Dieciséis de septiembre…
Fui la última en despertar. A las once bajé a la cocina y, para mi sorpresa, no había nadie. Grité los nombres de los cuatro, para comprobar que estaba sola, y efectivamente. No había nadie en la casa. Me pregunté donde estarían.
Cogí algo de la nevera y salí por la puerta. A pesar de seguir en verano, el clima había cambiado. Me acerqué a la piscina y me senté en el borde, metiendo los pies. Un soplo de aire me provocó un escalofrío, me ajusté mejor la sudadera, pero el frío en mis piernas era inevitable. Dirigí la mirada al cielo, de lejos se veían unas nubes negras. Tenía toda la pinta de que esta tarde caería una buena.
El motor del coche interrumpió mi momento de meteorología. Me levanté del suelo y me acerqué a ellos por detrás.
- ¡Hola!- grité, intentando asustar a Erik que estaba inclinado sobre el maletero recogiendo bolsas. Él ni se inmutó, sin embargo, Yago, que acababa de salir del coche, dio un respingón, con Mar al lado.
- Que puto susto, Ariadna.- fingió Erik al mirarme- Quítate la mascara, joder. No puedes ir por ahí espantando a la gente de esa manera.
Lo miré con falsa indignación.
- Buenas, Na.- mi amiga se acercó, interrumpiendo lo que le fuese a decir al pelinegro. Le respondí con un beso en la mejilla.
- ¿Cuándo te has despertado?- preguntó Miquel, cerrando el coche. Erik se había adelantado, con lo que supuse que era la compra, en la mano.
- Hace unos diez minutos.
- Te has asustado cuando te has dado cuenta de que no había nadie en casa, ¿verdad?- dice Yago- Os dije que le tendríamos que haber escrito a dónde íbamos en un papel.
- Bueno…- intenté.
- Yo no dije lo contrario.- contraatacó Mar- Fue Miquel.
- A mí no me metáis, yo pensaba como Yago.
- No mientas.- amenazó la rubia.
Antes de acabar en esa discusión, sin sentido, que asomaba entre los tres, me arrastré, frotándome los ojos, hasta la cocina.
- Llevan todo el rato así. A la mínima que una habla, el otro salta, y viceversa.- me explica Erik antes de que le pregunte nada.
- ¿Qué vamos a comer?- me asomé sobre su hombro.
- Comida.- suspiré.
- Me encanta tu sarcasmo.- finjo.
- Quiero que te alejes de mí, me molesta que estés tan cerca.
- ¿Qué…?
- Pensaba que ambos estábamos diciendo cosas que eran mentira.- a mi cabeza no le dio tiempo de canalizar sus palabras, cuando su voz grave volvió a mis oídos- Haremos arroz.
- ¿Y lo harás tú?
- Voy a pasar de ti y de tu tono de sorpresa.
Lo miré buscando un ápice de gracia en su mirada, pero no encontré nada. Dicho eso, desapareció por la puerta de la cocina. No lo volví a ver hasta un largo rato después.
- Podemos jugar.- propuso Yago.
Como bien predije, empezó a llover a la hora de comer y no ha parado hasta ahora, las cinco de la tarde.
- ¡Sí!- exclamé de acuerdo, aplaudiendo- Luego podemos ver una película. Me levanté del sofá, donde estábamos y me puse frente a ellos.
- ¿Jugamos al uno o al parchís, o al dominó?- sonreí- ¿Tienes dominó?- le pregunté a Miquel.
- Sí.- río por mi repentino entusiasmo. Adoraba los días de lluvia, leer mientras escuchaba el agua, repiquetear contra mi ventana era placentero, pero jugar juegos de mesa una tarde de mal tiempo era increíble.
- Ve a buscarlo.- miré a los tres restantes cuando Miquel me hizo caso- A la mesa.
Erik era el único que no había movido el culo, me miraba de arriba abajo sonriendo por debajo de la nariz. Su expresión cambió cuando se percató que solo quedamos él y yo. Se levantó cruzando los brazos sobre su pecho y lejos de sonreír como lo hacía antes, habló.
- Cría pesada.- intentó alejarse. Lo agarré del codo y me planté delante suyo.
- Me sacas solo cuatro años, si de verdad quieres ver a una cría vete al parvulario. Seguro que eres bienvenido.- me defiendo levantando la barbilla. Su vista se posa en mis labios.
- ¿Vas mucho?- abro la boca, dispuesta a escupir lo primero que se me pase por la cabeza, pero me interrumpe, cambiando de tema- ¿No te has planteado hacerlo en este sofá?- insinúa echando una ojeada donde se encuentra.
- Eres…- balbuceo, avergonzada y nerviosa, a partes iguales. Erik es quien tira de mí acercándome más a su pecho.
- Porque yo sí.- se justifica, susurrándome a la oreja. Tiemblo por sus palabras y por el beso que me da en el lóbulo de la oreja a continuación. Mis ojos se abren cuando siento que se aleja, dejando mi cuerpo más caliente de lo que estaba antes de la conversación, pero más frío de lo que estaba con él, prácticamente encima de mí.
Me giro viéndole irse en dirección a la sala donde les he dicho que se sentasen. Cuando llego yo, están todos sentados. Me ubico en la silla que hay al lado de Mar, frente a Erik.