—¡Papi! —exclamó la pequeña, en cuanto su padre entró a la mansión Bennet—. Se hace tarde, no llegaremos a tiempo.
—Veo que tienes mucha prisa, ¿dónde está Christine? Quería despedirme —Santiago comenzó a dar pasos hacia el interior de la casa buscando con la mirada a su hermana.
—Horneando pastelillos, ella me ayudo a escoger mi ropa papito, ¿cómo me veo?
—¡Te ves preciosa mi niña!
La música seguía sonando a todo volumen y cuando él decidió ir a la cocina para saludar a su hermana, Justine se lo impidió, jalándolo del brazo.
—¡Vámonos, papi! ¡Es tarde!
Santiago miró el reloj y comprobó que solo faltaban quince minutos para que empezara la función de la que Christine les había comprado los boletos. Caminó arrastrado por el impulso de su pequeña y miró una vez más hacia el interior de la casa, pero no vio a su hermana, no la vería más. Trató de relajarse y disfrutar tener tan contenta a su hija, por lo que no dudó más y se encaminó con ella rumbo al cine.
Estaba todo oscuro en la enorme sala, Justine solo podía ver siluetas de personas sentadas a su alrededor en las butacas, miró a su padre a un lado suyo, que le sonrió con gesto emocionado. No tenía la menor idea de cómo había llegado ahí, lo último que recordaba era tener entre sus manos, aquel cuadro envuelto con papel estraza. Sintió un escalofrío que entumeció todo su cuerpo, justo cuando las pocas luces que quedaban se apagaron y todos en la sala guardaron slencio.
—Está a punto de comenzar —masculló su padre.
Trató de tranquilizarse, de convencerse que no había pasado nada malo, que no estaría sentada en el cine al lado de su papá si algo hubiese pasado, pero esa sensación que le recorría la piel, como miles de hormiguitas caminando sobre sus pies, le decían todo lo contrario. Agarró un puñado de palomitas y se las metió a la boca.
—¡Ah! —exclamó con decepción—. Quería palomitas acarameladas, Christine dice que son las mejores.
—Me pediste palomitas con mantequilla, Justine. Tú las elegiste.
Las personas que estaban a su alrededor les indicaron que guardaran silencio, muy molestas por su habladuría justo cuando empezaba la película, así que después de mirarse con extrañeza, padre e hija decidieron concentrarse en la gran pantalla que tenían al frente y disfrutar la película. La niña comenzaba a sentir un malestar en el estómago, no por las palomitas y golosinas que comía, sino por la preocupación que no la dejaba en paz. Siempre que no recordaba, era porque algo malo había pasado, lo menos importante en ese momento era el sabor de las palomitas, solo deseaba que su tía estuviera bien.
Lejos del cine y del cadáver de Christine, Boris se había armado de valor y estaba decidido a fingir ser el detective que siempre había soñado ser. Después de ensayar sus gestos, tono de voz y de formular cada una de las preguntas que le haría a la madre de James frente al espejo, se sentía preparado. No era tan listo para enfrentar a un psicólogo de renombre, pero sí a la mujer que se la pasaba casi todo el tiempo sola. Tocó la puerta, apenas dos veces y el rostro afable de Mariel le dio la bienvenida a su hogar.
—Buenas tardes, señora. Tengo que hacerle algunas preguntas sobre la muerte de la profesora Roberts.
—¿Otra vez? —preguntó ella, con algo de duda, pero en cuanto él le mostró su placa, lo dejó pasar—. Debo informarle que mi hijo no se encuentra, volverá más tarde. Después de clases, pasa horas en la biblioteca metido en esos enormes libros de psicología, que en lugar de ayudarlo, lo están volviendo más loco. Si gusta puedo ofrecerle un té mientras lo espera.
Boris agradecía que la mujer fuera tan desinhibida y hablara de más. Sabía que su hijo no estaría en casa, pero ella le daba información que ni siquiera pedía, eso era bueno para su investigación extraoficial.
—Acepto con mucho gusto el té señora, pero esta vez, me temó que las preguntas serán para usted. Espero que no haya ningún problema.
Mariel se apresuró a servir el té y se sentó frente a él con toda la disposición de que alguien por fin, le pusiera atención. La soledad y monotonía de su vida comenzaban a aburrirle. Jamás pensó en que Boris sospechaba de su hijo, a ella no le pasaba por la cabeza que alguien matara a la persona que amaba, más bien quería colaborar para encontrar al culpable, si hubiera alguno, y así darle la tranquilidad que James tanto necesitaba.