Adam miraba algo cansado a Anya, quien estaba sentada con la piedras cruzadas en medio de un círculo de piedras.
Esta tenía los ojos cerrados y en sus manos sostenía una espada con la empuñadura dorada.
—¿Vas a tardar mucho más? —preguntó él impaciente.
Anya abrió los ojos molesta.
—Si sigues interrumpiéndome sí.
El hechicero suspiró. Sabía que la joven, como sacerdotisa de la triple diosa, era la mejor para llevar a cabo ese encantamiento, pero no tenía demasiado tiempo como para esperar a que ella realizase todo el extenso ritual.
Anya resopló y volvió a cerrar los ojos mientras recitaba unas cuantas palabras en un tono inaudible.
Tras varios minutos, se llevó una de las manos hacia una pequeña bolsa que colgaba de su cinturón y cogió unas hierbas que guardaba para, posteriormente, espolvorearlas en la espada. Después, dejó el arma en el suelo, lo cubrió de barro y lo dejó ahí unos segundos.
Adam la miraba con curiosidad y cierta admiración, dado que la joven era una de las pocas sacerdotisas que quedaban y, sobre todo, la más poderosa que él había llegado a conocer.
—Ya está —sentenció la joven retirando el barro de la espada y limpiándola con un pañuelo.
—¿Estás segura?
La pregunta ofendió a la chica.
—Yo no me equivoco —respondió seca mientras le entregaba el arma.
El hechicero contempló el instrumento unos segundos en silencio. No advertía nada diferente, pero así era la magia. Ese era precisamente su poder, que era capaz de pasar inadvertida hasta el momento de tener que realizar su cometido.
—Gracias —dijo el chico, pero Anya no pareció hacerle demasiado caso.
Una vez con la espada guardada, Adam caminó a paso ligero hasta Camelot. Debía avisar a Alexia de lo que Cristina había predicho con su visión.
La plaza del reino estaba abarrotada de guardias, no iba a ser nada fácil llegar hasta la princesa sin armar algo de lío.
Caminó entre el pueblo tratando de no llamar la atención y llegó casi hasta la puerta de Palacio, hasta que un grupo de soldados llamaron su atención.
—No puede pasar —advirtieron.
Adam se llevó la mano a la espada, no tenía tiempo para lidiar con ellos.
—¡Retiraos! —ordenó una voz muy familiar.
Todos se giraron hacia la joven. Adam contuvo el aliento al ver el apretado y escotado vestido verde esmeralda que llevaba la joven. Intentó desviar su mirada para que Lexi no se percatase de todo el tipo de imágenes que estaban recorriendo su mente.
—Pero, lady Alexia, no podemos permitir que nadie entre a Palacio, son órdenes de su padre —comentó uno de los guardias evitando realizar contacto visual con la princesa.
—No va a entrar. Ha venido a verme a mí por un asunto de mi caballo —respondió ella colocándose junto a Adam.
—Lady Alexia, tenemos órdenes de...
—¿Queréis tener que explicar a mi padre por qué mi caballo no está listo para mañana? —Hizo una pausa—. ¿O es que acaso no se fían de mi palabra? —preguntó de manera altanera.
Todos los guardias bajaron la cabeza y la princesa sonrió. Nunca le había gustado llamar a Lucas padre, pero en situaciones de emergencia, como esa, siempre era una baza que no podía desaprovechar.
—No, no es eso, lady Alexia.
—Entonces no hay más que hablar. Rodrigo, acompañadme a los establos para echar un vistazo a mi caballo.
Adam agachó la cabeza y la siguió divertido mientras los soldados se quedaban en silencio sin saber si habían hecho bien o mal.
—¿Rodrigo? —preguntó entre risas una vez se hubieron alejado.
—¿Estás loco?, ¿qué haces aquí? —preguntó ella furiosa mientras lo golpeaba en el brazo con fuerza repetidamente.
—Tengo que hablar contigo.
—¡Da igual!, ¡es peligroso! —insistió malhumorada.
Adam le cogió de los hombros y le obligó a mirarle.
—¿Qué te pasa?
El joven hechicero siempre tenía el don de saber cuando algo iba mal en ella. Era difícil ocultarle algo.
—Nada —mintió ella—. Que no quiero que te arriesgues así.
Esa segunda parte era cierta al menos.
—Lexi —dijo él obligándole a no desviar la mirada.
—Lucas quiere que me case —respondió sin dejar de mirarlo.
La frase fue como un jarro de agua fría para el chico, quien tragó saliva tratando de que no se notase el daño que le hacía esa noticia.
—¿Con quién?
—Con el príncipe heredero al trono de Olaf —respondió rodando los ojos.
—¿Heredero? Ese niño no va a heredar el trono nunca —comentó rodando los ojos de manera molesta.
Alexia parpadeó confusa. Parecía que Adam contaba con más información sobre esa familia que ella.
—¿A qué te refieres?