—¡Vuelvo en diez minutos, Jordan necesita ayuda en la barra! —El destello dorado de sus rizos es lo último que veo antes de perderla de vista escaleras abajo. Joder.
No es que no me las pueda apañar sola aquí arriba, es que esta ha sido una de esas noches que prefieres borrar de la mente. Por muy bien que me haya hecho abrir un poquito la puerta tras la que escondía todo el dolor, aún sigue ahí. Presionando contra las costillas intentando tumbarme. Puede que cediera un poco con André, que olvidara la mirada de tristeza de Míriam de hace unas semanas y que el chupito con Analise haya sido de lo más refrescante, pero sigue ahí. Como un miembro fantasma que puedes sentir sin ver. En realidad, creo ese es ese el problema. Que por mucho que no tenga a Jen a mi lado, sigo sintiéndo su presencia. Sobre todo cuando salgo de casa y veo la marca en el cojín de la silla del porche. Puede que este no sea el mejor momento para pensar en ello, mas cuándo si no. Desde mi cumpleaños, hace ya más de dos semanas, no ha habido día en que no se haya plantado en mi puerta a la espera de una conversación. Nunca toca, sabe que eso sería presionarme, pero tampoco se va. Y sé que soy una desalmada por dejarla ahí esperando horas, igual que ella sabe que esa puerta no se va a abrir tan fácilmente. Pero es que Jen es así. Es leal hasta cuando no tiene que serlo y por eso me duele tanto que me haya mentido ella. Ella, que siempre que la he dejado ha estado a mi lado y cuando lo he puesto mas difícil ha observado de lejos mi progreso. Ella, que me cogió la mano cuando le confesé lo que pasaba en casa. Jen, que lloró la muerte de Ian conmig. Mi hermana, mi corazón fuera del pecho. Pero joder, duele mucho. Demasiado. Aunque duele más saber que se sienta en mi porche todos los días para darme tiempo y espacio sin que pueda olvidar que está ahí para mi cuando yo decida dar el paso.
Mi corazón se contrae un poquito más. Haciéndose una bolita en algún rincón oscuro del pecho. Buscando la calidez que sabe que podría encontrar si no tuviera tanto miedo de volver a ser dañado.
No puedo regodearme. Me recuerdo que tengo que seguir en pie, que todo esto lo hago por ellas. Necesito el dinero para asegurarle un futuro a Penélope, un contrato fijo para mantenerla a mi lado y evitar que Jen vaya a la cárcel. Necesito sobrevivir. Aunque esté perdiéndome en el camino. Porque no tengo ancla que me libre de la corriente, no hay cimientos que eviten el desplome. Si yo fallo, todo se cae. Y es una putada no poder bajar el ritmo un solo minuto. Es una jodida mierda tener que ser fuerte siempre. No poder cerrar los ojos sin miedo a que te ataquen, no poder decidir sobre las responsabilidades porque te vienen impuestas. Y no me voy a quejar. No quiero hacerlo porque me siento como una desgraciada solo con pensarlo pero es que es verdad. Yo no pedí ser madre en lugar de hermana. No pedí crecer rodeada de golpes y malas palabras. Jamas quise ver en primera persona las consecuencias de una sobredosis. No tenía que haber decidido sacar al fantasma de la que era mi madre de nuestra vida. Porque esa señora ya no era ella, solo un reflejo sin vida de lo que una vez fue. Y, por supuesto, no decidí que Ian muriera, ni que Kai se alejara y me jurara odio eterno. Que no es que culpe a mi madre, que un poco sí, es que culpo al mundo, a Dios o a la fuerza omnipotente que decidas nombrar, por permitir que una niña viva eso. Que lo haga sola y desamparada. Y duele. Duele como no te haces una idea. Y me cabrea, por qué no decirlo. Me jode muchísimo que de los billones de personas que habitan el planeta me haya tenido que tocar a mí. Estoy muy enfadada. Enfadada y cansada de estar siempre en pie. Cansada de luchar contra todo y todos. Exhausta. Terriblemente asustada. Pero eso tampoco puedo permitírmelo.
Niego sacando los pensamientos intrusivos, sacudiendo las palabras, tragándome los sentimientos.
Los pies me arden, la música resuena más en mi mente que en el local y la sonrisa pende ya de un hilo. Me han tirado tantas bebidas encima que he tenido que cambiarme tres veces y encima tengo que escuchar por tercera vez en la noche cómo Alina le rompió el corazón a Daniel. El americamo de ojos espectaculares que tengo delante me ha contado tantos detalles que juro que podría escribir una novela sobre ellos. Hasta los diálogos serían reales, porque sé las palabras exactas con las que le rompió el alma al pobre chico.
—La quería, ¿sabes? Joder, que si la quería. Era preciosa, inteligente, graciosa, empática. Era despreocupada y conciente. No sé, era... era... —las lágrimas brotan de sus ojos sin permiso—. Era mía.
Las dos últimas palabras me obligan a levantar la mirada.
—¡No! No soy un gilipollas posesivo.
—Son tus palabras no las mías —le resto importancia volviendo a rellenar los vasos de la mesa diez.
—Es complicado... Creo que la sentía como parte de mí. Como si estuviéramos destinados. No sé. —Su mirada se pierde en los recuerdos—. Ella es libre. La quiero libre. Pero quiero que en su libertad elija estar conmigo.
—Pues en su libertad ha decidido no estarlo.
Mi pensamiento en alto llega a sus oídos, dibujando surcos en su frente.
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Editado: 28.10.2024