Dejamos atrás la capital que se encontraba en ruinas, a través de las planicies, que ahora se encontraba llena, con los múltiples espíritus que vagaban por ella sin un lugar al cual llegar, transformando aquel lugar solitario y reservado en algo lúgubre y aterrador.
Caminamos a cielo abierto intentando pasar desapercibidos, pero frecuentemente aparecían almas a nuestro alrededor que luego desaparecían sin dejar rastro. En otro momento hubiera pensado que estaba enloqueciendo, pero ahora esta era la realidad en la que había caído nuestro mundo.
Decidimos alejarnos lo más que pudimos de la capital, encontrando muy poca gente a nuestro paso que también huía de ella, lo cual indicaba que no era la capital la única ciudad que había perdido a sus habitantes.
Cruzamos casi toda la planicie hasta llegar al bosque encantado, en solo dos días casi sin descansar. Irónicamente ahora el bosque era más seguro que la planicie. Ya dentro del bosque usamos el camino que pasaba cerca de la ciudad del lago. Ares nos guio hasta una pequeña ciénaga escondida de los viajeros, en medio de las montañas y sin ningún que llegara hasta ella.
El agua que llenaba la ciénaga era parte del agua que se filtraba desde el lago en lo alto de la montaña – era un lugar que solo conocíamos Alika y yo. Estoy seguro de que era el lugar al que quería llegar el día que intentó escapar – dijo Ares
El agua estaba clara y varios nenúfares flotaban sobre sus aguas. Ares se quedó recordando los momentos cuando acompañaba a Alika, cada vez que estaba asustada o molesta, para esconderse del resto de personas, a este lugar que ambos consideraban como algo especial.
Liana tenía una mirada de tristeza al entender los sentimientos de Ares, un dolor en el pecho a causa de aquella sensación juvenil, que experimentaba por primera vez y que había nacido durante el tiempo que habíamos pasado en nuestro viaje. Él estaba enamorado del recuerdo de Alika y era algo a lo que ella no podía hacerle frente.
Le pedía a Liana que nos retiráramos para que Ares se pudiera quedar a solas un momento y se pudiera despedir de todos los recuerdos que guardaba este lugar y que tal vez no volvería a visitar jamás. Así que nos quedamos detrás de unos árboles.
Ares se quedó apoyado en un árbol, evitando apoyar su pierna que había sido entablillada por Liana, mientras se despedía, dejando caer un dije que le había regalado Alika en uno de sus paseos por el castillo de su padre. El dije cayo golpeándose contra una roca en el agua y se abrió en dos dejando ver un pequeño retrato de él con Alika, donde ella sonreía.
Las lágrimas aparecieron en sus ojos, mientras el dije que había rebotado en la roca y caído al agua, se hundía en ella. Ares levanto la mirada que estaba fija en el agua, encontrándose al fondo del pantano la imagen de Alika estaba allí. Sintió una profunda desesperación. Sin pensarlo se introdujo aún más en la ciénaga intentando alcanzar aquella imagen que veía, sin estar seguro de que fuera algo real o no. Pero la imagen desapareció frente a sus ojos, antes de que el alcanzara a llegar hasta ella.
Cuando Liana y yo llegamos lo encontramos en medio de la ciénaga apoyado en una roca y con el agua hasta las rodillas. Lo ayudamos a salir y luego continuamos nuestra ruta rumbo a la aldea de Liana. Esa noche descansamos en medio del bosque sin refugiarnos en ningún lugar específico, sabiendo que ya no tenía caso escondernos de los espíritus que ahora estaban por todos lados. Dormimos poco y debimos usar turnos de vigilancia.
Durante los dos siguientes días caminamos todo lo posible durante el día, cuando eran menos perceptibles la presencia de las almas y descansando por turnos en la noche, mientras contemplábamos las almas liberadas deambular en medio de la noche bajo las estrellas que parecían brillar más que antes.
Llegamos al pueblo en ruinas de Liana, y entre los tres buscamos la ayudamos a enterrar la mayor cantidad de cuerpos posibles, aunque la mayoría se encontraban en muy mal estado, debido al tiempo que llevaban de muertos. La tumba más grande fue la de su padre, y encima de ella, Liana busco una lanza que relucía como si fuera nueva, a pesar de ser la primera arma que había forjado su padre y que aún conservaba y la coloco encima de la tumba, enterrándola hasta dejar solamente la mitad del mango visible, luego se arrodillo frente a la tumba donde se quedó orando por un largo tiempo. Al finalizar decidimos descansar por la noche y a la madrugada nos reabastecernos de comida antes de marcharnos.
Al salir del bosque notamos como la presencia de las almas se hacían menos intensas, como si el poder de la magia se perdiera con la distancia, haciéndose más débil a medida que nos alejábamos de la capital.
Las tierras del sur se abrían paso frente a nosotros - ¡SAKALA! – grite con todas mis fuerzas, aun desconcertado sin saber su paradero, y sin saber si ella había regresado y estaba esperándome en alguna parte del mundo o si aún estaba atrapada.
- seguro ella también te está buscando- dijo Ares
Caminamos hasta llegar a la entrada de mi pueblo, estaba completamente reconstruida y había quedado igual a como era antes del ataque, y los espíritus del bosque había retornado, seguramente por el regreso de Sakala y por el fortalecimiento de sus poderes. No pude evitar sentir nostalgia al observar el templo alzándose en lo más alto, mientras el agua del rio lo atravesaba para terminar en una cascada que llegaba al rio. Lo único que había cambiado era la construcción de un enorme cementerio que se habían alzado a un lado de la ciudad, en un lugar muy especial dentro de las cavernas, ya que era el único lugar dentro de ellas en el que el techo tenía un agujero en el techo por donde entraba la luz y hacia brillar de vez en cuando el cristal de las cavernas. Además, habían alzado varias placas conmemorativas y estatuas para recordar a los habitantes que habían muerto el día del ataque, y el lugar tenia tantas flores que más que un cementerio parecía un jardín.