El Reino del Fuego

Undécimo Recuerdo: Chispa

Todo esté lugar se encuentra repleto de lava y sendas de roca calientes, mientras que el cielo es pintado de un matiz anaranjado y rojizo tornasol por los volcanes que se distinguen a la distancia. Empiezo a sentir una desagradable sensación de sudoración gracias a las altas temperaturas, sin hablar del horrible olor a azufre que despide la zona. 

Las botas de Herald no sólo me protegen del calor del suelo, sino que también me permiten saltar mucho más alto. Con esta agilidad logro atravesar abismos de lava sin ninguna dificultad.

El área está repleta de criaturas hechas de piedra y magma pura, como perros o pescados, mismos que intentan hacerme frente al mismo tiempo que yo los extermino con una facilidad increíble, a pesar de tratarse de enemigos bastante agiles.

Todo esto me ha despertado algunos recuerdos sobre algo que pasó hace mucho tiempo, incluso antes de conocer a muchos de los miembros de la elite.

Tenía unos catorce años. Me encontraba sentada con un uniforme escolar y mi cabello era castaño rojizo, no pelirrojo. Además, mi piel se notaba todavía más pálida de como lo es ahora. Ese día estaba en una banca cerca de un jardín, debajo de un árbol grande, esperaba a alguien, pero al parecer esa persona iba retrasada. Yo ya estaba desesperada, pues recuerdo que taloneaba con una de mis piernas repetitivamente en señal de molestia.

—Perdón por tardar, tuve cosas qué hacer —escuché decir cuando al fin llegó. Se trataba de un chico de cabello castaño oscuro, ojos cafés, tez clara, de complexión delgada y estatura alta—. Te traje una torta de jamón para que no te enojes —este chico me entregó comida para disculparse, cuando se la recibí él se sentó a mi lado y sacó su propia porción para comer.

—¿Sabes? No estoy molesta contigo, ni un poco —le dije mientras le daba una mordida a mi alimento con una expresión de enojo inigualable.

—Gracias, realmente estuve algo ocupado hoy ¿De qué querías hablar? —Este muchacho me vio a los ojos y su expresión era de incognito, realmente no estaba poniendo atención a mi lenguaje corporal.

—Pues verás, ya he desarrollado más mi poder —se lo dije en voz muy baja, él levantó las cejas de la sorpresa y sonrió.

—Me alegra escuchar eso. En cambio, yo… no he mejorado, sin embargo, las voces aumentan su frecuencia —al decirme esto, el chico tembló un poco. Yo puse mi mano sobre su brazo y lo acaricié un poco.

—Calma, no pasara nada. Estoy aquí para apoyarte. Jamás dejaré que algo malo te suceda —mis palabras fueron sinceras, tanto como la sonrisa que me regresó aquel en agradecimiento.

—Lo sé, pero tengo un poco de miedo, por ambos —al decir esto, él me sujetó la mano y la apretó un poco, lo miré a los ojos y me sonrió. El momento era especial, pues ambos expresábamos nuestra preocupación por el otro, mas ese instante fue interrumpido por un terremoto, ambos nos pusimos de pie y soltamos nuestra comida.

—¿Qué demonios? ¡Es imposible que aquí haya un temblor así! —Gritó él mientras intentaba balancearse para no caer, a la par que me sostenía. Poco después de que el terremoto terminó, ambos dimos unos pasos hacia adelante para avistar nuestro alrededor. Algo increíble sucedió.

—¡Mira, el cerro! —Le dije al mismo tiempo que apuntaba a una montaña que se encontraba muy cerca de allí. Aquella explotó en llamas, lava y ceniza. Todo el mundo entró en pánico, pero nosotros seguíamos parados sin quitar la vista de aquel coloso, veíamos aquella catástrofe anonadados. De repente sentí su mano deslizarse en la mía, entrelazábamos nuestros dedos y las cerramos, nos sostuvimos muy fuerte.

—Estamos en esto, ¿no? —Me preguntó sin mirarme.

—Sí, siempre lo estaremos —después de eso, mis recuerdos se vuelven borrosos, ya no tengo idea de qué pasó después.

En el camino me encontré con una vereda de piedra lisa, misma que conduce a un sendero con grandes columnas a los costados, en donde se halla más adelante un gran edificio oculto entre los volcanes, cuya entrada es resguardada por un dragón colosal de color azul oscuro, parado sobre sus cuatro patas. Éste lleva puesta una armadura plateada, que me hace pensar que es un guardia.

Me acerco al enorme ser cautelosamente, a la par que educadamente le saludo y pido su ayuda

—¡Buenos días! No sé dónde me encuentro, pero me gustaría que me diera un «tip» si no es mucha molestia. —El dragón me vio con sus imponentes ojos azules y me mostró sus enormes dientes afilados, acompañados de su rostro lleno de furia.

—¿Una mujer humana? ¡Qué raro! Estás en lo que la gente llama «La Zona Volcánica» a los pies del Monte Fawz, el volcán más grande de este mundo. Aquel que tiene la chimenea más alta, no tiene mucho pierde. A parte, enfrente de ti se encuentra el Templo del Volcán, que es propiedad de la Noble y Pura Familia de Pridh; nadie puede acceder aquí excepto los dragones y aquellos que hayan conseguido el favoritismo del Gran Amo Pridhreghdi o el consentimiento del Hexagrama del Dragón. Así que te pediré que no intentes entrar, porque se nota que no posees ninguna de las dos condiciones que acabo de mencionar —responde el guardia con un tono algo testarudo.

—Gracias, pero ¿quiénes son la familia de Pridh? —Cuando termino de hacer mi pregunta, el dragón suelta una enorme carcajada.

—¡Increíble! No hablas en serio, ¿verdad? La familia de Pridh es la que corresponde a todos los dragones. Cada uno de nosotros lleva en su nombre el del Gran Amo Pridhreghdi, el cual honramos siempre, pues él es el génesis de nuestra raza —el guardia dragón se oía muy emocionado de mencionar aquello. Además, se nota que le tiene un gran respeto, cariño y admiración a ese tal Pridhreghdi.

—Y ¿dónde está el «gran amo Pridhreghdi»? —Cuando lo menciono de esa manera, el dragón se acerca a mi algo molesto, hasta que su rostro queda a muy poca distancia del mío, mismo que, honestamente, me puso muy nerviosa.



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En el texto hay: fantasia, aventura, magia

Editado: 03.07.2021

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