Alexia y Adam caminaron de forma tranquila por la espesura del bosque hasta el lago. La joven princesa, a cada paso que daba, contemplaba con tristeza los enormes árboles que la rodeaban. ¿Qué clase de barbaries no habrían visto esos indefensos seres? Esas tierras habían sido el escenarios de los más viles actos y de las peleas más cobardes. Todo se había teñido de sangre en alguna ocasión, y lo peor era que no sería la última vez. La guerra aún apenas había empezado.
Una vez llegaron hasta su destino, Lexia buscó una enorme piedra para poder sentarse y reposar su tobillo. Era cierto que con los vendajes de Cassandra estaba sanando, pero aún así no estaba en perfectas condiciones, y la caminata le estaba pasando factura a su torcedura.
—¿Estás bien? —preguntó el joven de ojos azules grisaceos mientras se pasaba una mano por sus castaños cabellos.
Esta trató de restar importancia a lo ocurrido.
—Tropecé.
Esa respuesta provocó las carcajadas del chico.
—¿Tropezaste en un castillo lleno de guardias y caíste al suelo? —preguntó divertido—. Cómo está la seguridad... ¿Ni uno solo de tus guardianes fue capaz de cogerte al vuelo? — añadió sin dejar de reír.
Alexia hizo una mueca de pocos amigos.
—Tropecé en el bosque —respondió zanjando el tema.
El joven se encogió de hombros y se agachó para mirar la torcedura.
—Estás frío —comentó ella mientras él deslizaba sus manos entre los vendajes para dejar el tobillo al descubierto.
Estas palabras sacaron una sonrisa en el hechicero, quien levantó sus manos y la frotó para calentarlas.
—No era una queja —se apresuró a decir ella—. Solo una observación —añadió con una sonrisa.
Adam sonrió de nuevo y colocó sus manos tapando por completo el tobillo de la chica.
—¿Qué sientes? —le preguntó.
Ella cerró los ojos. Era una sensación complicada. Sentía una oleada de calor en esa zona, pero a la vez un hormigueo agradable y una especie de sequedad en la boca. Aunque eso último no sabía si tenía mucho que ver.
—Es agradable —resumió ella.
No hizo falta más. Eso complajo al hechicero, quien quitó sus manos del tobillo y se las ofreció a la chica para levantarse.
—Ya está. No necesitarás más vendajes.
Alexia se puso en pie y comprobó, con gran alegría, que las palabras de Adam eran ciertas. Retorció con suavidad el tobillo un par de veces y nada. No había dolor alguno.
—Adam —llamó ella.
—Dime.
—¿Estáis bien?
La pregunta pilló por sorpresa al chico. Sin duda, era complicado responderla. Recibían ataques de Camelot día sí y día también. Cada vez llegaban más seres con magia a sus tierras huyendo de la tiranía y crueldad del rey Lucas y eso provocaba que los suministros se agotasen antes y tuviesen que exponerse para conseguir más. Pero también era cierto que cada vez poseían un ejercito más poderoso y numeroso con el que hacer frente a Camelot.
—Nos las apañamos —respondió sin querer entrar demasiado en el tema.
A Adam le gustaba que Alexia pudiese, en cierta forma, mantenerse alejada de todo eso. Que no tuviese que ver semejantes atrocidades, aunque viviendo con Lucas tampoco estaba demasiado a salvo.
Ella posó de forma suave su mano sobre el brazo de este. Odiaba no poder hacer más por ellos. Siempre les traía algo de comida, telas y demás, pero nunca era suficiente.
—Pensaba que habías venido a entrenar —soltó él para cambiar de tema.
Lexi lo miró divertida y se mordió el labio inferior.
—Así es. ¿Cuál es la lección de hoy? —preguntó torciendo la boca de forma coqueta.
Adam, sin duda, era uno de los mejores guerreros con los que contaba Monmouth. Había sido entrenado en la magia desde pequeño, y sus dotes eran asombrosos. Por eso, Alexia estaba algo temerosa. No quería decepcionarlo. Ella apenas podía practicar, por lo que no controlaba demasiado bien su magia.
—¿Ataque o defensa? —preguntó él.
Lexi se quedó en silencio. Con su hermana había aprendido pequeños trucos para poder escaparse del castillo, como hacer que algo se cayese para llamar la atención; borrar sus huellas para no ser descubierta; pócimas para dormir a la gente...
Al ver la cara de la chica, Adam enseguida decidió tomar la iniciativa.
—¿Por qué no repites lo que acabo de hacer? —preguntó refiriéndose a la magia de sanación.
—¿Vas a torcerte un tobillo para que lo sane? —inquirió ella incrédula entre risas.
—No —respondió él sacando una daga de su cinturón y realizando un corte en su mano.
—¡Adam! —chilló ella mientras veía como la sangre se deslizaba por la mano de este y caía sobre el suelo sin cesar.
—Tranquila, tan solo coloca ambas manos sobre la mía con fuerza y deja fluir la energía.