El romántico de Dios Vol.1

III

Cuando desperté volaba en las alas de un cóndor gigante: una especie formidable.

Misael (abriendo los ojos). —¿Qué rayos pasa? ¡¿A dónde me llevas?!

Kunturumayuq (volteando a verme sin poder responderme).

Misael. —Por tu forma de mirar percibo que tus mensajes llegan a las personas de distintas formas. Eres genial, aunque no puedas hablar.

Kunturumayuq (congelando sus alas).

Misael. —¡Detente!

La movilidad aérea más importante de los Andes me llevó ante «alguien», y conocí a un imperio arrogante...

Misael (vislumbrando «La Capital» desde cinco metros de alto).—¿Es este el lugar en donde cae la helada? (Aparte). Es perfecta.

Kunturumayuq (descendiendo).

Apenas llegamos, y el cóndor se alejó de mi lado; convirtiéndose en un monumento dorado.

Misael (boquiabierto). —Qué frío tengo.

No me había fijado, pero detrás de mí había una multitud de funcionarios avaros. Todos esperaban que dijera algo, pero yo estaba asustado.

Misael (tenso).

En Qasana [31] conocí a bufones y acróbatas, a bailarinas y actrices... Conocí a los artistas que personificaron un evento; fue siniestro.

Misael (aterrado). —Es un honor verlos. (Haciendo una venia en la puerta de la fortaleza). Gracias por el recibimiento.

En cuando terminé de hablar el viento empezó a soplar. Los Pitu Saya [32] ingresaron a Qasana y soltaron sus armas. Luego sacaron en andas, al mítico y legítimo... mientras se seguía prorrumpiendo el ruido.

Pallas y Ñustas (reverenciando con sus manos la salida del Inka).

Misael (levantando la cabeza y mirando la tiana *33).

El hijo del Sol relucía en ornatos de oro y plata, su divinidad humillaba. Nadie debía verlo, eran las órdenes del cielo...

El Inka (con una mirada de menosprecio). —¡¿Gam?! *34

Su respuesta tuvo un gran significado, porque vinieron seis de sus soldados y me apresaron.

Paqas (esposándome con cuerdas de algodón).

Misael (quejumbroso). —¡Suéltenme, bastardos!

Tsiktsi (golpeándome en el estómago). ¡Chis! 35 *

Misael (retorciéndome de dolor).

Tuku (arrastrándome a una prisión).

Los cobardes me encerraron y después me golpearon, al punto de dejarme agonizando.

Misael (implorando). —¡Besaré los pies de su rey si me lo piden, pero déjenme libre!

Los soldados incas enviaron a dos guapas kapullanas [36] para que detuvieran mi hemorragia. Luego me llevaron ante la presencia del Inka, y así me reivindicaría...

Misael (desdeñado y humillado). —Es un placer conocerlo su majestad. (Arrodillándome). Otro emperador me hubiera sentenciado a muerte sin pensarlo. (Simulando una plegaria). «Si os ofendí con mi ignorancia antes, no tenéis que molestarse, porque a cambio de unas palabras afanosas, seré su esclavo ahora...» 

El Inka (impacientado). —No necesito vasallos.

Misael. —Si no es así, ¿qué quiere de mí, gran rey?

El Inka. —Solo deseo conocer tus intenciones. ¿Imagtag ayhuanqui marcapa? *37

Misael. —Pero si ya llegué al epicentro del imperio, señor. ¿A qué otro lugar más querría ir?

El Inka (tosiendo). —Sabes a que me refiero.

Misael (con cinismo). —¿Qué lugar podría ser más importante que este, su realeza?

El Inka. —Lo que vienes buscando con esmero, por ejemplo.

Misael (aparte). —Todo es tan equívoco, ¿Katari será su amigo? (Parándome). ¿Por eso ordenó mi punición?

El Inka. —No deberías quejarte de nuestra bienvenida, tuviste mucha suerte de que te atendieran las kapullanas, las mujeres más codiciadas. Si te hubiera considerado un sujeto ordinario, te habría mandado únicamente a las yanakunas *38. (Adusto). ¿Tú sabes cuántos soldados desearían un idilio con una cacica? Eres un mal agradecido.

Misael. —No vine a emparejarme con nadie. Yo nunca pediría que me pagaran con salacidades. (Furibundo). ¡Usted planeó eso!

El Inka (inclinándose a un costado por el cansancio). —¿Y por qué no rechazaste mi obsequio? Noté que disfrutaste mucho de la compañía de las kapullanas. (Juntando sus manos). Créeme que si fueras un personaje no grato en mis lares ya te habría matado.

Misael (burlándome). —¿Usted o sus hombres?

El Inka (moviendo la cabeza). —Qué bueno que seas honesto; dijiste la verdad, yo ya estoy muy viejo. Pero mira a toda la cantidad de soldados que tengo a mi disposición. (Mientras su comitiva me ordenaba con señas que observara a todas partes). Colabora conmigo si no quieres ir a la horca.

Misael. —Como usted diga.

El Inka. —Al parecer eres un tipo muy inteligente. (Solemne). Tus confesiones me serán útiles. ¡No me hagas perder el tiempo! ¡¿Cómo llegaste al imperio?!

Misael (desganado). —Llegué a su reino por medio de un luz extraterrestre...

El Inka. —¿Qué tipo de luz era esa?

Misael. —Una mañana en mi alcoba, comencé a oír voces en la atmósfera. Las señales celestes me decían que si las seguía vería el umbral del caos.

El Inka. —¡Calla! No digas nada. ¡Ullgo ssuri! *39. Todo encaja perfectamente. (Jubiloso). Wiraqucha *40 oyó mis súplicas. ¡Levanta la cabeza, muchacho!

Misael (irguiendo la cabeza para verlo). —¿Wiraqucha?



#9593 en Fantasía
#3634 en Personajes sobrenaturales
#2108 en Magia

En el texto hay: misterio, drama, guerra

Editado: 10.01.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.