La mañana siguiente fue una mezcla de tensión y planes frenéticos. Adrián y Alejandra se encerraron en su apartamento, revisando los archivos que habían recuperado. La magnitud de la información que habían conseguido era abrumadora: cuentas bancarias, nombres de políticos, empresarios y oficiales de la ley, todos involucrados en la red de corrupción de Mendoza. Pero lo más inquietante era que también habían encontrado referencias a operaciones que aún no habían tenido lugar, posibles movimientos futuros que podían tener consecuencias desastrosas.
“Esto es una bomba de tiempo,” dijo Adrián, mientras Alejandra organizaba los documentos en categorías. “Si lo manejamos mal, podríamos acabar no solo con nosotros, sino con muchas otras personas inocentes.”
Alejandra asintió, enfocada en la pantalla. “Tenemos que ser estratégicos. No podemos simplemente entregar esta información a la policía o a la prensa; debemos encontrar la forma de usarla como una ventaja, para asegurar que Mendoza no pueda tocarnos.”
“¿Y cómo hacemos eso?” preguntó Adrián, claramente preocupado.
Alejandra lo miró a los ojos. “Necesitamos un aliado, alguien con suficiente poder para protegernos pero también con un interés en derribar a Mendoza.”
“¿Quién podría ser?” Adrián frunció el ceño, pensando en las pocas personas en las que confiaban.
Antes de que pudiera responder, el teléfono de Alejandra sonó, rompiendo la concentración de ambos. Era un número desconocido, pero algo en su intuición le dijo que contestara.
“¿Alejandra?” La voz al otro lado era grave, pero firme. “Soy Marcos Sarmiento. Necesito verte a ti y a Adrián, de inmediato.”
Alejandra se quedó en silencio por un momento. Marcos Sarmiento era un nombre que no esperaban escuchar. Era un alto funcionario del gobierno, conocido por su lucha contra la corrupción, pero también por sus métodos poco ortodoxos.
“¿Cómo conseguiste este número?” preguntó Alejandra, con desconfianza evidente en su tono.
“Digamos que tengo mis maneras,” respondió Marcos. “Pero eso no importa ahora. Lo que importa es que sé lo que tienes en tu poder, y sé que Mendoza no se detendrá hasta que te haga pagar por ello. Déjame ayudarte, o todo lo que han hecho será en vano.”
Alejandra intercambió una mirada con Adrián. Sabían que aceptar la ayuda de Marcos Sarmiento era un riesgo, pero también sabían que estaban acorralados y necesitaban aliados.
“¿Dónde nos vemos?” preguntó finalmente Alejandra, tomando una decisión.
Marcos le dio una dirección en un barrio de la ciudad conocido por ser neutral, un lugar donde nadie se atrevía a hacer movimientos bruscos sin enfrentarse a consecuencias graves.
“Estén allí en una hora,” dijo Marcos antes de colgar.
“Esto puede ser nuestra salida,” dijo Alejandra, levantándose y preparándose para salir. “Pero tenemos que estar preparados para cualquier cosa.”
Adrián asintió, guardando los documentos más importantes en un maletín. “Vamos, no tenemos tiempo que perder.”
Llegaron al lugar en el tiempo acordado, un café modesto pero limpio, con poca clientela a esa hora. Marcos Sarmiento estaba sentado en una mesa apartada, con un periódico en la mano, pero sus ojos se enfocaron inmediatamente en ellos cuando entraron.
“Gracias por venir,” dijo Marcos, invitándolos a sentarse. “Sé que este no es el mejor lugar para una reunión, pero es el más seguro por ahora.”
“¿Cómo supiste lo de los archivos?” preguntó Adrián, sin rodeos.
Marcos sonrió levemente. “Tengo mis fuentes, y créanme, ustedes no son los únicos que quieren ver a Mendoza caer. Pero necesito saber, ¿qué es exactamente lo que tienen?”
Alejandra abrió el maletín y sacó una copia de los archivos, pasándoselos a Marcos. “Es suficiente para hundirlo a él y a su red, pero también para poner un blanco sobre nuestras cabezas.”
Marcos revisó los documentos, asintiendo lentamente. “Esto es más de lo que esperaba. Con esto, podemos iniciar una investigación oficial que Mendoza no podrá detener. Pero, como dijiste, también los pone en peligro.”
“Entonces, ¿qué sugieres?” preguntó Alejandra, buscando algún indicio de su plan.
Marcos se inclinó hacia adelante, sus ojos serios. “Necesitamos exponer esto de una manera que no solo sea pública, sino que también asegure que, si algo les pasa a ustedes, la información aún verá la luz. Si jugamos bien nuestras cartas, Mendoza quedará atrapado, sin salida.”
Adrián frunció el ceño. “¿Y cómo piensas hacer eso?”
Marcos sonrió por primera vez. “Hay maneras de garantizar que la verdad se conozca, aunque nos cueste todo en el proceso. Y si están dispuestos a correr ese riesgo, yo estoy dispuesto a ayudarlos a sobrevivir.”
Alejandra y Adrián intercambiaron miradas. Sabían que no había garantía de éxito, pero tampoco tenían muchas opciones.
“Estamos dentro,” dijo Alejandra, con determinación en su voz.
Marcos asintió, guardando los archivos. “Bien. Entonces preparémonos, porque lo que viene no será fácil.”