Por otra parte, y tiempo después, los ancianos en el castillo se encontraban preocupados. El joven príncipe Salomón había encontrado hasta el fondo del salón de lectura, dentro del arca del pacto, un pergamino muy antiguo, procedente de los tiempos de Moisés.
El "Ruggazoné".
Las escrituras que Josué había transcrito en el campamento de los hebreos mientras Moisés emprendía la expedición al monte Sinaí.
Palabras que él había escuchado salir de una higuera en llamas mientras el pueblo liberado de Egipto alababa al becerro de oro. Cuyo verbo escrito, sabían los ancianos, había sido proferido por Satanás. Papiro que tenía el poder de invocar a los demonios de las profundidades del infierno y darle control sobre ellos a quien fuera capaz de seguir sus instrucciones.
Salomón se llenaba de conocimiento prohibido incluso para el rey, papel que poco a poco corrompía el corazón de Salomón, le quitaba la sensibilidad y la empatía hacia el prójimo y le daba hambre de poder, hambre de sustituir a su padre lo antes posible. Asesinando al niño de corazón puro que Jerusalén conoció alguna vez.
Pero, nadie podía abrir el arca en primer lugar. El poder era tal, que todo aquel que tocase siquiera la punta de ala que el querubín inclinaba hacia delante, moría al instante.
Solo los sacerdotes del tabernáculo podían manejar tanta fuerza y responsabilidad. Y hacía mucho tiempo, que esos sacerdotes no visitaban el castillo. No hacía falta. Los únicos sacerdotes del palacio tenían tareas más pequeñas.
Los ancianos no encontraban explicación para lo que veían a través de los agujeros en la pared de la sala. El príncipe Salomón, con dieciséis años de edad, leía atentamente y con cautela la palabra del enemigo de Dios.
Acto que le daría ventaja tiempo después, cuando logró invocar al dios Baal, quién se le presentó en forma de mujer y quién le convencía de tomar el trono para gobernar sobre la tierra.
No pasó mucho tiempo antes de que los consejeros Ahitofel y Husai notificaran al rey que cosas raras estaban pasando con el hijo más pequeño. Que lo habían visto hablar sólo mientras caminaba por los pasillos del palacio, como si discutiera con alguien. O que los ancianos lo habían sorprendido matando a algunos corderos del establo y bebiendo su sangre.
—De hecho, señor, la noche pasada vi a una mujer extraña entrar a la alcoba del príncipe, esta mujer no parecía de por aquí. Vestía muchas joyas en el cuerpo —había dicho Sadoc, el sacerdote.
David no sabía qué creer, a sus ojos, Salomón parecía tan normal como los otros. Pero, aun así, las acusaciones al príncipe eran muy advertidas y no debía dejar cabos sueltos dentro del palacio de Dios.
Así que Ahitofel aconsejó al rey realizar un interrogatorio contra Salomón y David hizo caso, porque el consejo que daba Ahitofel en aquellos días era como si se consultase la palabra de Dios. Así era todo consejo de Ahitofel.
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Editado: 05.05.2020