El coche se deslizaba por las calles de la ciudad mientras Adrián y Alejandra intentaban procesar lo que acababa de suceder. El cuaderno que habían encontrado en el almacén no solo contenía información valiosa sobre las operaciones de Eduardo Mendoza, sino que también los había convertido en objetivos directos de una red criminal implacable.
“Tenemos que encontrar un lugar seguro,” dijo Alejandra, mirando por el retrovisor con ansiedad. A pesar de que no había señales de que los estuvieran siguiendo, el miedo a lo desconocido la mantenía en alerta máxima.
“Conozco un sitio,” respondió Adrián, girando en una calle lateral que los llevaba hacia las afueras de la ciudad. “Es un viejo refugio que usaba cuando trabajaba en casos complicados. Nadie sabe de él, y está lejos de cualquier lugar que puedan vigilar.”
Alejandra asintió, confiando en su juicio. Sabía que debían actuar rápido y con cautela. Cada segundo que pasaban con el cuaderno en su poder, era un segundo más cerca de ser descubiertos.
Después de una hora de conducción, llegaron a una pequeña cabaña escondida en un bosque a las afueras de la ciudad. La estructura era sencilla y discreta, perfecta para alguien que necesitaba pasar desapercibido. Adrián apagó el motor y ambos bajaron del coche, llevando el cuaderno con ellos.
“Es pequeño, pero tiene lo necesario para mantenernos fuera del radar por un tiempo,” dijo Adrián, abriendo la puerta y dejando entrar a Alejandra. Dentro, la cabaña estaba equipada con lo básico: una pequeña cocina, un sofá que hacía de cama, y una mesa con un par de sillas.
“Es perfecto,” dijo Alejandra, soltando un suspiro de alivio. Por primera vez en horas, sentía que podían tomarse un momento para respirar.
Adrián encendió una pequeña lámpara que arrojó una luz cálida sobre la habitación. Luego se sentó en la mesa y colocó el cuaderno frente a él. “Tenemos que revisar esto a fondo. Estoy seguro de que hay más de lo que vimos en el almacén.”
Alejandra se sentó a su lado y juntos empezaron a leer cada página con detenimiento. Las transacciones detalladas en el cuaderno revelaban una red de corrupción que se extendía mucho más allá de lo que habían imaginado. No solo implicaba a Mendoza, sino a varias figuras poderosas en la ciudad, desde políticos hasta empresarios influyentes.
“No puedo creer que esto haya estado oculto durante tanto tiempo,” dijo Alejandra, sintiendo una mezcla de indignación y asombro. “Todo este tiempo, estas personas han estado manejando la ciudad desde las sombras.”
“Y cualquiera que se atreva a desafiarlos desaparece,” agregó Adrián, recordando a las personas que habían intentado exponer la verdad antes que ellos.
A medida que seguían leyendo, encontraron algo que les llamó la atención. Una serie de transacciones recientes señalaban un pago considerable hecho a un nombre que reconocieron: un informante que había sido clave en sus investigaciones anteriores.
“Este tipo... él sabía algo,” dijo Adrián, señalando la entrada en el cuaderno. “Debe haber sido silenciado antes de que pudiera revelarlo.”
“Si logramos conectar esto con Mendoza, tendremos pruebas suficientes para llevar todo a la luz,” dijo Alejandra, sintiendo cómo la pieza final del rompecabezas comenzaba a encajar.
De repente, un golpe en la puerta los sobresaltó. Adrián y Alejandra se miraron con los ojos muy abiertos. Ninguno de los dos esperaba visitas, y en ese momento, cualquier encuentro imprevisto podía significar problemas.
Adrián se levantó lentamente, señalando a Alejandra que se mantuviera detrás de la mesa. Se acercó a la puerta, tratando de no hacer ruido, y miró por la pequeña mirilla.
“¿Quién es?” preguntó Alejandra en un susurro, su corazón latiendo con fuerza.
Adrián no respondió de inmediato. Finalmente, abrió la puerta con cautela, revelando a un hombre mayor, de rostro curtido y mirada cansada. Llevaba una chaqueta vieja y parecía que había estado caminando durante horas.
“¿Qué haces aquí, Fernando?” preguntó Adrián, reconociendo al hombre.
“Necesitaba verte,” respondió Fernando, su voz baja y urgente. “Escuché que están tras ustedes, y no tienen mucho tiempo. Mendoza ya sabe lo del cuaderno.”
Alejandra sintió que el estómago se le encogía. Estaban en peligro, y ahora lo sabían con certeza.
“¿Cómo lo supo tan rápido?” preguntó Adrián, frustrado por la rapidez con la que la información había llegado a sus enemigos.
“Este tipo tiene ojos en todas partes,” explicó Fernando, entrando en la cabaña. “Y tiene recursos que ustedes ni siquiera pueden imaginar. Pero he venido a ayudar. Conozco un lugar donde pueden estar a salvo, al menos por un tiempo.”
Alejandra y Adrián se miraron, sabiendo que no tenían otra opción. El tiempo se estaba acabando, y ahora debían confiar en Fernando para mantenerse un paso adelante de Mendoza.