Cala se sentó en el lecho junto a su abuelo y cogió una de sus manos entre las suyas. Llevaba días enfermo, demasiado débil como para levantarse. La habitación que ocupaban los abuelos era la más amplia de la guarida. Tenía, además de su cama un pequeño escritorio y unas estanterías clavadas en la pared terrosa. En el escritorio siempre había velas encendidas, incluso ahora que el abuelo no se levantaba de la cama, y allí tenía una colección de hojas escritas que había ido acumulando a lo largo de su vida. No le era fácil conseguir papel y cuando lo lograban era obligatorio entre los clanes comunicarlo al consejo. Este luego lo repartía entre los más ancianos y estos lo atesoraban y dejaban en herencia a las generaciones siguientes. Aparte, el abuelo se había encargado de esconder en un lugar seguro que solo los adultos conocían alguno de los libros y revistas humanas que tenían a la vista antes de que Cala hubiese llegado al clan.
— ¿Cómo te encuentras abuelo?— le preguntó.
— ¡Ah, Cala! Te haces mayor tan rápido —dijo Sush—. Y yo también. Me da miedo irme sin haberte explicado el porqué nos escondemos de los humanos.
Cala pensó que el abuelo estaba delirando, pues eso era algo que sabía desde prácticamente su nacimiento. La norma principal y sagrada de los tupi. Se acercó más a su abuelo y le acarició la cara preocupada.
—Pero eso yo ya lo sé abuelo, destruyen todo y también nos destruirían a nosotros. Si nos descubriesen no pararían hasta destruir nuestra raza porque son despreciables y malvados.
El abuelo negaba con la cabeza. "Cuánto daño le estaba haciendo Léndula por tratar de protegerla" pensó. Sintió una lástima profunda por aquella chiquilla que desconocía su propia identidad y tuvo que reprimir el instinto de contarle la verdad. Sentía que se le acababa el tiempo y pesaba sobre él la culpa de saber que se iría dejando a Cala sola sin conocer su identidad y destilando odio hacia su propia raza.
—Verás Cala, no todos los humanos son así ¿sabes? No todos son malos, es sólo que tienen miedo a lo diferente. Ese miedo es instintivo, no tienen la culpa de sentirlo, es primitivo, asegura su supervivencia ¿entiendes?
Pero Cala no entendía a qué venía aquello, guardaba silencio y el abuelo siguió hablando.
—Ese mismo miedo existe también entre los nuestros y un día descubrirás que es absurdo —el abuelo cogió un trozo de espejo y se lo acerco al rostro— .Tú misma temes la reacción de la pareja de Namid cuando te vea, y lo temes porque sabes que eres diferente.
Cala comenzó a sollozar en silencio. Era tanto el miedo que sentía. Ella jamás había visto a otro tupi que no formara parte del clan ni tampoco ellos la habían visto a ella. Sabía que existía una curiosidad tremenda entre los otros clanes hacia ella. ¿Cómo estaría Namid ahora? Seguramente le habían preguntado por ella y él tendría que haber dado miles de explicaciones sobre la tupi rarita. Aquel pensamiento la hacía sentir más desgraciada aún. Sabía que era diferente y aquello la hacía sentirse triste, pero pensar que además podía perjudicar a su familia la torturaba. ¿Y si llegaban a avergonzarse de ella? Nunca la habían dicho nada, pero sin duda tenía que ser un problema para ellos.
—Yuma se ha ido de la lengua ¿verdad?
—Yuma se preocupa por ti. Más de lo que debería ¿aún no te has dado cuenta?
Cala negó con la cabeza y agachó la vista. Las manos arrugadas del abuelo estaban apoyadas sobre su vientre y subían y bajaban al ritmo de su respiración.
—Abuelo, soy una vergüenza para el clan ¿verdad?
— ¡No! —el abuelo hizo un gesto de dolor— No, Cala, eres todo lo contrario, eres un motivo de orgullo para nosotros, eres única y especial entre los tupi.
—No lo entiendo abuelo, ¿por qué tuve que nacer así?
Sush la atrajo hacia sí y la abrazó con ternura. La sonrió y le secó las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. No, aún no era el momento, ni él era el indicado para decirle la verdad.
—Naciste así para darnos una lección, Cala. Un día lo entenderás. Viniste para enseñarnos que no siempre tenemos razón en temer a lo diferente.