Pasaron los meses y Sami aun no superaba la muerte de Leo, se encontraba más deprimida cada día que pasaba, había momentos donde solo revivía los recuerdos de él y de solo recordarlo, se le hacia un nudo en su garganta y no aguantaba las ganas de llorar, toda las ganas de vivir se le esfumaron en esos instantes, a pesar de las comodidades que la rodeaban y las personas que le eran serviles y atentos a sus necesidades, la trataban como a una reina, pero todo ello no llenaba el vacío que sentía por la pérdida de Leo.
Tanto era su dolor que instintivamente, consumía los alimentos para su bebé, tal vez él sabía cuidarse, se sintió culpable por ser una mala madre, que no se daba valor por el hijo que pronto traería al mundo.
Sus sirvientes la intentaban de animar, pero no conseguían que ella siquiera sonriera, así que se rendían en su intento, tal vez la comprendían. A media que pasaba los días no hacía más que salir solo de la cama hasta su alcoba o la terraza de sus a aposentos y se quedaba viendo desde ahí a la ciudadela, ni la bella ciudadela llamaba su atención, mantenía la mirada perdía en otra parte.
A medida que transcurría los días su vientre crecía aún más, al mirar como su fruto crecía, un sentimiento de remordimiento se instalaba en su interior, al comprender que no estaba cumpliendo con los votos maternales. pero por una parte envidiaba a su propio hijo toda esa comodidad que le daban, no era más porque solo les importaban al niño y no a ella, esto le llenaba de impotencia, pero sentía por su bebe un amor indescriptible, después de todo era la única compañía que formaba parte de su ser eso le bastaba como consuelo y compañía.
Cuando cumplió el noveno mes, las contracciones se hicieron presentes, el bebé amenazaba en venir, Minerva su doncella personal de inmediato la asistió, los demás acudieron, en cuento se enteraron que ya venía.
Todos los que se llevaban en la habitación, cooperaban desesperados, corrían de un lado a otro, con mantas, agua y paños por órdenes de Minerva, quien cumplía el rol de partera.
A su lado estaba Hanks sosteniéndole la mano, mientras ella lo apretaba su mano con el dolor que le provocaba el parto, pero él no parecía importarle su agarré—vamos mi señora usted puede —le daba ánimos y Minerva esperaba entre sus piernas a que expulsara al bebé para recibirlo
—mi señora Sami, con más fuerza—Minerva exigía—un poco más ya viene…
En la habitación retumbó el llanto del recién nacido, todos se quedaron hipnotizados por unos segundos al oírla, Minerva la sostuvo con cuidado mientas la sumergía en agua de un recipiente que otro sirviente sostenía, luego la envolvía en una manta.
—es hermosa. Comentó impresionada al ver a la niña sobre sus brazos, ella seguía llorando.
—la luz que nació sobre la oscuridad ha regresado —dijo el gran maestro, la pequeña guardo silencio mirando fijamente al anciano, como intentando comprender lo que le dijo, el gran maestro Migeldran extendió los brazos para que le entregarán a la niña, y Minerva se la dio, el aproximo a la niña a su madre, le entregó en sus brazos, Sami lo sostuvo con desesperación y emoción, la niña se tranquilizó a un más al estar al lado de su madre.
Parecía buscar ser protegida por su madre, pero sin explicación alguna la bebe empezó a removerse inquieta, aunque no lloraba, Sami la abrazo aún más mientras lágrimas de emoción salían de sus ojos, la niña se aferró a su madre.
Los presentes solo las observan y le daban su espacio de un encuentro de madre e hija.
—¿cómo la llamaras? —preguntó Hank después de largo rato, quien aún se mantenía a su lado.
Sami aparto un poco a su bebé para mirarla detenidamente la contemplo anonada, era sumamente hermosa, de cabellos dorado platinos eran como pequeños cables de un oro blanco como la luna llena, su piel de igual manera con pómulos ligeramente rosados, con unos hermosos ojitos dorados con una pizca de cristalinas.
Trato de encontrar los rasgos de Leo, pero no los hallo, ni las de ella existían, no se parecía a ninguno de los dos, Sami se decepciono, pero, supo disimilarlo, por una parte, se sintió culpable, era su hija después de todo y de Leo también. Sin duda lo era porque fue el único hombre quien había amado y conocido
—Mi señora. Escucho esta vez al gran maestro Migeldran, a la espera de su respuesta
—lo he pensado desde que supe que sería madre—dijo casi en un susurro por el agotamiento —que si era una niña la llamaría. "solarys kani".
El maestro Hanks asintió, tomo a la niña la alzó al aire para que todos y los recién llegados a que acudían a presenciar a la recién nacida, la extendió al aire para que la vieran.
—la reina Solarys ha nacido, muestra reina, nuestra luz y la esperanza a regresado al mundo—anuncio orgulloso, los presentes hicieron una reverencia a solarys.
Hanks paso a la niña a Minerva para que ella se hiciera cargo como su nodriza, se giró a ver a Sami, pero la vi muy pálida, se preocupó al verla así
—Mi señora se encuentra bien—le pregunto preocupado
—os los ruego que cuidarán de mi niña. Dijo débilmente.
—pero que está diciendo, debe vivir por su hija, ella la necesita—Sami lo miro fijamente luego dijo.
—¿es ella verdad?. la reina de aquella vieja leyenda la que todos temen contarla, ahora comprendo por qué las sombras la persiguen por generación en generación. En aquella vieja leyenda se rumora que le hacía frente a la oscuridad. él solo asintió y no dijo nada.
—Mi señora, no puede abandonarla — el gran maestro intentó de convencerla.
—lo que deseo es estar al lado de Leo. Perdóname Solarys, sé que soy egoísta, pero amo a tu padre no pudo vivir un segundo más sin él—miro a su hija, la pequeña la observaba sobre los brazos de Minerva. soy una mala madre por querer estar con él hombre que ama. Perdóname…yo… espero que crezcas sana saludable y fuerte. Pero recuerda siempre esto: te amo hija mía —dijo luego miro a los maestros quienes estaban expectantes, en sus rostros se delataba la desilusión —prometan que la cuidarán.
—te prometemos que no le faltara nada la protegernos con muestras vidas si es nesesario.
Hanks le aseguro, el gran maestro solo asintió, seguro de sí. Sami volvió a ver a su hija por última vez, una lagrima silenciosa resbaló de los ojos de la pequeña, esto afligió a Sami, pero le sonrió débilmente pero recorfortante y dulce.
Así fue la decisión tomada por Sami cerró los ojos lentamente, y se entregó a los brazos de la muerte. Nadie la juzgaba, la comprendían y tenían encuentra que la marca que portaba Leo y Sami eran imanes inseparables.
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Editado: 27.11.2020