Salomón llegó al castillo a primera hora y los hombres de David le abrieron las puertas para dejarlo entrar.
David esperaba que su hijo regresara con Abiatar, pero no fue así, porque las puertas se cerraron cuando Salomón entró.
Con David estaban en la corte Urías y Joab del ejército de Israel cuando recibieron a Salomón, quien cargaba dos bolsas grandes.
Entonces el príncipe entregó las bolsas a David y en ellas pudo ver ciento veinticinco corazones en cada una. Urías y Joab se quedaron incrédulos y David, a pesar de ser hombre de guerra, tuvo miedo de su hijo.
Pero Salomón se dio la vuelta, salió de la presencia de su padre y fue por su caballo para ir por Abiatar.
Entonces Abiatar se fue de Gésur por el camino de Elboy a un lado del bosque que bajaba hasta el castillo.
Y vio que Salomón cabalgaba en su caballo azabache por el camino hasta él.
—Príncipe Salomón —le dijo y se inclinó hasta tocar con su cabeza el suelo, para que Salomón se confiara y no sospechara nada de él. Pero el príncipe no hizo caso y ordenó al caballo para que aplastara su cabeza. Y así hizo el azabache.
Salomón bajó del caballo para esconder el cuerpo de Abiatar, pero al no encontrar lugar, lo arrojó al río que pasaba por ahí. Un río blanco al que los habitantes de Gésur llamaban Río de Leche.
Después el príncipe regresó al castillo.
Y a su llegada vio al rey ordenando a unos hombres para que fueran a buscar a Abiatar, porque desde la otra noche no regresaba. Salomón debía pensar en una excusa por si encontraban el cuerpo de Abiatar, porque esos hombres a los que David
eran muy buenos rastreadores.
El sacerdote espía en el que confiaba Zamalech no regresaba, ya había caído la noche, y lo esperaban con fogatas en la montaña. Pero Zamalech no desesperó y pensó en esperarlo un poco más.
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Editado: 05.05.2020