El silencio en la pequeña sala de mantenimiento era opresivo, apenas roto por el sonido de la respiración contenida de Alejandra, Carla y Martín. Los pasos del intruso resonaban fuera de la puerta, cada uno acercándose un poco más. Alejandra sintió cómo su corazón latía con fuerza, temiendo que hasta ese sonido pudiera delatarlos.
Martín hizo un gesto con la mano, pidiéndoles que se mantuvieran quietos. Sabía que cualquier movimiento en falso podría ser fatal. La situación era crítica; estaban atrapados con las pruebas que podían derribar la red de corrupción, pero también podían acabar con sus vidas.
Los pasos se detuvieron justo fuera de la puerta. Alejandra contuvo la respiración, esperando lo peor. Pero entonces, después de lo que pareció una eternidad, los pasos comenzaron a alejarse lentamente. El intruso parecía haberse convencido de que el lugar estaba vacío.
Alejandra sintió un alivio momentáneo, pero sabía que no estaban a salvo aún. Martín esperó unos minutos más antes de entreabrir la puerta, asegurándose de que el pasillo estaba despejado. Con un gesto rápido, les indicó que era seguro salir.
“Tenemos que movernos rápido,” susurró, su voz llena de urgencia. “Si nos ven salir, estaremos perdidos.”
Salieron de la sala y se dirigieron nuevamente hacia la escalera que los llevaría de regreso a la superficie. Cada paso era medido y silencioso, conscientes de que aún podían ser descubiertos. Alejandra no dejaba de mirar hacia atrás, temiendo que el intruso pudiera regresar en cualquier momento.
Cuando finalmente alcanzaron la salida trasera, Martín desactivó la cerradura y abrieron la puerta hacia la libertad. El aire fresco de la noche los recibió, y por un momento, Alejandra sintió que habían escapado del peligro. Pero la realidad era que estaban lejos de estar a salvo.
“Tenemos que irnos ahora,” dijo Carla, mirando a ambos lados para asegurarse de que no había nadie alrededor. “El tiempo está en nuestra contra.”
Martín asintió y los guió a través de la oscuridad hasta un auto que habían estacionado a unas cuadras de distancia. Se subieron rápidamente y arrancaron, alejándose del almacén lo más rápido posible sin llamar la atención.
Alejandra se hundió en el asiento trasero, sintiendo que el peso de la misión finalmente la alcanzaba. Habían conseguido las pruebas, pero el peligro no había terminado. Sabía que quienes estaban detrás de la red de corrupción no se detendrían ante nada para proteger sus secretos.
“¿Qué hacemos ahora?” preguntó, mirando a Martín desde el asiento trasero.
“Primero, asegurarnos de que estas pruebas estén a salvo,” respondió Martín, con la vista fija en la carretera. “Luego, debemos planear cómo las haremos públicas. No podemos simplemente entregarlas a la policía; es probable que algunos de ellos estén involucrados.”
Carla asintió, pero su expresión mostraba preocupación. “Esto no será fácil. Una vez que sepan que tenemos estas pruebas, vendrán tras nosotros. Debemos estar preparados para cualquier cosa.”
Alejandra sabía que tenía razón. Habían cruzado una línea peligrosa y no había vuelta atrás. Sin embargo, la idea de desenmascarar a los culpables y hacer justicia le daba fuerzas. Estaba decidida a ver esto hasta el final, sin importar el costo.
Llegaron a un pequeño apartamento en un barrio discreto, donde Martín guardó las pruebas en un lugar seguro. “Aquí estarán a salvo por ahora,” dijo, cerrando una caja fuerte oculta en el piso. “Pero no podemos quedarnos aquí mucho tiempo. Debemos movernos constantemente.”
“¿Y qué pasa con nuestras vidas normales?” preguntó Alejandra, consciente de que su vida nunca volvería a ser la misma.
“Por ahora, debemos dejar todo atrás,” respondió Martín con seriedad. “Nuestra seguridad es lo primero. Cualquier comunicación con el exterior podría poner en riesgo la operación.”
Alejandra asintió, sintiendo el peso de la decisión. Sabía que estaba haciendo lo correcto, pero eso no lo hacía menos difícil. Tendría que abandonar su vida tal como la conocía, y no estaba segura de cuánto tiempo tendría que vivir en las sombras.
Esa noche, mientras se preparaban para lo que vendría, Alejandra no pudo evitar pensar en Adrián. Sabía que no podría contactarlo, que cualquier intento de acercarse a él podría ponerlo en peligro. Pero la idea de estar lejos de él, sin poder explicarle nada, le resultaba insoportable.
Carla notó su preocupación y le puso una mano en el hombro. “Sé que esto es difícil, Alejandra, pero debes mantener la cabeza fría. Nos estamos enfrentando a algo grande, y no podemos permitirnos distracciones.”
Alejandra asintió, aunque en su corazón sabía que no sería fácil. Estaba dispuesta a seguir adelante con la misión, pero la idea de perder a Adrián la atormentaba. Sabía que tenía que ser fuerte, pero también sabía que esto podría ser el inicio de un camino lleno de sacrificios.