Al llegar de vuelta a su cabaña, lo primero que hizo Manuel fue sentarse con un lápiz en la mano y un folio en blanco. Su mente recordaba a la perfección cada uno de los rasgos y, en un momento, tenía un fiel retrato de Ona sobre la mesa. Ese ser maravilloso le había permitido observarle durante unos segundos preciosos.
Manuel no podía dejar de dar vueltas en su cabeza, como si de una película se tratara, al momento en el que escuchó el primer golpe contra una de las paredes de la cabaña.
En ese momento, no había prestado atención, ocupado en hacer un estofado no fue hasta que sonó el ruido de cristal roto que Manuel dejó la cocina y se acercó a la ventana. Entonces la vio, quieta, a la entrada del bosque. Él también se quedó inmóvil, observándola y temiendo asustarla. Se miraban, cara a cara, y poco a poco Manuel se atrevió a acercarse para retirar el estofado del fuego y luego abrió la puerta de la casa temiendo que ella ya no estuviera allí. Le entró la risa al recordar que había sido tan prudente como para retirar el estofado del fuego, después de los años que llevaba esperando ver a uno de aquellos seres.
Ella seguía allí. A Manuel le parecía que le estaba desafiando. Le parecía una criatura mágicamente hermosa y avanzó unos pasos hacia ella. Entonces, la criatura se giró y se adentró en el bosque. Manuel se quedó petrificado en el sitio. Ella, se detuvo, le miró, esperó a que él comenzara a andar de nuevo y volvió a correr.
Manuel creyó comprender el juego y la siguió. No le resultaba difícil, era como si ella tuviera medida la distancia a la que le quería mantener y, así, avanzaron por el bosque hasta llegar al claro que daba al árbol desarraigado.
Allí, la criatura se mantuvo quieta un momento mirándole, levantó su mano a la altura de la cara con la palma mirando hacia Manuel, como en un gesto de saludo, y luego se precipitó a la misma velocidad a la que años atrás Manuel había observado escapar a Yuma y se perdió entre los árboles del bosque.
¿Qué significaba aquello? Había en aquel comportamiento señales claras que cualquiera podía interpretar, los golpes en la cabaña para llamar su atención, el hacer que la siguiera, pero ¿aquel último gesto? ¿un saludo? ¿una petición de ayuda? ¿Qué?
Manuel era incapaz de dejar de darle vueltas en la cabeza a la idea de que aquellos seres necesitaban algo, se lo estaban pidiendo y él no podía ayudarlos porque no llegaba a comprenderlos.
Sentado en la mesa, con el retrato de Ona frente a él, se preguntaba si aquella chica o alguno de los suyos estaría en dificultades y buscaba su ayuda. ¿Y si fuera el bebé humano? Quizá por eso buscaban su ayuda, pensando que al ser él un humano podría hacer algo más que ellos ante el supuesto problema. Pero ¿por qué entonces había huido cuando llegó a aquel árbol?
Aquel árbol era el mismo lugar en el que hacía más de quince años había visto al otro ser cargando con el bebé humano. Aquél lugar tenía que tener algún significado para ellos ¿Por qué le había guiado hasta allí?
En su cabeza todo eran conjeturas pero, sin saber porqué, Manuel comenzó a frecuentar aquel lugar. Todos los días, se pasaba por allí al menos un par de veces y, a partir de aquel día, estaba hipervigilante, a la espera de cualquier sonido que se produjese alrededor de la cabaña.
Colgó el retrato de Ona junto al de los otros seres y se dispuso a esperar, seguiría esperando, esperaría todo el tiempo que fuera necesario.