Dicen y cuentan los que han visto, que hace mucho tiempo, las tierras eran vírgenes y los bosques eran santos.
El hombre en su intento de gobernar las tierras, destruyó el reino que el Señor le dio desde la creación del Edén. El pacto corrompido de Adán hizo que los descendientes del pecado buscaran nuevas formas de sobrevivir y saciar su hambre y la tierra les dio fruto para comer. El hombre quiso un lugar donde dormir y la tierra le dio un lugar de descanso.
El hombre quiso realizar sus actividades sin esfuerzo y la tierra le dio bueyes para sus arados. El hombre quiso vivir en lo alto de la tierra y la tierra le dio árboles. Después el hombre quiso ser más grande que el Señor y la tierra les dio conocimiento y ciencia. Y al Señor no le agradó lo que la tierra hizo para los hombres. Entonces el Señor tocó la tierra y los hirió con la enfermedad. Pero la tierra le dio al hombre ríos para curar sus enfermedades. Y el Señor demostró su poder secando los ríos del agua curativa y los llenó de agua dulce. La tierra no volvió a revelarse contra Dios, y no ayudó más a los hombres.
El único río al que Dios no paró, fue aquel que bajaba del Sinaí, donde el Señor volvió a tocar la tierra y activó el poder del río una vez más.
Y la tierra se alegró por sus hijos.
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Editado: 05.05.2020