Salomón en su ahora nuevo lugar favorito, se la pasaba experimentando con el río.
Hacía cortes pequeños en sus dedos y esperaba cierto tiempo para calcular el tiempo que el río permitía curarlos.
El único corte que no sanó fue el que esperó una hora para sumergirse. Ese tuvo que ser curado por el mismo Salomón.
Con sus experimentos, Salomón anotó que el río cura las veces que sean necesarias a la misma persona en un lapso de una hora. Y que el tiempo de sanación dependía del tamaño de la herida. Así, la herida más grande, del talón a la rodilla, tardaba media hora en sanar y el punzón de una aguja, tardaba tan solo un par de segundos. Todas las heridas dejaban una cicatriz delgada que parecía un hilo color piel.
Tanta fue su obsesión con ese río, que se aventuró a investigar más sobre él entre la servidumbre del palacio. Sus preguntas eran sutiles, sabía cómo preguntar para que le respondieran lo que él quería.
Jazeel le dijo que ella lavaba la armadura y espada real con esa agua cuando el rey regresaba de las batallas. Y Salomón recordó que su padre había ganado todas las batallas a las que iba.
Un hombre al que todos llamaban Sofonías le contó que una vez tomó de esa agua antes de su viaje al valle de Efraín y que, con setenta años, corrió de ida y corrió de regreso.
Sofonías le dijo que hacía tiempo no contaba esa historia, porque la última vez que lo hizo, su discípulo Koad, murió después de tomar una cantidad considerable de agua. Hizo a Salomón jurar que jamás tomaría de esa agua. Y el príncipe así lo hizo.
Pero Salomón bien sabía que iba a romper esa promesa en cuanto necesitase beber del río.
En el Ruggazoné se mencionaba aquel lugar, era información que esperaba a ser encontrada por el príncipe. Contenía de dónde procedía y por dónde pasaba.
Su cauce comenzaba en el monte Sinaí, dónde se decía que Dios había tocado la tierra. Y pasaba por las tierras de Beerseba, Hebrón, Belén, Jerusalén, Betel, Dor y desembocaba en el Mediterráneo.
Había una profecía adjunta a la información del río, Josué había escrito que ese lugar estaba bendito con la gracia del Señor y que un día, un rey con el poder suficiente para controlar a todos los ángeles, demonios y dioses de otras tribus surgiría en Israel, para traer paz y justicia al mundo. Pero que los hombres hallarían la forma de matarlo.
De todos modos, eso no importaría, porque el sacrificio que ese rey hará, será tan grande, que, con ayuda del río de leche, resucitará después de unos días.
Salomón al leer eso, se decidió a convertirse en el rey de esa profecía. E iba a comenzar con la ayuda de Baal, para traer a todos los demonios y los ángeles a la tierra.
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Editado: 05.05.2020