El silencio de la noche de aquel antiguo templo chino acabó en el momento en el que un gran estruendo aconteció en aquel lugar. Las luces se encendieron, viendo así como una de sus estatuas había caído haciéndose añicos junto a una criatura parecida a una serpiente, de afilados dientes y colores llamativos parecidos a las tantas figuras que protegían el templo.
―¡Apártese de ese dragón! Yo me encargo. ―El maestro vio en la puerta un joven apuntando a la criatura, como tantos cazadragones que había conocido en tierras lejanas.
El maestro observó a aquel ser, que incluso con aquella forma terrorífica que le caracterizaba, pudo vislumbrar en su mirada su aura cansada de huir. Por eso no iba a dejar que se saliesen con la suya, no esta vez.
― No se permiten armas en este templo. Y menos cuando uno de sus guardianes ha despertado.