El ruido de las patas de los quince caballos contra el suelo al galopar y sus relinchos llamaron la atención de todos al llegar a las puertas de Palacio.
Lucas, sorprendido por el poco rato que su hijo y sus caballeros habían estado fuera, salió a recibir a su único heredero.
El hombre de facciones delicadas, pero gestos serios que endurecían sus rostro, fijó sus ojos verdes esmeralda en Alexia.
Pasó su fuerte mano, adornada con un anillo de oro en el dedo índice, por su oscura cabellera y desvió su mirada a modo de desaprobación. Se suponía que su protegida no debía salir de Palacio y, sin embargo, ahí estaba a lomos del caballo de su heredero.
Jerome bajó de forma ágil de su corcel y ayudó a Alexia a hacer lo mismo.
—¿Se puede saber qué hacéis fuera de Palacio?
Su ronca voz era capaz de hacer temblar al más valiente de los hombres o mujeres. Todos sabían que el rey no era una persona cuya paciencia fuese prodigiosa.
Lexi fue a hablar, pero Jerome se le adelantó.
—Lo lamento padre, ha sido cosa mía —se disculpó.
La joven le miró sorprendida. El príncipe siempre le había cubierto y había cargado con las culpas cuando eran niños, pero esa época ya había quedado atrás. Ya no podían hacer lo que quisiesen y salirse con la suya. El temperamento de Lucas, ya amargo de por sí, se había ido volviendo más agrio con el paso del tiempo.
—¿Cómo has podido hacer algo tan estúpido?, ¿cómo se te ha ocurrido poner en peligro la vida de tu hermana? —le gritó su padre provocando el silencio de todos los allí presentes.
El príncipe trago saliva. Hermana. Cómo odiaba esa palabra. Lexi podía ser muchas cosas para él, pero jamás sería su hermana. Él no podía verla de ese modo, aunque estaba claro que no podía explicarle a su padre lo que sentía por su protegida. Lucas jamás entendería ese sentimiento.
El rey había acogido a Alexia bajo su manto cuando esta era muy pequeña. Sus padres habían fallecido y este la había aceptado bajo su protección. La verdad era que la llegada de la niña pilló a todos por sorpresa, dado que hasta ese momento, nadie había oído hablar de ella, pero cuando Lucas llegó a Palacio con la niña entre sus brazos, nadie fue capaz de decir una palabra, y, desde ese momento, pasó a ser la hija del rey, su protegida.
—Lo siento, padre. Sé que no debería de haberla llevado conmigo —respondió aceptando todas las culpas mientras el rey le seguía gritando lo irresponsable y temerario que había sido su acto.
Alexia no aguantaba más, no podía dejar que Jer cargase con todas las culpas. Y menos cuando él no había tenido nada que ver en su decisión de escaparse de Palacio.
—Jerome —dijo ella, pero él enseguida puso su brazo de forma defensiva delante de ella y le pidió que no continuase con la mirada.
—Lexi, padre tiene razón, no debería haberte insistido en que vinieses conmigo.
La conversación había finalizado. Lucas había mostrado a su hijo lo decepcionado que estaba con él y parecía que este lo había comprendido y no volvería a tomar una decisión así.
Una vez Jerome acompañó a Alexia hasta su alcoba, esta decidió romper el incómodo silencio que los unía.
—¿Por qué lo has hecho? —preguntó ella mientras cogía su mano—. No ha sido cosa tuya.
El joven heredero apretó con fuerza la mano de la chica. ¿Que por qué lo había hecho? Porque haría cualquier cosa por ella; porque no podía permitir que nada le pasase; y porque conocía el carácter temperamental de su padre y no la expondría a él. Prefería ser él castigado antes de que nadie si quiera la mirase mal.
—Sabes que ha habido algunos ataques, no deberías salir de Palacio sin escolta —respondió el príncipe esquivando la pregunta.
—Jer —insistió ella.
—¿Qué quieres que te diga? —preguntó él con una amplia sonrisa y dejando asomar sus blancos y perfectamente alineados dientes.
Ella sonrió y no pudo evitar morderse el labio inferior. Si las cosas fuesen de otro modo...
—Eres el heredero al trono de Camelot, no puedes meterte en este tipo de líos —regañó ella tratando de sonar como Lucas, algo que provocó varias carcajadas en ambos.
—¿Y cómo hago para que cierta princesa deje de meterme en todos sus líos? —preguntó él arqueando una ceja.
Ella volvió a morderse el labio inferior. Era algo que hacía inconscientemente cuando estaba nerviosa.
—Difícil situación —Hizo una pausa fingiendo que pensaba en la solución—. ¿Veis posible que deje de meterse en problemas? —preguntó siguiendo con el juego.
Él negó con la cabeza divertido mientras se acercaba un poco más hacia ella.
—No lo creo. Es un espíritu libre incapaz de aceptar una orden.