Justine se escondió detrás de su padre al ver a Christine. Esta vez había escuchado perfectamente que aquella mujer era su tía. Christine miró a Santiago, y él se encogió de hombros, después se acercó a su hermana para darle un beso en la mejilla.
—Dije que su tía la esperaba para almorzar, ahora lo sabe —susurró a su oído.
Ella abrió los ojos en señal de sorpresa y le dedicó una mirada a Justine, que de inmediato se dio cuenta que murmuraban sobre ella.
«Debe avergonzarse de ser tu tía, por eso no quiere que la llames así».
Christine se encorvó lo suficiente para quedar a la altura de la pequeña.
—No pasa nada, Justine. Puedes llamarme como más te agrade: Chris, Christine, o tía. Lo importante es lo que realmente somos aquí —detalló, llevándose una mano al pecho—. ¿Me explico?
«Pues yo soy tu peor pesadilla, tía Christine».
La niña apenas asintió con timidez y Christine hizo un pequeño ademán con su brazo derecho para invitarlos a pasar al comedor. Justine quiso escapar hacia la biblioteca, sin enfrentarse a las miradas o preguntas de los adultos, pero antes que pudiera empezar a correr, Santiago la sujetó del brazo para impedir que se marche.
—Esta vez no señorita, es una cena familiar —su voz sonaba autoritaria.
La pequeña obedeció y en el momento en que entró al comedor se encontró de frente con el padre de su mejor amiga. Todos se paralizaron y ambos hombres se miraban con recelo, por encima de la mesa ya puesta.
—Creo que otro día podremos concretar su asunto, señorita Bennett —dijo Adam. Estaba rígido, y tenía la mandíbula apretada. De alguna manera, logró recoger su maletín para poder salir lo más rápido posible—. Es obvio que tienes una comida familiar.
—Preparé una receta de mi madre, que en paz descanse, especialmente para ustedes —se llevó una mano al pecho y puso cara de ofendida—. No me van a despreciar, ¿cierto?
Su voz era manipuladora al igual que sus bellos ojos, Adam no se pudo resistir, así que volvió a tomar asiento. Santiago hizo lo mismo, y le dio un par de palmeadas al asiento contiguo para invitar a su hija a sentarse a la mesa. Una vez todos sentados, un silencio sepulcral se apoderó del lugar, solo se miraban los unos a los otros, echando chispas por los ojos. Christine prosiguió a servir la comida y ante el suculento sabor de los alimentos que todos parecían disfrutar, decidió hablar.
—Fue una terrible desgracia en la que todos nos vimos afectados —exclamó con semblante serio ante las miradas de los presentes—. ¿Creen que yo no me vi involucrada? ¡Fue en mi propiedad donde ocurrió el accidente! La policía y la prensa parecían no querer salir del jardín.
Adam se puso de pie, no pensaba escuchar más de aquella mujer que le agradaba tanto, hasta unos minutos atrás. Estaba comparando su duelo con afectaciones a su propiedad y eso lo enfureció.
—¡Basta! No estoy dispuesto a soportar esto —chilló enfurecido, sintiendo como un nudo en su garganta le cortaba la respiración—. Me quedé sin nada. ¿Entienden? La única mujer que amé en la vida me dejó y acabo de perder lo único que me quedaba de ella. Mandy era un pedacito de ambos, una memoria constante de aquel amor que sentimos un día. ¡Y de la noche a la mañana no está! —Todos los presentes enmudecieron. Incluso Justine, que parecía estar conteniendo el llanto—. No podré oír su vocecita chillona por las mañanas, o las locas canciones que inventaba para la hora del baño. No volveré a sentir sus piececitos colándose por debajo de las sabanas cuando por las noches, decía tener pesadillas con el pretexto de dormir conmigo.
—Justine, ¿quieres leer, amor? —preguntó Santiago al detectar lo intensa que se estaba poniendo la conversación entre los adultos y como los ojos azules de su amada hija, se llenaban de lágrimas.
Justine asintió y se bajó del asiento hasta que Adam la detuvo con sus sentencias.
—¡Ella es la más involucrada en todo este embrollo! Fue la última en ver con vida a mi pequeña —Las palabras de Adam eran como una filosa daga, el rencor y la impotencia comenzaban a destrozarle el juicio—. Dime Justine, ¿cómo murió Mandy? ¿Sufrió mucho?
«¡Claro que sufrió! Se retorcía en el piso. Todo parecía dolerle, porque no paraba de quejarse, la muy llorona. Tal vez se fracturó más de un hueso al caer, pero en cuanto logró moverse y levantar la mirada, los pedazos de madera cayeron sobre su pequeño cráneo. Las astillas de la madera internándose en su cuero cabelludo, el colapso seguido de uno y otro golpe no le dieron descanso a su agonía. El rojo escarlata de su sangre se abrió paso, adornando su cabello… y su dulce rostro sin vida, enmarcando un par de ojos sin luz, eran el reflejo de su angustiante muerte. ¡Oh! Era tan bello, que solo volver a recordarlo me llena de emoción».