cuerpo se convierte en una tensa cuerda de guitarra. Sus músculos se contraen y los ojos se Jen se estrechan en una silenciosa amenaza que me encuentra a medio camino.
Entiendo su rechazo. No he sido muy buena compañía en las últimas semanas y mi presencia no ha augurado nada bueno. Al menos así ha sido a ojos de ella. No la juzgo. Es justa con su desconfianza.
—Iré a darme un baño —susurra antes de dejar un beso en la comisura de los labios de su novio.
El rubio asiente, sosteniendo su mano más tiempo del necesario. Es su forma de disculparse por tener que mantenerla al margen. Una promesa de sinceridad en cuanto llegue el momento oportuno.
—No te acomodes demasiado. En unos minutos estoy contigo, preciosa.
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Editado: 28.10.2024