Dicen que los cobardes corren en círculos. En su desesperación por alejarse del mal temido, terminan perdiéndose en la vorágine de sentimientos incongruentes. Si me preguntan, no estoy de acuerdo. Cobardes son aquellos que huyen sin haber dedicado unos segundos a identificar la amenaza. O quienes deciden aceptar un destino que no está escrito en piedra sin tan siquiera intentar cambiarlo. No soy una de ellos. Yo no corrí, salí con paso firme, la cabeza en alto y la certeza de que irme era lo mejor para los dos. Para él. Para mí. No lo sé, hace tiempo que no sé dónde acabo yo y dónde empieza él.
Llevo cuatro días repitiéndome lo mismo una y otra vez. Es lo mejor. Quizá, en algún momento logre convencer a mi corazón de lo que la cabeza ya sabe. Es cuestión de tiempo. Solo tengo que sentarme a esperar que las heridas que yo misma he abierto se cierren antes de que se infecten.
Las canciones de Frozen se cuelan por la puerta entreabierta del sótano. Penélope se durmió hace tres horas abrazada a su elefante azul de peluIche, pero la película sigue reproduciéndose en bucle. Una sonrisa inconsciente brota de mis labios. Pensar en ella es como ver el sol tras varios días de lluvia. Calienta el alma como no sabías que necesitabas. Esto es por ella. Todo lo que estoy haciendo es por ella. Mi vida, siempre, ha girado en torno a su bienestar. No puedo ser como Amber. Puede que mi dependencia no sea equiparable a la drogadicción de nuestra madre, pero necesitar a Hardy es un signo de alarma.
No estoy hablando del fuego que logra encender en mi cuerpo. Cuando digo que lo necesito, es algo más profundo. Es su cercanía que acelera mi corazón, su mirada que jamás me suelta; es la mano que no me deja a la deriva o la comprensión en los silencios que compartimos. Cuando digo que lo necesito, lo digo porque de verdad es el oxígeno que me mantiene viva y llevo cuatro días sintiendo que me falta el aire. Tres noches infinitas en las que lo único que me ha calmado es el dolor físico de las heridas que se han ido abriendo en mis nudillos. Es más sencillo curar la angustia somatizada, por eso he intentado centrar mis fuerzas en golpear el saco hasta que las extremidades me pesan, los párpados no pueden seguir abiertos y la sangre corre libre por mis antebrazos. Y ojalá eso fuera todo lo que pesa sobre mis hombros. Ojalá no llevara tres días sin dormir porque la custodia de mi hermana está en el aire.
Aún puedo ver la cara de Jen cuando me vio en las puertas del juzgado. ¿De verdad pensaba que la iba a dejar sola en una situación como esa? ¿Tan frágil me veo ahora a sus ojos que no cree que pueda luchar mis batallas y acompañarla en las suyas?
—Estás aquí —susurró deteniéndose en seco cuando me vio en las escaleras de acceso. Sus ojos aguándose con el alivio que se arremolinaba en su garganta.
—Siempre estaré aquí, incluso cuando no quieras que esté, Jen. Somos hermanas, no necesito una prueba de ADN que me corrobore algo que ambas sentimos.
Asintió soltando la mano del rubio que no se separaba de su lado, para venir a abrazarme. Los ojos de Isan chocaron con los míos, agradeciéndome con un brillo de orgullo todo lo que no podía decir con palabras. Le respondí de la misma forma.
—Vamos a hacerlo —dijo con la cabeza escondida en el hueco de mi cuello—. No me puedo creer que por fin vayamos a hacerlo, Ve.
Su risa nerviosa vibró en mi cuerpo con la misma intensidad que un rayo. No podía imaginarme lo duro que estaba siendo para ella. A diferencia de Cristian, Jon nunca ser portó mal con ella, estrictamente hablando. Porque sí, puede que jamás le pusiera un dedo encima, pero la hirió de formas que yo jamás lograré entender del todo. Sin embargo, fue su padre y por momentos actuó como tal. No es lo mismo vivir con un monstruo que reconoces como tal que descubrir a uno que lleva años infiltrado bajo la careta de tu progenitor.
Los pelos de mi nuca se erizaron. Mi cuerpo estaba preparándose para su llegada antes de que entrara en mi campo de visión.
Escuché su mano chocar con la espalda de Isan, los tacones de Kassie que lo seguían de cerca y los pasos de Morgan, Stevens y Carlos que bajaron del mismo coche oscuro que acaba de parar delante de la institución. Solo lo escuché, mis ojos estaban atrapados en las redes de bosques que se extendían más allá de la mirada de Hardy. Quería retenerme allí, recordarme que pasara lo que pasara, él seguía siendo mi destino cuando me cansara de huir.
Mentiría si dijera que en ese momento no me planteé dejar de correr en círculos. Si no aceptara que tenerlo cerca después de veinticuatro horas separados no estaba siendo una tortura o un recordatorio de cuál era mi sitio en el mundo.
Mentiría si no admitiera que por primera vez en todo un día, estaba respirando con normalidad y mis alrededores parecían volver a adquirir esos colores tan característicos que lo teñían todo cuando estábamos juntos.
Mentiría si dijera que su presencia no me calmaba.
Mentiría al decir que en ese momento no me di cuenta de que lo quería más de lo que iba a admitir.
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Editado: 28.10.2024