El romántico de Dios Vol.1

VIII

Capítulo IV

Ciudad San Carlos de Puno, Lago Titicaca

(23:59 horas)

Tata Unaynilluq era un andrajoso ominoso, un haraposo con un solo ojo. Su vista artificial era de diamante espectral.

Tata Unaynilluq (trasladándonos a un lago). —Soy el oráculo del Cusco, Tata Unaynilluq. (Sin quitarme los ojos de encima). Descendiente del tipo que te ha enviado. Nosotros somos una sociedad cerrada, que por más de cinco siglos venimos cuidando nuestro linaje. Nos conocen como las panakas *74, los descendientes legítimos de Wäskar.

Misael. —¿Cómo llegamos al Lago Titicaca?

Emma (sorprendida). —¿Este lugar también queda en el Cusco?

Misael. —No, es otra región o estado del Perú. El suelo que estamos pisando es caña silvestre.

Emma. —Fantástico.

Misael (objetando a Tata Unaynilluq). —No puede existir un linaje inca. Nuestra raza fue extinguida.

Tata Unaynilluq. —Eso es lo que te hicieron creer los libros. Estamos vivos y escondidos; te estuvimos esperando todos estos siglos. Tú como varón encabezarás la rebelión.

Emma (abrazándome por la espalda). —Qué lindo, serás un héroe.

Misael (nervioso). —¿Qué? (Pensando). Tú no te pareces ni en un 5 % a un inca. ¿Cómo puedo estar seguro de lo que dices?

Tata Unaynilluq. —Si prometes ser cuidadoso con tu lengua, quizás algún día te revele el misterio de nuestro origen.

Emma. —Los peruanos siempre tan misteriosos con sus cosas... ¿Por qué tienen que dar tantos rodeos para decir algo?

Misael. —El problema es que si lo decimos literalmente, ya no habría intriga. La idea es generar expectativa.

Emma. —Ah, era eso. ¿Y para qué vinimos?

Tata Unaynilluq. —El Lago Titicaca tiene mucha conexión con el pasado y el presente. La ventaja de estar aquí es que el tiempo se detiene. (Acomodando su ojo izquierdo). Precisamente, justo en el mismo lugar donde Misael está parado, hace más de 10 mil años, vivían seres humanos dichosos. Dueños y soberanos de este hermoso lago. Pero su alegría o bienestar dependían de la misericordia de sus señores.

Misael (aparte). —¿Será la historia de la que me habló Katikil?

Tata Unaynilluq. —La desobediencia de la raza humana ha sido tan común en la historia del mundo, como en el imperio del Tawantinsuyu.

Emma. —Exactamente, ¿qué sucedió aquí?

Tata Unaynilluq. —Cerca de este lugar, antes teníamos un monte sagrado que no debía intentarse escalar por ningún motivo. Y esa advertencia la conocían perfectamente los nativos que poblaron este valle; valle, que hoy no es más que un imponente lago. Era El Monte de Dios lo que los hombres no debieron profanar nunca. Pero los indígenas desobedientes, manipulados por Süpay, se aventuraron a escalar ese monte, solo por ver el resplandor que emanaba de la cumbre. (Pausando).

Emma. —Siga.

Tata Unaynilluq. —Antes de que los nativos llegaran a la cúspide, Wiraqucha envió cientos de monstruos para que devorasen a los impíos y sacrílegos. No contentos con ello, las bestias salvajes bajaron a la superficie del valle y desolaron el pueblo en una sangrienta gresca contra los indígenas. Es importante que sepan también, que aquel día, el dios Inti se enemistó con Wiraqucha, ya que había creído excesivo el castigo. Así que con su inmenso poder intervino fosilizando a los jaguares, a los pumas, a los otorongos y osos. Luego sollozó para que el valle se inundara... es así como no quedó rastros ni dolor de aquella violencia. Pero como Wiraqucha odia la desobediencia, esperó el momento oportuno para vengarse. Sedujo a la esposa del dios Inti. Y desde ese momento, se reveló en sueños al padre de Patsakütik, pidiéndole que en el imperio se dejara de adorar a Inti como a la principal deidad. Tuvieron que pasar varios siglos para que la contienda entre padre e hijo cesase.

Emma (mirándome). —Podría oír esa historia una y mil veces, y no me cansaría de oírla... Es fantástica.

Tata Unaynilluq. —Creo que ya hablamos lo suficiente. (Haciendo aparecer una balsa). Súbanse, yo les llevaré al pasado.

Emma (subiéndose a la balsa). —Últimamente no tenía tantas emociones juntas. (Aparte). Esto será mejor que ir a una librería.

Misael (aparte). —Con esa túnica negra y sucia muy bien podría parecerse al barquero Caronte. (Preocupado). Podríamos morir si fallamos.

Emma. —Ya deja de estar pensado. No hay tiempo que perder.

Misael (subiendo a la balsa). —De todas formas iba hacerlo. Solo quería respirar un momento. (Mirando la isla por última vez). Una terrible guerra nos espera...

Navegamos unas cuantas horas despiertos, hasta que caímos rendidos por el sueño. Emma posó su cabeza en mi hombro y después reposó su cabeza en mis piernas...

Emma (abriendo los ojos y sentándose a un costado). —¿Ya llegamos?

Misael. —Sí, pero el anciano se ha marchado.

Emma (frotándose los ojos). —¿Y a dónde se ha largado?

Misael (con las piernas adormecidas). —No lo sé.

Emma. —¿Seguimos en el lago?

Misael. —Creo que sí.

Emma (musitando). —¡Maldito seas, Tata Unacnikof!

Misael. —Se llamaba Unaynilluq.

Emma. —No es el momento apropiado para aprender quechua. Es de noche y ni siquiera sabemos a dónde se dirige esta balsa.

Misael. —El idioma es runashimi.



#9593 en Fantasía
#3634 en Personajes sobrenaturales
#2108 en Magia

En el texto hay: misterio, drama, guerra

Editado: 10.01.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.