El corazón de Angela se encogió y sintió como su estomago le provocaba un vértigo abrumador, el hombre al que tanto quería, por el que tanto soñaba, ahora era completamente inalcanzable, prohibido he imposible para ella o cualquier mujer que estuviera interesada en él, pues Martin había decidido dedicarse al sacerdocio, como un hombre santo y alejado de las mujeres.
Durante los últimos siete años, Angela se había dedicado a cuidar su imagen, ejercitarse, preocuparse más por su apariencia, todo con el propósito de algún día reencontrarse con él, todo por lo que había trabajado, sus esperanzas de tener una oportunidad se habían esfumado para siempre.
—Martin…—Angela lo miró de arriba abajo con total desilusión.
—Ah, veo que no te esperabas esto. —sonrió con amabilidad el apuesto Martin y añadió. —al final encontré mi vocación, no era otra más que esta.
—Te… te ves bien con esa túnica. —dijo Angela conteniendo las lágrimas.
—¿Qué les parece si los dejo solos? Seguramente tienen mucho de que hablar, yo los veo mañana. —les dijo Vanesa despidiéndose de ellos con un abrazo.
—¡Espera! —le gritó Angela nerviosa, mientras que su amiga apuraba más el paso.
—¿Puedo sentarme? —le preguntó Martin con una sonrisa.
—Claro, adelante. —le dijo Angela mientras contenía un nudo en la garganta.
—¿Por dónde deberíamos comenzar? —murmuró pensativo.
—¿Por qué te convertiste en sacerdote? —le preguntó Angela casi como reclamo.
—Solo sucedió… lo supe casi de inmediato.
—Creí que querías ser doctor…
—Quería ayudar a las personas, mi vocación no ha cambiado, las sigo ayudando, aun que de una forma diferente.
De repente, un silencio abrasador se apoderó de ellos y las lagrimas comenzaron a caer como gotas en las manos de Angela quien tenía la cara agachada.
—¿Estás bien? —preguntó Martin angustiado.
—No… —exclamo ella entre sollozos.
Durante la secundaria, Angela, Vanesa y Martin fueron muy unidos, amigos desde niños, reían, jugaban, estudiaban y soñaban juntos, Angela estaba perdidamente enamorada de él, pero jamás se atrevió a confesárselo, pero estaba segura de que él lo sabía, pues el amor es obvio y brilla en los ojos de su portador.
—¿Alguna vez lo notaste? —preguntó Angela dolida y añadió. — ¿sabías lo que sentía por ti?
—Si… —respondió Martin con tristeza.
—¿Fui correspondida?
—Si… pensé varias veces en renunciar a mi llamado por ti, por si algún día regresabas, pero ese hubiera sido un pecado imperdonable.
—En todo este tiempo… no he podido olvidarte, intente salir con otras personas y enamorarme de alguien más, pero fue imposible, todos los días te pensaba, solo quería regresar a casa y verte libre, le pedía al cielo que no estuvieras casado, que no tuvieras compromiso alguno y ahora que han pasado tantos años me siento arrepentida de no haber venido antes, nunca me animé a decirte nada, porque creía que aún no era lo suficientemente bonita o inteligente para estar contigo, tenia miedo de que me rechazaras, incluso temía porque te hubieses enamorado de Vanesa y ahora que sé que también me quisiste, me siento tan tonta… ya no tengo oportunidad alguna de estar a tu lado y me pregunto como voy a ser capaz de olvidarte si en todo este tiempo eras lo único en lo que pensaba, así de egoísta y patética soy, tan egoísta que me siento molesta contigo por no haberme dicho antes que me querías y quisiera golpearte por que me acabas de romper el corazón. —Angela se echó a llorar en los brazos de Martin y este se Moria de dolor al igual que ella, pues, aunque era un hombre confiado, siempre en el amor fue tímido y prefirió ocultar lo que sentía por Angela para no perder su amistad si lo suyo no funcionaba.
—Perdóname por haber sido tan cobarde… voy a tener que ver como te esfuerzas en olvidarme, pues algún día lo harás, volverás a enamórate de otro hombre y más de lo que lo hiciste conmigo, y yo viviré con las ganas de quererte.
Se dijo así mismo Matin, mientras la consolaba.