El Reino de los Mercenarios: La princesa Violeta

Capítulo 3

Entre la tierra y los arbustos, los árboles y el río, se encontraba el cuerpo de Violeta tirado. De no ser por los movimientos que causaba su respiración, cualquiera pensaría que estaba muerta.

«Debo continuar», pensó, sin poder hacer nada.

Ella aún sentía su alrededor, pero cada vez perdía más la capacidad de sus sentidos y se iba perdiendo en sus pensamientos.

«Tengo... que seguir», continuaba pensando, pero esta vez no se podía saber si estaba en el sueño o en la vigilia, pues la línea divisora entre ambos estados era muy extraña. Lo cierto era que ya no se podía mover, almenos no por su propia cuenta.

Había perdido la distinción de los sonidos. Mientras que el pasto que antes le molestaba, ahora no lo podía sentir.

«Debo...», intentó tomar el control de sí misma por última vez, pero ya no había vuelta atrás: Violeta estaba totalmente inconsciente.

Ray tardó unos minutos en darse cuenta, y en lo que él reaccionaba, algo pasaba muy lejos de ellos, hacia la dirección del sur, en el desierto el cuál habían dejado atrás.

Viajando hacia donde comenzó todo este asunto, en el edificio en ruinas y mirando más al sur desde ahí. Se podía distinguir la silueta de una gran ciudad en el horizonte. Dicha ciudad estaba construída encima de una meseta, era la nación Nuria, de la que Violeta había huído.

Al acercarse ahí, se miraba con más detalle la ciudad, que se separaba del desierto utilizando las elevaciones naturales que le brindaba la meseta. Varias torres blancas con adornos y cúpulas doradas se veían levantadas, en conjunto con un gran palacio, también blanco y con un domo gigante como techo.

A ese palacio entró el caballero que había presenciado los hechos en aquellas ruinas. Estaba cansado tras subir desde el desierto y respiraba forzosamente, pero su deber era más importante. Frente a él y a unos veinte metros se encontraban varias personas rodeando a un trono blanco, en el cuál estaba sentado un hombre del mismo color del asiento que tenía vestiduras de seda de color púrpura, poseía el cabello negro y mucha barba, él era el rey llamado Adriano y padre de Violeta.

El caballero se arrodilló tras dar unos pasos dentro del palacio y voceó con el aire que le quedaba:

—¡Tengo un reporte urgente!

El rey Adriano se paró ante tales palabras y puso toda su atención en el caballero. Los hombres que le rodeaban también le miraron.

—La princesa Violeta... ¡fue raptada por un mercenario!

—No puede ser —dijo uno de los hombres.

—¿¡En donde se encuentra!? —exigió el rey.

—Se la ha llevado lejos hacia el norte, el mercenario mató a mis compañeros y huyó en un caballo junto a la princesa. —Hizo una pausa para recuperar aire, luego tragó seco y continuó diciendo—: Acepto toda la responsabilidad por no traer a la princesa conmigo, pero el mercenario era muy hábil, así que... —intentó continuar, pero Adriano había alzado la mano con un ademán para que se callara.

—Bien haces al aceptar la responsabilidad por no proteger a mi hija. —dijo decepcionado. Luego miró a uno de los hombres que le acompañaban, el cual tenía una armadura negra que le curbía todo el cuerpo, con unas plumas rojas adornando su casco y una alabarda como arma. Dicho guerrero con armadura era el capitán de la guardia real.

—Encierra a ese hombre.

—Como usted ordene, señor —dijo el capitán, seguidamente le dio órdenes a los demás guardias reales que se encontraban dentro del palacio, y estos se llevaron al caballero fuera, hacia una de las cárceles de la ciudad.

Los demás acompañantes eran integrantes de la nobleza, algunos se incomodaron ante la decisión del rey Adriano de encarcelarlo, pero todos lo comprendían, pues se trataba de su hija, la princesa del reino, que había huído tras saber la verdad de la nación.

El rey se volteó y se dirigió detrás del trono, en donde había un patio privado que le pertenecía. Abrió una puerta y la cerró después de cruzar.

Ahí dentro todo estaba totalmente cerrado con paredes circulares, el patio poseía un jardín de flores de todo tipo plantadas en jarrones y pedazos de tierra. La luz del sol llegaba de forma natural desde varias ventanas de cristal dispuestas en el domo, por lo cual todo estaba iluminado y era muy espacioso. Así que Adriano se encontraba ahí con mucha frecuencia para reflexionar.

Entre las paredes se encontraban distintas pinturas muy grandes en las que se plasmaban los hechos históricos más importantes del país, además se veía a la familia del rey a cada lado. Ahí destacaba la pintura de él mismo, sentado en el trono, de su hermano que dirigía a la milicia, de su esposa la reina con trajes hermosos de seda... y de su hija, la princesa. En la pintura llevaba una flor violeta como su nombre y el rey recordó que ella estaba por cumplir mayoría de edad. En días anteriores Violeta le había maldecido por haber ocultado que Nuria, la nación que él mismo dirigía, se había hecho rica a costa de esclavizar a un conjunto de pueblos en toda la región y que era conocida por las personas del exterior como la nación de los esclavos.

«Enserio eres una hija malcriada, Violeta», pensó con insatisfación mientras miraba el cuadro de ella misma. «¿Que no soportas la idea de ser parte de una nación de esclavos, Cuando creciste con todas las riquezas gracias a eso?», le preguntó con la mente, como si ella estuviera escuchándolo. «Eres una idiota, pero te recuperaré a la fuerza, no me importa si te vas hacia el Reino de los Mercenarios».

Mientras tanto, volviendo a las montañas, Violeta se encontraba con fiebre y era atormentada por una pesadilla, no había sentido cuando fue levantada, tampoco había notado a esas manos que le limpiaron la cara, pero tras pasar varias horas, por fin abrió los ojos.

Lo primero que miró al despertar fue a un hombre de tez morena, con un mentón prominente y unos ojos marrón claros. Su cuerpo estaba bastante definido y podía notarlo con detalle, pues no tenía un traje puesto.



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En el texto hay: accion, amor, fantasia aventura reinos

Editado: 31.01.2023

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