El rostro de la Nada

Tierra maldita. La extinción de una luz.

 

PARTE UNO.

 

¿Cuántas veces había visitado ya a Ezeq, Milo? ¿Qué era lo que había hecho en su última visita? ¿Acaso él le había dicho las respuestas que una vez le prometió?

A ninguna de esas preguntas podía darles una respuesta, se encontraba confundido el joven pues cada que despertaba de aquel periodo de sueño s encontraba en una parte diferente de la habitación que habían rentado ambos.  ¿Cuánto tiempo llevaban en Egipto?

─Que bueno que ya despertaste ─Escuchó al fondo que lo que desorientó ─, has estado durmiendo o en trance por mucho tiempo que no sabía si seguías vivo o no.

─¿Qué?

─Sí, lo que escuchaste ─Jeremías estaba confundido, toda la situación la confundía ─, bueno en vista de que parece que no sabes lo que sucede te daré un resumen de lo que me hiciste vivir a mí, muchacho. Debiste primero avisarme que esto podría pasar y así no estaría preocupado todo el tiempo.

─¿De qué hablas? ─preguntó ─¿De dónde te conozco?

─¡Ah no!

─¿Qué?

Jeremías se encontraba del otro lado de la habitación, sentado en una especie de comedor que hasta hace poco no importaba, porque la idea no era pasar mucho tiempo en ese lugar o al menos esa era la idea que tenía en el fondo de su mente, pero entonces también a su mente venían más preguntas que lo llevaban al mismo punto de inicio.

¿Quién era el señor que estaba recargado en la orilla de aquella mesa?

─Milo, estás seguro de que no me recuerdas ─preguntó con preocupación.

Milo, el joven sin rostro se sentó en la cama y cuidando que la capucha que cubría su cabeza y rostro no callera de esta lo miró a través de esta. No entendía nada, se encontraba fatigado y bastante adormilado así que cualquier recuerdo existente que pudiera rondar por su cabeza se encontraba difuso.

─Soy Jeremías, quien te dio los rostros, el que te dio lo que parece para ti el primer indicio para el rostro que pareces buscar ─dijo con lentitud observando cada movimiento del joven.

En el fondo se preguntaba el hombre si lo que decía el chico era una maniobra para dejarlo atrás en el camino, pero también otro pensamiento surcaba en su mente y es que le parecía sorprendente que hasta este momento del viaje el joven no le diera miedo solo era necesario observarlo durante unos segundos, máximo un minuto para darse cuenta de que había algo en el que comenzaba ensombrecer su presencia, su espíritu; además la postura del joven, el hecho de que nunca se quitara la capucha y revelara también su vestimenta sumaba puntos a esa aura misteriosa que se cargaba el joven.

Comenzaba a verse descuidado y harapiento, pero no podía decir nada porque admitía que la decisión de viajar con desconocido solo para encontrar respuestas a sus preguntas tras innumerables suicidios no representaba la mejor se sus jugadas. Bien podría ser un asesino el chico y él se encontraba aquí frente a él y con el temor de que lo dejara varado en el extranjero cuidando de él.

 ─No te recuerdo ─dijo finalmente levantando la cabeza sin mover otra de sus extremidades ─, pero supongo que por algo estas conmigo, ¿no es así?

La voz, la manera en la que lo dijo y en cómo inclinó ligeramente la cabeza hacia la izquierda hizo que sus alarmas se encendieran. Jeremías solo tardó en procesar el movimiento y el qué responder 3 segundos cuando su cuerpo se vio sacudido y lanzado contra la pared del lugar claro que no entendía que sucedía ni cómo de un momento a otro se encontraba alerta sobre cómo las cosas podrían ir mal, pero en verdad fue rápido para él, tan rápido que como sucedía en las películas todo a alrededor de ellos se ensombreció.

Algo que se estaba llevando la luz, no podría ser Milo ¿o sí?

─Te hice un pregunta ─No era la voz del joven ─¿Quién eres y por qué estás aquí?

─Milo, muchacho detente ─dijo tosiendo en un intento por recobrar el aliento ─ soy Jeremías.

Milo, el joven sin rostro negó lentamente que el movimiento casi fue imperceptible, pero eso a quien podría importarle, no cuando todo lo único que le interesó a él fue tomar por el cuello de la camisa que llevaba Jeremías con ambas manos para levantarlo contra la pared. Jeremías estaba en problemas y no sabía cómo salir de ellos.

No lo quería admitir, pero en el fondo sabía que la muerte era una opción pues él hoy podría morir.

─No te creo ─respondió ─, yo viajo solo.

─Pues ya no, muchacho ─dijo desesperado ─Recuerda que yo de ti los rostros.

Estaba desesperado, pero volviendo a lo mismo, eso qué importaba Jeremías era un obstáculo uno que Milo debía alejar, así que lo hizo.

Afianzó su agarre en su camisa y bajándolo un poco lo lazó del otro lado de la habitación haciendo que el pobre humano entrometido a los ojos del joven sin rostro, impactara contra la pared y callera encima de una cómoda que mantenía consigo una lámpara de noche que al ser vencida por el peso de él se rompiera en varios pedazos y los vidrios se encajaran en su espalda.

Seguramente si Milo tuviera una sonrisa que mostrar esta sería grande.

Milo no se quedó parado y caminó hasta él postrándose justo frente a él, se acuclilló y con los codos en sus muslos se inclinó hacia adelante y lo miró fijamente pensando porque traería consigo a un hombre, de qué le servía tener de colguije aun inservible ser. No tenía respuesta para ello porque no lo recordaba así que la solución que podía tomar sería más sencilla.




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