Parecía una mañana como cualquier otra. Incluso el resplandor del sol auguraba un grandioso día, un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para la humanidad de corregir errores pasados. Algo así transitaba por la mente de Christine, que luchaba con los dilemas existenciales entre ser una buena tía o seguir odiando a la hija de Sophía, por el simple hecho de ser la hija de la maldita que engatuso a su hermano menor y destruyó a su familia.
—La niña no tiene la culpa —se repetía mientras preparaba el desayuno.
Cogió una bandeja y colocó fruta fresca, pan tostado, jugo recién exprimido y un par de huevos revueltos. Se levantó desde muy temprano, cuando escuchó a Santiago en la cocina peleando con la tetera, pero luego que éste se fuese al negocio, ya no pudo conciliar el sueño de nuevo, por lo que decidió preparar un desayuno digno de un par de reinas. Abrió la puerta del cuarto de Justine con sigilo, procurando hacer el menor ruido posible y observó con detenimiento la imagen de ternura que esbozaba esa niña. Quiso auto reprenderse por tener sentimientos negativos hacia aquella criatura tan indefensa e inocente.
—Pobre niña, es una víctima más de esa arpía —musitó.
Sus palabras apenas salieron de sus labios, pero lograron despertar a la chica, que se restregó los ojos en cuanto diviso a Christine con una bandeja llena de alimentos colmados de color.
«Mira a quién tenemos por aquí».
—Buenos días, Justine.
«Buenos días tía, Christine. Hoy parece un maravilloso día para concretar tu muerte. ¿No lo crees?».
Justine quedó pasmada ante la sola idea de matar a su propia tía, pero la muerte tocó a su ventana en ese preciso momento. Un par de alimañas de alas negras afirmaron su pico en el cristal, dando un leve golpe para recordarle las victimas que tenía que cargar en su conciencia. Justine giró su cabeza hacia la ventana y abrió mucho los ojos, Christine advirtió aquel movimiento y la siguió con la mirada, pero no vio nada.
—¿Qué miras? —le preguntó. La niña solo negó con la cabeza—. ¿Qué esperas para desayunar? He preparado todo con mucho cariño y esmero. Seguro que te va a gustar.
La niña se sentó en la cama ante la bandeja y comenzó a deleitarse con las frutas exóticas que hasta ese momento no había probado. Fresas, kiwis y duraznos hacían que sus papilas gustativas reaccionaran con satisfacción. Las aves negras, de repente quedaron en el olvido y desaparecieron ante las caras y gestos que hacía su tía, al comerse de un solo bocado, uva tras uva.
Minutos más tarde, tal y como había acordado con su hermano, se encontraban frente a la escuela de Justine. La niña llevaba ropa nueva, perfectamente planchada y presentable. Llevaba el cabello peinado en un moño alto e incluso zapatos nuevos. Se sentía muy extraña con todo eso. Bajó del vehículo y todos los niños la veían con asombro. Su tía le sonrió en cuanto se giró hacia ella, buscando escapar de alguna manera de todas las miradas. Christine llevaba una falda entubada color blanco, un saco del mismo color con aplicaciones contrastando en negro y su cabello recogido de la misma manera que su sobrina.
—Vamos, entra —expresó con un gesto de labios que la niña pudo leer de inmediato. Continuó caminando hacia el umbral del colegio.
«Debes darte prisa si no quieres perderte cuando encuentren la sorpresa que les dejaste en la piscina».
—¿Quién era ella, Justine? ¿Tu mamá? —interrogó Alisson, que venía justo detrás, junto a Ximena.
La niña abrió la boca para responder, pero Ximena la interrumpió antes de poder hacerlo.
—Ya quisiera Justine una mamá tan bonita y elegante como ella.
Justine odiaba que cualquier persona hablara mal de su madre. Empuñó su mano, al recordar que Mandy ya no estaba a su lado para defenderla, pero se contuvo. No era lo suficientemente valiente para defenderse por ella misma.
«Tranquila. A Ximena le llegará su hora a su debido tiempo, por ahora dejemos que Luca haga su parte, traumando su infancia».
Poco a poco el salón de clases se fue llenando en su totalidad y como era de esperarse, Ximena buscaba a Luca por todas partes. Esa mañana, se había tardado más de lo acostumbrado en peinarse, se miraba una y otra vez en el espejo, tratando de convencerse de que no lo hacía por su amigo. Nunca había pensado en un chico, nunca le habían llamado la atención, y su madre siempre le había dicho que hasta que cumpliera quince años podría tener novio, por eso lo rechazó. Por eso y porque eran un par de niños. Además, Luca era su mejor amigo y no quería echar a perder esa amistad.