El inexperto y el imperfecto

Permanecí inmóvil, sin querer traicionar mis emociones. Me abrazó con fuerza y sentí que su cuerpo temblaba ligeramente. Era una sensación extraña; su cuerpo no era ni frío ni caliente, sino algo intermedio. Era un ser emocional, y podía sentir la profundidad de sus sentimientos emanando de su cuerpo. Le devolví el abrazo con todas mis fuerzas, queriendo que supiera que estaba a su lado. Sentía que se me formaba un nudo en la garganta.

Luego de separarnos, conseguí verle cada rincón de sí. Ahora caía en cuenta lo cambiado que estaba. Su cabello ya no estaba tan rojo como solía estar. Por alguna razón, se veía opaco, al igual que su expresión, aunque intentara dibujar una sonrisa. En su piel destapada se mostraban distintos moretones y hematomas bastante pronunciados que, al preguntarle, reveló se trataban de los golpes y patadas que recibió en la funeraria. 

No alcancé a percibir mayor diferencia que esas por la vestimenta tan cargada que usaba. Sin embargo, podía sentir que algo no iba del todo bien con Fabián.

—Quiero disculparme por no haberme comunicado contigo antes; es que, han sucedido muchas cosas de las que no he sido capaz sobrellevar muy bien que digamos —dijo.

No hizo falta, era claro que le perdonaría. De ahí, le aclaré que intenté verlo días atrás pero que había caído enfermo por no preocuparme en lo más mínimo por mi salud. Él se rio, dijo que se oye como algo que yo haría, lo entendió por completo. También recordé en decirle que pude hablar unos segundos con Javier, y que me reveló que esas personas de la funeraria eran hermanos de ambos.

—Dime, ¿por qué te harían algo como eso? —no lo dejé responder, pues continué interrogándole con cada pregunta que se me venía a la mente, y durante todo el rato se mantuvo muy cabizbajo—. ¿Por qué te pusiste así? ¿Por qué no dejaste que te ayudara? Ese no es el Fabián que conozco. Fabián Torrealba no pelearía, no gritaría, no se enfadaría, o al menos, dejaría que yo lo hiciera a su lado. No lo sé. Me impactó mucho verte así. Digo, desde que supiste que doña Julieta había muerto, todo el Fabián que conocía desapareció. Y... Bueno, me dolió verte así, lo admito.

Fabián separó la vista que mantenía en el suelo, para verme a los ojos. No logré sostener la mirada y ahora yo fui quien bajé la cabeza, observando sus pálidas manos. Él sujetó las mías y era como si volviéramos a conectar una vez más. Si bien, era una conexión distinta a la acostumbrada. Creo que estuvimos separados mucho tiempo luego de casi estar juntos día tras día. El tiempo cambia a las personas y, aun más, la perspectiva que tienen entre sí.

—Antes que nada, Elvis, debes tener una cosa muy en claro —fue allí donde me tomó de la barbilla para dirigir mi vista a sus ojos—. Yo no soy alguien perfecto. Me di cuenta de que así lo piensas, pero no es el caso. Soy otro ser humano más en esta tierra. Con defectos igual que tú, igual que cualquiera. Fue un error el que me idealizaras tanto. Es peligroso que pongas sobre los hombros de alguien más todo lo que mueve tu vida. Que tu mundo gire en torno a mí.

Me resultaba doloroso escuchar todo aquello, pero era todo muy cierto. No podía negarlo. Y era por esas mismas cuestiones que algunos discutieron conmigo. Como Teo.

—No me daba cuenta, Fabián. En serio. Es decir, has sido alguien que cambió mi vida por completo. Y; perdóname, debo decir esto, lo he hecho todo para no dejar de sentirme así, para no perder a la persona que ha logrado hacerme sentir de una forma que jamás lo había hecho. Soy un inexperto en la vida, un inmaduro en estos sentimientos... No me puedes culpar por hacerte mi mundo, aun cuando me han enseñado en clases que eso está mal.

Él suspiró. Se desprendió de la chaqueta que llevaba y me envolvió con ella. No creo recordar que hiciera mucho frío, aunque las nubes cubrieron el sol por varias horas, pero necesitaba sentir su calor de alguna forma y creo que lo comprendió en el acto.

No sé cómo podría haberse sentido con la conversación, pero yo sin lugar a dudas, me sentía triste. Triste porque pensé que tal vez todo lo que alguna vez hice no estaba bien. No lo sé. Pensaba que estaba amando de la manera correcta a Fabián. Quizás no exista una manera correcta de hacerlo. Sin embargo, definitivamente habíamos cometido errores, y tal como él dijo, todo el mundo lo hace. Supongo que lo más importante es darse cuenta, o que te hagan entenderlo.

—Lo importante es que lo sepas y lo tengas presente. También me molesto, mucho. Puedo gritar, puedo equivocarme y puedo llegar a tomar malas decisiones. Tengo miedos y me escondo de ellos. Bueno, creo que me entendiste.

—Sí —afirmé entre respiraciones forzadas—. Yo también he tomado malas decisiones y he cometido errores. De hecho... Es decir, no quiero que nos peleemos por esto ni que nuestra confianza se acabe, pero ambos debemos aclarar algunas cosas.

—Vale, te escucho.

No tenía idea cómo mantener una coherencia en el hilo de la conversación. Divagué muchas veces a la hora de explicarme, aun así, intentaba mantener un orden en los puntos que trataba. Le revelé, al fin, mi beso con Rosa. Y no voy a mentir, estaba aterrado por lo que estuviese pensando y la decisión que llegaría a tomar. Pero para lo que necesitaba saber, debía decírselo de una vez por todas.

No me excusé, porque creí que me haría ver peor, pero le dije todo como sucedió con exactitud. Solté a llorar, como lo presentía. Me sentía como si hubiera cometido el peor de los crímenes. No obstante, Fabián me abrazó, me dijo que todo estaba bien e intentó calmar mi hiperventilación. No lucía enfadado, no gruñó ni refunfuñó.

Me tomó de las mejillas y me dio un dulce beso en la frente. «Tranquilo, sé que no pretendías hacerlo ni había maldad en dicha acción. No te tortures por ello», fue lo que dijo. Eso me hizo querer llorar todavía más, porque no podía creer lo que escuchaba. Me alivió el alma y el corazón. Su nobleza me superaba, y superaba por mucho la actitud que hubiesen tomado muchas otras personas.