El reino del pasado

Capítulo 21

Alexia se quedó en silencio. Desolada. Lo había perdido. Esta vez de verdad. 

Jerome se había enfadado mil veces con ella, pero a los dos minutos siempre se le pasaba. Sin embargo, esta vez sabía que se había acabado. Ya no había más un Jer y ella. No había un futuro posible.

Tragó saliva. Debía sentirse aliviada. El príncipe era lo único que se interponía entre ella y su futuro. Era quien provocaba que no estuviese al cien por cien entregada a su causa. La razón por la que aún creía en Camelot.

Sin él todo debía ser más fácil. Podría centrarse en su misión. Ya no habría distración.

Y, aún sabiendo todo eso, Lexi se sentía tan miserable. Tan sola. Tan vacía por dentro...

¿Y si se había equivocado?, ¿y si Jer sí que era su futuro?

Sacudió la cabeza. No. La familia siempre era lo primero. No podía si quiera dejar que ese pensamiento recorriese su mente.

Lo que acababa de pasar era bueno. Era lo que necesitaba. 

Se quedó en silencio repitiéndose una y otra vez lo mismo hasta que comenzó a creérselo.

Cassandra la miraba en silencio. Estaba comenzando a atar cabos y eso la horrorizaba.

—Cassie —dijo Lexi al ver que esta abandonaba la habitación a hurtadillas.

—Creo que deberíais descansar —respondió esta con voz titubeante.

La protegida del rey dio un paso hacia su amiga, y esta retrocedió sin darse cuenta.

—¿Qué, qué ocurre? —articuló la princesa confusa.

—No es nada, mi señora, pero creo que es mejor que me vaya —insistió tratando de abandonar la habitación.

—¿Por qué me rehuyes?

La voz de Alexia sonaba a punto de romperse y Cassandra no tenía nada que decir. No sabía por qué sentía esa angustia en el pecho. Por qué de pronto al mirar a esa chica ya no veía a su mejor amiga, sino a una joven con afiliaciones en la magia. Por qué sentía ese miedo de tenerla cerca.

—Cassie —susurró mientras esta abría la puerta y se apresuraba a irse.

Y Alexia se quedó sola. Ahora lo estaba de verdad. Había perdido a todos a quienes quería en ese palacio. Y si con la marcha de Jerome su corazón se había partido, con la de Cassandra se había congelado para no sufrir más. 

Todo lo que la detenía a convertirse en la persona que debía ser había desaparecido.

Tragó saliva y se miró en el espejo. Se secó las lágrimas que caían sin control y trató de serenarse. 

La balanza se había decantado y ya no había marcha atrás. Tenía una misión que cumplir.

Se medio recogió el pelo con un pasador dorado. Se cambio el vestido por uno morado algo más holgado, con mangas de seda bastante amplias y salió de su alcoba con el rostro impoluto. nadie diría todo lo que acababa de pasar en la vida de la chica.

Caminó por los pasillos dedicando educadas sonrisas a todos aquellos con quienes se iba cruzando, hasta que llegó a las caballerizas.

Todo estaba limpio. No había ni rastro de los cuerpos ni la sangre. 

Se acercó hacia su caballo y comenzó a acariciarlo.

—Tú no me dejarás, ¿verdad? —preguntó con una sonrisa algo infantil.

El corcel relincho y ella se lo tomó como una respuesta afirmativa.

—Las cosas van a cambiar mucho. Son tiempos difíciles —relató.

Al fin y al cabo, ese animal era el único ser dentro del castillo con quien ella se podía desahogar.

—Preparad a mi caballo —anunció y una vez listo cogió las riendas y caminó junto a él hasta llegar a las escaleras que conducían a la entrada de palacio.

—¿A dónde vais?

Esa voz la distrajo. El principito de Olaf.

—A cabalgar —se limitó ella a responder.

—¿No os habéis enterado del ataque? Es peligroso salir ahora. Vuestro padre ha decretado toque de queda —avisó.

Lexi le dedicó una educada sonrisa.

—No lo sabía —mintió—. ¿Eso es todo?

—No. hay otra cosa.

Se quedo en silencio.

—¿Y bien?

—No habrá boda. Lo has conseguido.

La nula expresión de la princesa sorprendió a Máximo.

—Pensé que os alegraría libraros de mí —reconoció.

Ella fingió una sonrisa. Con todo lo sucedido había olvidado lo de la boda. Y pensando fríamente quizá no hubiese sido una tan mala idea, pero ya no importaba demasiado.

—Parece que finalmente os he cogido cariño —mintió.

—No es cierto —dijo él entre risas—. No sé que es, pero eso seguro que no.

Su franqueza sorprendió a la chica.

—Parece que me habéis pillado —admitió con una sincera sonrisa—, pero reconoceré que teneros cerca ya no me resulta tan irritante —añadió arrancando una carcajada del joven.

—Sois diferente — dijo pensativo.

Ella se encogió de hombros.

—Culpable —respondió con tono cantarín mientras entregaba su caballo al mozo de cuadras y entrelazaba su brazo con el del príncipe de Olaf—. Y ahora, ya que no puedo salir de aquí, ¿me acompañáis a tomar algo? Me muero de hambre.




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