El rey de las nubes

Niño de papi y mami

Dejé el tema de Fabián encerrado en el gabinete de mi ropa interior. Perfecta analogía, ¿no? Había decidido que pensar mucho en eso no era para nada sano, no me beneficiaba en nada mantener su nombre en la punta de mis labios. 

Olvidaría cada encuentro con él, borraría mi memoria del último mes, y hasta su voz se me haría solo ruido blanco, como el de los televisores antiguos. Debería haberme resultado tan sencillo como hacía con cada persona con la que me acostaba. Nunca repetía con nadie. Era diversión sana por única vez con cada individuo. Probar las mieles de cada árbol era la experiencia que buscaba.

Podría ser un árbol con salvia dulce, amarga, espesa o flácida. Un árbol con frutos grandes o pequeños, con color pronunciado o sin ganas de emerger, era un mundo de posibilidades. Y se me hacía hipnótico brincar de rama en rama, lamer cada hoja y morder cada fruto; beber su néctar cual caminante de un desierto, sediento a más no poder. Perderme en ese bosque era una de las grandes maravillas de la vida, me divertía danzando desnudo entre las raíces, era un sentimiento de libertad del propio ser, y sentirme abrazado por todos esos brazos era lo mejor de la vida. Jamás echaría raíces en ningún lado. Desde hace un tiempo que pienso así, y me funcionaba.

Sin embargo, un día tuve sexo con alguien, un artista de cabello levemente rojizo, y quise repetir. Y esa segunda ocasión lo necesité una vez más. Luego una tercera y también hubo una cuarta. Quizás incluso desde el instante en que nuestros ojos se cruzaron por primera vez, ya me había amarrado entre sus ramas. ¿Era posible?, me preguntaba una y otra vez. 

No temía rechazar almas que pedían a gritos una noche más junto a mí. Y quién podría culparlas. Pero como había dicho, repetir un acto con alguien no era mi estilo. Nada me alzaba más que sentirme deseado por otras personas.

Saber que muchas de ellas estarían dispuestas a recorrer tanto por mí, lograba que mi paseo por el bosque fuera mucho más excitante. Pero el reflejo del agua de mi tina no plasmaba a más nadie más que a mí. Yo deseé estar nuevamente con una persona. Lo admito, pero en esos momentos no era «yo, yo».

Recuerdo que pasó cierto tiempo de la noche del club y continuaba mi vida como si nada. Mis padres obviamente no tenían conocimiento de mis encuentros casuales. siempre buscaba alguna excusa como que salía a estudiar con un compañero o a verme con mis amigos; y mientras mantenía mis buenas notas y les llevaba cierta cantidad de dinero por mi trabajo para compras de la casa, estarían de acuerdo en cualquiera de mis decisiones.

Resultaba algo torcido, que con buenas calificaciones o dinero puedas mantener a tus padres al margen, es como el «toma y cállate» definitivo, pero esa es la hipocresía de la familia.

Como cierto día años atrás; cuando mis padres, mi hermano mayor y yo nos fuimos de vacaciones. Nos quedamos en una cabaña a pocos metros de la playa, una a la que no había ido pero ellos sí, antes de que yo naciera. Y ciertamente era un escenario bastante especial. La arena dorada se sentía tibia a los pies, como un masaje de la propia tierra; habían muchas palmeras, así que los rayos del sol eran los suficientes, nada que provocara insolación. También, entre tanta belleza natural, la belleza del ser humano brillaba con destellos propios, o tal vez era el reflejo de la luz en sus cuerpos humedecidos con agua salada.

Desde luego, como bien sabían ellos, no era un amante de la playa, pues la arena pegada al cuerpo y el sol despellejándome la piel desde fuera, no era algo que disfrutara. Y me quedé en la cabaña mientras ellos se tumbaban bajo una sombrilla que los cubría perfectamente a admirar el mar y las olas revolcando niños. Entre tanta multitud, había alguien en particular que captó mi atención, tanta que me apoyé sobre la barandilla del balcón para observarle mejor y poder relamerme los labios con ganas.

Era un sujeto claramente mayor, quizá de una edad cercana a los treinta, o más. En cualquier caso, su cuerpo en contraste al mío, dejaba a entrever la experiencia en todo ámbito de la vida. Se veía más fuerte, más letrado, con una piel tostada por el sol pero cuidada por lo demás. Llevaba unos lentes de sol y usaba un bañador slip rojo, que contrastaba perfectamente con su piel enrojecida. 

Me di cuenta tarde pero a su lado, sobre una esterilla en la arena, yacía una mujer acostada boca abajo, sin la parte de arriba del traje de baño. Él le untaba bronceador con la palma de su mano. Dos niños, posiblemente sus hijos, jugaban a pies de la silla reclinable, en donde él estaba acostado.

No pude negar que admirarlo allí tumbado, infringiendo la ley natural de no mostrarse ante los plebeyos, hizo que se me parara. Desde el balcón podía verlo cuanto yo quisiera, era como si fuera mío, pero sin llegar a tocarlo.

Admira, guárdame en tu memoria, porque será lo único que tendrás de mí; cada vello de su piel me pronunciaba estas palabras. Era cruel cómo tenía el descaro de presentarse así a este mundo, y justo cuando yo estoy en el mismo. 

Con mis piernas rozaba mi pene para que aumentara mi erección, mientras mis ojos analizaban centímetro a centímetro su fuerte ser. Y creo que ocurrió una de esas situaciones en las que te percatas de la mirada penetrante de alguien cercano a ti. Giró su cabeza en mi dirección, nos miramos fijo, bajó sus lentes de sol y sonrió tan maliciosamente como burlándose de mi deseo carnal hacia él.

Ya mi erección era más que evidente, y no podía bajarla simplemente masturbándome. Tomé una cocada del refrigerador y salí a darme un masaje en los pies con la arena.

Caminé un par de minutos y allí me conseguí a un chico como de mi edad, me puse cerca de él y me pareció de lo más insignificante y poco carismático. Compró un chocolate en una tienda y se lo comió allí mismo, de pie. Su cuerpo era delgado y sin gracia, creo que lo que más me atrajo de él fueron sus ojos verdes y sus tetillas coloradas. 



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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